Tras la destrucción de viviendas por el megaincendio de la región de Valparaíso en febrero, las familias damnificadas reconstruyen sus hogares ante el peligro del invierno, enfrentados a frías noches, a la búsqueda de ayuda ministerial y gubernamental y a la falta de gestión organizacional, pero con el coraje femenino que, cual ave fénix, conduce esta nueva etapa.
Por Benjamín Carrasco
Una senda llena de tierra. Si no fuese por los cercos y mediaguas, cualquier observador podría imaginarse a sí mismo en una escena del filme “La Momia” o la reciente saga “Dune”: familias que caminan y conversan sonrientes con los vecinos y niños que juegan en una tierra blanca y gris por las cenizas tierra.
El Camino Calichero es una de las 1.472 tomas que el Ministerio de Vivienda tiene catastradas en Chile. Un lugar al que los mismos pobladores llaman el “patio trasero de Quilpué” por el histórico abandono municipal. En especial, después que el megaincendio de febrero en la región de Valparaíso los atacara a ellos también, dejando s su paso estragos comparables con las imágenes compartidas de Villa Independencia y El Olivar, en Viña del Mar. La diferencia es que, como el Camino Calichero es una toma, la ayuda no fue inmediata.
El Camino Calichero un mes después del incendio, Quilpué (Foto: Benjamín Carrasco).
Un lugar que, además, ningún medio de comunicación documentó ni durante el incendio ni en los inicios de la reconstrucción. Nosotros, desde Cooler, estuvimos para conocer esta realidad un mes después del siniestro y ahora, 60 días después, regresamos a observar cómo se preparan para resistir el invierno, en un campo hoy casi desértico donde ya no se huele el fuerte olor a quemado que impregnaba el aire en las primeras semanas.
Los “primos pobres” se levantan
Antes de ser un campamento, Camino Calichero era un basural. Las familias del lugar realizaron una labor titánica para convertirlo en un barrio con casas y no están dispuestas a bajar los brazos. El proceso para recuperar el terreno después del megaincendio ha sido difícil. No solo debían limpiar la gran cantidad de escombros y cenizas que el siniestro dejó, sino también formar ollas comunes e insistir en la municipalidad para obtener apoyo. Techo era una de las organizaciones que, en presencia de Cooler, prometieron la construcción de los catorce hogares faltantes tras realizar un catastro. Esta ayuda, sin embargo, nunca se concretó.
- La ayuda de Techo fue inexistente, supongo que porque somos una toma. Todo lo que puedes ver ahora lo terminaron de levantar mis niños, con sus manos y ayuda de fundaciones como Amalegría –relata Jazmín Durán, una de las líderes de la organización de los vecinos del Calichero, mientras destaca, desde lo alto del cerro donde su casa está ubicada, cómo los vecinos levantaron su población de las cenizas.
Comparación del Calichero en Quilpué: a la izquierda, un mes después del último reporteo; a la derecha, tres meses después, Quilpué (Foto: Benjamín Carrasco).
Desde lo alto del cerro de Jazmín, la vista desde del Camino Calichero es extensa. Ella indica con su dedo índice derecho, de manera precisa, qué casas están siendo amobladas ahora, cuáles fueron recientemente levantadas y las tareas que efectúan “sus niños”. Las calles, aunque llenas de tierra, son blancas y limpias, sin escombros o restos del infierno que allí se vivió. Uno que otro árbol quemado es visible, pero son escasos entre las numerosas plantas café levantadas durante el otoño. El aire, aunque limpio y sin el hedor a ceniza quemada, todavía mortifica a los “primos pobres”, como Jazmín menciona, del Calichero.
- ¿Está más helado que la otra vez, verdad que sí? –pregunta Jazmín mientras su voz se pierde en el frío viento.
El cambio del Calichero resalta de otros sectores de la toma, por sus calles de tierra blanca y grisácea. En algunos lugares hay personas que almuerzan, y en otros, trabajan en el acolchado y terminación de las viviendas, preparándose para el frío. Hay también algunos restos de escombros de la construcción, uno de los problemas que enfrentan los pobladores, pero que ya comunicaron a la municipalidad y al delegado presidencial provincial del Marga Marga, Fidel Cueto. El panorama “es optimista”, recalca la voz segura de Jazmín.
Recorrido por el Camino Calichero, Quilpué (Foto: Benjamín Carrasco).
- La diferencia respecto de hace un mes atrás es gigante: el 90% de los chiquillos ya levantaron sus casitas para no pasar frío, falta acolchar, pero al menos ya pueden cerrar un espacio y no morir de frío. La ayuda de fundaciones y ollas comunes sigue llegando, ya no sé dónde meter todo –cuenta Jazmín con una carcajada final.
La dirigente no miente. El día que Cooler revisitó el Calichero, había grandes cantidades de comida, alimento y medicación para perros donados por la Cruz Roja y otros elementos dentro de cajas. Cuesta creer que una sola persona pueda levantar todo sola. Y en efecto, la resurrección del Camino Calichero no fue una tarea individual.
Objetos de ayuda en el patio de Jazmín Durán, Quilpué (Foto: Benjamín Carrasco).
Resurrección es una palabra femenina
En su primera visita, Cooler abandonó la zona antes de semana santa. Lo ocurrido un mes después podría asemejarse a las historias religiosas sobre el viernes de resurrección: un pueblo abandonado de la mano de Dios que logra erguirse desde las cenizas, pero no por arte de magia, sino gracias al trabajo colaborativo de pobladores, organizado por mujeres.
Dejamos el cerro de la casa de Jazmín para recorrer el vecindario de Alto Calichero, para conocer su “mesa redonda”, su “círculo empresarial”, sus colegas de trabajo, con otras mujeres como ella. Algunas más pequeñas, otras más fuertes, aquellas más tranquilas: todas tuvieron que tomar un rol para sacar sus vidas y las de sus vecinos adelante.
- Se supone que la mujer, el género femenino, es más delicada, pero hemos tenido que convertirnos casi en hombres, aprender a construir, usar serrucho eléctrico, todo lo que nunca pensamos que llegaríamos a dominar, pero el contexto nos presionó a hacerlo –relata Patricia Contreras, alta, fuerte y parte del “comité” principal de Jazmín.
Si bien el apoyo que llegó al Calichero desde Amalegría y ENAP Magallanes en su momento fue importante, eran cosas materiales. Ninguna de las dirigentes estaba preparada para contener, algo que debieron aprender en el camino, apañar a alguien con quien nunca antes habían dialogado, uniendo a los vecinos mucho más antes del incendio para levantarse como lo hicieron.
Casa de Patricia Contreras en el Calichero, Quilpué (Foto: Benjamín Carrasco).
Andrea Espinoza es una chica de 20 años que, el día del incendio, no estuvo presente. Al llegar, un día después, se encontró con el panorama infernal que los medios de comunicación mostraban sobre el megaincendio de febrero. Sin embargo, como Patricia, se unió a otras mujeres y ayudó a levantar no solo su hogar, sino los de otros vecinos de Alto Calichero.
- Aquí todos hacen de todo, puedes ver mujeres construyendo y hombres paseando a los niños. En lo único que nos dividimos es a la hora de las tareas, cuando nosotras organizamos dónde va todo y los chiquillos ponen su fuerza. Nosotros igual los vigilamos porque son brutos, y una siempre quiere darle su toque de perfeccionismo, algo en lo que somos mejores que ellos –explica Andrea entre carcajadas, recordando esas jornadas de trabajo intenso.
Para las mujeres, la diferencia no ha sido en cuanto a las tareas realizadas, sino al momento de organizar y mover masas para levantar los hogares y sacar los escombros. Su opinión la comparte también la tercera integrante del “comité” de Jazmín, Sandra Tiznado, quien vive a solo un minuto caminando de la casa de Patricia.
- A veces dicen “vamos a hacer esto y esto”, pero lo hacen sin perspectiva, y una vez que se los decimos, se dan cuenta y nos hacen caso. Es algo que nos da risa y da pie a muchas anécdotas de ese estilo –comenta Sandra tratando de aguantar la risa, sin éxito y liberando una que otra carcajada.
Al igual que ellas, son muchas más las mujeres que han apoyado no solo a Jazmín en su tarea de dirigir a los hombres, sino también quienes han puesto sudor y lágrimas en la reconstrucción de sus viviendas para que queden incluso mejor que las que tenían. No solo sus casas, sino a la relación vecinal del lugar. Algo que las ha dejado más satisfechas tras haber terminado una jornada de trabajo exhaustiva.
- Ha sido una experiencia súper bonita, me siento afortunada de ser parte de esto. Y si me preguntaran: “¿Si se te quemara la casa, te irías?”, yo les diría que no, aquí está mi gente y mi hogar –se sincera Patricia, mientras observa con melancolía las viviendas a su alrededor.
La orden del Fénix
Cuando han pasado casi tres meses desde el siniestro de Viña del Mar y las ciudades aledañas, los rostros de los damnificados no reflejan pena ni cansancio, sino satisfacción al ver sus hogares levantados y cómo la gente recupera lentamente su normalidad. Siguen buscando hasta bajo las piedras ayuda faltante y aportes para sus vecinos, ya sea con ONG, municipios o delegados presidenciales. Dicen que no descansarán hasta ver todas sus casas acolchadas.
Las calles del Camino Calichero, que antes estaban cubiertas de basura y después de escombros, ahora están limpias, bien mantenidas por los vecinos. Los árboles quemados ya están cayendo y dejan espacio para los últimos nacimientos de plantas durante el otoño; el inicio de una nueva vida. Y mientras pasa el tiempo, más leyendas pueden encontrarse escritas como consignas en las latas que deslindan los terrenos. Retratan el ánimo y la resiliencia de los pobladores. Dicen: “Yo me paro” y “Soy el ave fénix, de las cenizas me levanto”.
Inscritos en el Camino Calichero, Quilpué (Foto: Benjamín Carrasco).
Como si del filme basado en la saga de Harry Potter se tratase, la “Orden del Fénix” del Calichero se prepara para nuevos desafíos, enmarcados en el gélido viento que se siente por las tardes y noches de mayo. El invierno les produce algo de temor, pero con la unión que tienen ahora, sienten que podrán darse ese calor necesario hasta terminar los últimos preparativos para la nueva estación, esperando a que el ave renacida esté preparada para irradiar el calor que los salvará de las garras de julio.