Ensamblados al patrimonio histórico del centro de la capital, los locales donde siempre es de noche se niegan a morir. Aún cuando la bohemia santiaguina se apaga temprano, los clientes continúan llegando en busca de conversación, compañía, un café o quizás algo más. Y es que según relatan sus trabajadoras, la necesidad de dinero ha provocado que la prostitución se tome el rubro, sin importar el costo.
Por Vicente Flores, Matilde García, Antonia Mendoza y Cecilia Ambler
“Digan lo que se puede decir, chiquillas”, les susurra al oído la dueña del local a las jóvenes. Son ocho mujeres, de entre 19 y 30 años. Todas con muy poca ropa y dispuestas a conversar, pero solo sobre lo que está permitido. El café Panal Vip da luces de ser uno de los tantos lugares de Santiago Centro donde asisten hombres a tomarse un bebestible junto a la compañía femenina. Sin embargo, también simboliza la delgada línea entre lo que es legal y lo que no. Si bien sólo se exhibe un letrero con los precios de los expresos y capuchinos, hay una escalera que deja a la imaginación lo que ocurre en el segundo piso.
A solo metros de distancia y en un café con vidrios polarizados, Camila (25) ofrece el mismo servicio que sus colegas del Panal. Solo con la diferencia de que ella se encuentra, a la misma hora, con una compañera más en su lugar de trabajo. Por ende, habla con mucha más soltura. “El privado cuesta 45 mil”, asegura. Aquella tarifa incluye mucho más que un café y conversación, porque implica relaciones sexuales.
En Chile no se considera como delito el trabajo sexual, pero tampoco se rige bajo la normativa común laboral, puesto que no hay prestaciones sociales ligadas a este empleo. Según lo expuesto por el sociólogo Matías Reyes en Prácticas y significados de la experiencia de trabajadoras y clientes de café con piernas (2019), este tipo de servicio se considera una actividad informal y basada en la subsistencia diaria, o sea, sin mayores expectativas de una vida futura mejor.
“A mí no siempre me gusta culiarme a un viejo feo y cochino, pero es plata. Voy no más, nunca he dicho que no. Es que si no, ¿pa’ qué estoy acá? Es wea de disociarse no más”, comenta Camila. Para ella, ser “cafetera” (como se llaman ellas mismas) es una decisión influida, exclusivamente, por lo monetario. Antes, dice, estudiaba Licenciatura en Lengua y Literatura, pero por problemas económicos no terminó la carrera. Aun así, no se arrepiente, porque no se veía ejerciendo.
Para Marlene Vera, licenciada en educación y doctora (c) en ciencias sociales con investigaciones en género y sexualidad, la decisión de Camila es un fenómeno cada vez más común. Las jóvenes evalúan las condiciones de trabajo y las posibilidades de remuneración a la hora de escoger una ocupación. “Con todas las habilidades, los conocimientos, incluso los títulos profesionales que una persona pueda tener, evalúa sus posibilidades laborales y dice bueno, vender sexo, incluso, es mejor”, afirma.
A pesar de esto, la informalidad es uno de los mayores problemas que enfrentan los cafés con piernas. La investigación realizada por el sociólogo Matías Reyes, plantea que prácticamente no existen contratos formales y los acuerdos se establecen mediante negociaciones con el empleador. Una de sus fuentes consultadas aseguró que a pesar de llevar varios años en el rubro, nunca ha trabajado con contrato: “Se hacen tratos, casi en todos lados es igual”, dice en el escrito. Otra añade que “así como contrato firmado, no. Es más un acuerdo de palabra, nadie trabaja con contrato en los cafés”.
“Esto es plata rápida, pero no fácil” cuenta Camila. La joven también ve el lado positivo: “Si llego tarde acá nadie me va a webiar, esas libertades me dan. Si falto, nadie me descuenta”.
Arraigados a la identidad santiaguina
Los cafés con piernas nacieron en la década de los ochenta y se masificaron en los noventa, con Santiago Centro como el punto neurálgico de este rubro. Pese a que su boom fue en aquella época, actualmente gozan de plena vigencia. Basta con caminar algunos minutos alrededor de la Plaza de Armas para divisar estos locales, muy cercanos unos de otros. Las galerías también son conocidas por albergarlos.
Pero el origen de su esencia inicia muchos años antes, aproximadamente en 1920. Marlene Vera cuenta que este concepto de trabajo surge con un tipo de local que se llamaba “cafés chinos”, los cuales estaban inscritos a nombres de grandes políticos, y personalidades nacionales. El nombre nace porque se lo arrendaban a personas de nacionalidad china que vendían café, “pero que dentro tenían este servicio como sexual, pero no tan explícito”, añade Vera.
Hoy, son oscuros y con poca información por fuera. En su interior las luces son de colores y la música es, generalmente, reggaetón. Desde las nueve de la mañana ya están abiertos algunos, mientras la vida santiaguina funciona como un día típico de semana. Oficinistas caminan apresurados por la Alameda, pero un par de horas después son los clientes más frecuentes en los cafés con piernas.
Según narran las “cafeteras”, hombres mayores de 30 años y que trabajan en edificios cercanos al centro, son los más asiduos a entrar en este tipo de recintos. Y no es de extrañar, dado que desde sus orígenes, los cafés con piernas eran frecuentados por trabajadores a los que estos locales les quedaba al paso. Ya fuera en horario de almuerzo o una vez terminada la jornada laboral, las cafeteras los esperaban.
Si hay alguien que sabe cómo ha cambiado este rubro con los años, es Marianella (41). A los 17, recién llegada desde Carahue, un pueblo ubicado en la región de la Araucanía, comenzó a trabajar en los cafés con piernas. A modo de huida de una vida inhóspita, a causa del maltrato psicológico constante vivido en su antiguo hogar.
Los Café Haití, Barón Rojo y Caribe fueron creciendo exponencialmente durante la década de los noventa, y Marianella fue testigo de aquello. Ha cambiado mucho, según sus memorias, porque de a poco comenzaron a llegar cada vez más extranjeras, lo que trajo consigo también el aumento de la prostitución.
“Como estas chicas empezaron a llegar y venían con tanta necesidad, se prostituían por muy poca plata. 25 o 30 lucas. Esa plata cualquiera la tiene”, comenta, mientras saluda a sus clientes habituales del Café Blumenau, ubicado en la galería Alessandri. Si bien se da el espacio para relatar su experiencia, cada ciertos minutos debe volver con quienes la buscan para desahogarse, signo inequívoco de lo que simbolizan los cafés con piernas. Es decir, la compañía y atención que no se tiene en otra parte.
Sin embargo, aquel trato cordial e incluso de amistad por ciertos momentos con sus clientes, no es algo que se dé en todos los cafés. “Hoy en día, se ha contaminado bastante el rubro. No sé por qué no han clausurado esos locales donde ejercen prostitución ahí mismo, sin siquiera esconderlo”, exclama Marianella.
La cafetera de Blumenau recuerda que, hace algunos años, lo más atrevido que hacían las jóvenes era levantarse el sostén para mostrar sus pechos, una costumbre que fue popularmente llamada como «minuto feliz» en el conocido café Barón Rojo.
A diferencia de otros cafés de la zona, Blumenau se caracteriza por un servicio más tradicional. Fundado en 1995, el café lleva operando más de treinta años. Sin embargo, según cuenta la administradora, el panorama ha cambiado radicalmente desde que entró en la industria. “En ese tiempo llegaban como 700 clientes por día. Estaba tan lleno, lleno, lleno, lleno”. Hoy, para Blumenau, un buen día son 180 clientes.
“Nosotros estamos trabajando de las ocho a las tres”, cuenta la administradora. “Después de la pandemia cambió radicalmente la influencia del público. Los locales se cierran temprano, no como antes que cerraban a las 8:00 p.m. Ahora se cierran cinco o seis”, relata con rostro de inconformidad, pero también de resignación. Y cómo no, si refleja la nueva vida bohemia de la ciudad más poblada de Chile, donde cada vez es más raro hallar un local que cierre a altas horas de la noche, incluso en fines de semana, ya sean bares, restaurantes o cafés con piernas.
Eso sí, las nuevas restricciones horarias autoimpuestas, no impiden que otro tipo de servicios se entreguen sin límite alguno. Bien lo sabe Camila, quien tiene casi la mitad de años que Marianella, y quizás por lo mismo, hasta ahora no conserva ningún recuerdo, a lo menos, grato.
“Yo siempre tuve una vida sexual activa, siempre me dijeron puta. Al final, lo único que hice fue empezar a cobrar. Toda la vida he sido desenvuelta y he tenido la atención masculina”, asevera la joven de 25 años, quien ya se acostumbró a las constantes miradas lascivas de hombres mucho mayores que ella.
No obstante, la costumbre mencionada es solo un disfraz, porque para poder llevar a cabo su trabajo cotidiano, Camila necesita de algo que, aunque sea por unos instantes, la haga olvidar del lugar en el que está. Marihuana y tussi son sus acompañantes diarios. En el baño, aprovechando de que la administradora del local no siempre está, ingiere lo que la ayuda a estar “disociada”, como dice ella. “De hecho, iba a ir a comprar su algo antes de que llegaran ustedes”, comenta entre risas.
La prostitución, ¿un trabajo necesario sin fecha de caducidad?
Camila recuerda que siempre la llamaron “suelta” o “maraca”. Desde el colegio que la persigue ese estigma social, pero según narra, ahora le saca provecho. “Tanto que dicen la wea, ahora lo soy po. Cobro”.
En su lugar de trabajo, Marianella se ríe al recordar algunas conversaciones, fuera de horario laboral, con clientes. Se junta a fumar y tomar un café con quienes conocen su vida, porque paradójicamente, es ella quien también busca atención en ellos.
Ha tenido buenas y malas experiencias, pero a diferencia de Camila, no ha ejercido la prostitución. Para ella, la llegada masiva de inmigrantes, lógicamente, iba a repercutir en el negocio sexual. “Es mucho tiempo esperando papeles legales para poder trabajar. Aquí te vay a dedicar a la prostitución o a ser ladrón. Si no quieres tener delincuentes o prostitutas en la sociedad, dale mejores oportunidades a los inmigrantes”, señala.
Aun así, la veterana cafetera entrega una opinión controvertida para el 2024. Ante el auge del movimiento feminista durante los últimos años, el trabajo sexual ha sido tema de debate por las propias feministas, pues implica la cosificación de la mujer sin tapujo alguno. Solo con el fin de satisfacer el apetito carnal masculino, las prostitutas retratan la imagen de un mundo “patriarcal” que aún no cae del todo.
Para Marianella, este es un trabajo necesario. “Las violaciones serían cinco veces más de lo que son. Alguien tiene que sacarle las ganas a esos pobres weones, porque lamentablemente el hombre es animal. Si tú querís que un hombre venga a razonar, miijita, siga esperando, porque eso no pasará”, reflexiona. Con tono duro y segura de sí misma, compara la cultura sexual chilena con la venezolana o colombiana. La educación conservadora con que crían a los niños, según dice, es la causa de que exista “tanto depravado” que ve en los cafés con piernas “presas fáciles”.
Matías Reyes coincide con Marianella, acorde a lo recabado en su estudio de 2019. Para él, pese a la incertidumbre acerca de una posible desaparición de los cafés con piernas, estos no se irán nunca, porque se encuentran anclados a la ciudad nacional. Más aún cuando son lugares céntricos. Ahora bien, no se refiere explícitamente a la prostitución, pero sobre la base de lo dicho por las cafeteras, la asociación es innegable.
Aunque las trabajadoras del Panal Vip no pueden explicitar todos los servicios ofrecidos bajo nocturnas luces, hay otros testimonios que sí narran todo lo que sucede en un día normal dentro de un café con piernas.
Camila se despide porque llega un nuevo cliente, no sin antes recalcar que se “psicosea” harto. “Me pregunto cómo llegué aquí. Me di la media vuelta y ahora estoy acá, pero no me siento menos ni me arrepiento, pero es brígido igual po”.