En una jornada de metal sin parar, Chile demostró que este género está más vivo que nunca. Thrash, power, folk, metalcore, progresivo y el black metal brindaron una clase magistral de cómo hacer música en vivo.
Por Vicente Flores
Estaba todo preparado para la quinta versión del Metal Fest en suelo nacional. Una vez más, el Movistar Arena sería invadido por la horda de fieles seguidores de uno de los géneros que más clama el público chileno.
Prueba de ello es la variedad de sonidos que hicieron retumbar el reducto ubicado en el Parque O’Higgins. Había para todos los gustos, y es que en eso mismo reside el valor del festival, porque una vez al año, se puede disfrutar de grupos muy distintos unos de otros.
Los primeros en salir a agitar a las masas fueron los nacionales Battlerage, quienes alrededor de las 1 de la tarde sacudieron el Hell Stage, escenario al aire libre y dedicado a las agrupaciones criollas.
Con un frontman histriónico y capaz de prender al apacible público que recién entraba al recinto, los representantes del heavy metal más clásico estuvieron a la altura. Pese a unos problemas con la energía que pararon el show durante unos minutos, la agrupación retomó su sonido poderoso y fueron la obertura perfecta para un día largo, pero que sería inolvidable por los presentes.
A las 2 de la tarde comenzó la algarabía en el escenario principal, el Devil Stage. Los encargados de abrir la jornada en el espacio ícono de los recitales nacionales, In Extremo, no desentonaron, porque cargados de energía, lograron convencer con su música hasta a los más ajenos que a esa hora esperaban por otras bandas.
Los legendarios del folk metal alemán demostraron su gratitud con Chile, luego del gran show que concedieron la noche anterior en Sala RBX. Pese a que en el Movistar no pudieron extenderse tanto tiempo -al igual que todas las demás bandas-, sus clásicas “Troja”, “ Kusss Mich” y “Weckt die Toten” fueron suficientes para previar lo que llegaría horas mas tarde.
El infierno de la vieja escuela
A las 15:15 saldría puntualmente una de las bandas que todo conocedor del thrash metal aprecia: Exodus. El quinteto formado en la bahía de San Francisco había estado en 2022 en Chile, por lo que sus fanáticos agradecieron el poco tiempo que hubo que esperar para volver a presenciarlos.
Los liderados por el maestro Gary Holt lo dieron todo durante la casi hora que tocaron. Los éxitos “Bonded by Blood”, “Blacklist” y “The Toxic Waltz” fueron como una apuñalada al corazón del Movistar, porque los mosh habían aterrizado en el coliseo.
Miles de metaleros gozaron el momento de escuchar en vivo a Exodus, la banda olvidada por el “Big Four” del thrash. Y más aún cuando Zetro Souza, vocalista de la agrupación, dijo en reiteradas ocasiones que le sonreía el rostro al retornar a Chile, y sobre todo ahora que estaban celebrando el aniversario n° 40 de Bonded by Blood, su disco insigne y que quedaría en la historia del metal californiano.
Pese al reclamado tiempo y horario de la banda por algunos fanáticos, Exodus se disfrutó como si hubiera sido su debut en Chile. Y tan solo minutos después, llegaría uno de los puntos más álgidos del día, con otra de las grandes bandas del género que, por desgracia, hace poco anunció su retiro de los escenarios.
A las 16:30 llegó la fusión del groove metal con sonidos originarios de Brasil. Sepultura volvía al Movistar después de su visita en 2022, cuando telonearon a Pantera y también participaron del Knotfest.
No hubo descanso para los thrashers nacionales, porque Exodus y Sepultura incendiaron la arena con guitarras desenfrenadas y voces hambrientas de saciar la locura de los miles que habían llegado para gritar hasta quedar sin voz.
Y así fue como las bengalas y los mosh no dieron tregua, entregando una de las postales más emocionantes de la jornada. “Arise”, “Territory”, “Refuse/Resist” y “Roots Bloody Roots” desencadenaron uno de los momentos donde más reinó el caos en el recinto. Y cómo no, si se despedía del público nacional Sepultura, los jóvenes metaleros que dieron a conocer el género de Latinoamérica a todo el mundo, codeándose durante los 90s con los más grandes del estilo.
Andres Kisser, Derrick Green, Paulo Jr y el debutante Greyson Nekrutman observaban a sus fieles seguidores, quizás recordando la primera vez que tocaron en Chile. Sin embargo, en un momento dado Kisser y Green bromearon con que “volverían” el próximo año ¿será real? Solo el tiempo lo dirá. Puede que quede como anécdota, nada más.
Nekrutman se ganó el clamor de la audiencia, porque supo reemplazar a Eloy Casagrande, otrora baterista que abandonó la banda poco antes de su gira de retiro. Así, no se extrañó ni siquiera el viejo sonido noventero de Sepultura. Por más que siempre haya críticos de la actual agrupación, -sin los fundadores hermanos Calavera- esta no es una banda de covers. Por el contrario, siguen engrandeciendo el legado del metal sudamericano, por lo que, por el bien de los thrashers nacionales, puede que la broma sobre volver el próximo año sea realidad.
El otro sonido del metal
Ya avanzada la jornada, el Movistar se desocupó por unos minutos, dado que gran parte de los asistentes habían ido para ver a la vieja escuela del thrash metal. No obstante, apenas se apagaron las luces cerca de las 17:45, los amantes del metal progresivo serían bendecidos por una misa consagratoria. Soen volvía, al igual que gran parte de las bandas, tan solo un año después de su exorbitante show en el Caupolicán.
Los suecos fundados por Martín López, ex baterista de Opeth, deslumbraron con una expresión de lo que es el metal más progresivo. Similares a la agrupación de la que salió López, Soen, deambula por varios géneros.
A ratos más death y por otros incluso thrash, los europeos armonizaron el ambiente, con guitarras perfectamente alineadas con la voz de Joel Ekelöf, a quien la fanaticada llamaba amistosamente “pelado” en reiteradas ocasiones.
Los guturales del calvo cantante no dejaron indiferente a nadie, por lo que Soen atrajo mucha gente a medida que avanzaba su show. Así, las clásicas “Lotus” y “Ubnreakable” despertaron a aquellos que a esa hora de la tarde ya sentían el cansancio.
Luego, cerca de las 19:15, llegó el turno de otro género que despierta pasiones en Chile. Gamma Ray, uno de los grandes del power metal alemán desenfundaron todo su arsenal repleto de clásicos que no se cansan de sonar en los reductos de espectáculos.
Los liderados por Kai Hansen, leyenda fundadora también de Helloween -el otro grande del power metal-, realizaron una estruendosa presentación, donde hit tras hit, hicieron saltar a todos los oyentes.
“Master of Confusion”, “Heaven Can Wait” y “Send Me a Sign” eran las balas que necesitaba el público de Movistar. Unos verdaderos cañones a toda marcha, uno tras otro, fueron lanzados hacia la audiencia.
El final perfecto
Cada vez quedaba menos para cerrar el día. Si no era suficiente hasta esa hora la diversidad de géneros, ahora llegaba el turno de los exponentes por excelencia del metalcore, Killswitch Engage.
Los norteamericanos volvían a Chile, y desataron la locura en el arena. Otra vez se hicieron presentes los mosh, y pese a que este género dista en algunas características del thrash, la vibra fue similar.
Jesse Leach y sus armoniosos y guturales cantos prendieron la noche, con clásicos como “My Curse”, “This Fire” y el tremendo cover de Dio, “Holy Diver”.
Así, la fanaticada más juvenil tuvo lo suyo. Aun así, al momento de sonar esta banda se dio una mezcla etaria que hizo saltar a aquellos que, quizás, estaban en su primer gran evento, como a aquellos que ya son habituales asistentes.
Finamente, las luces se apagaron a las 22:30. Era el momento para observar a los maestros del black metal, aquellos que fundaron el género extremo al lado de grandes bandas como Mayhem, Burzum o Inmortal. Ihsahn, representante máximo de la música nacida en tierras nórdicas, se mostró agradecido del público. Pese a que habían venido en 2022, ese concierto en el Caupolicán era su debut. Más de 20 años habían esperado sus seguidores para escuchar y ver a una de las bandas más icónicas de su género.
Así, el inicio con “Into The Infinity of Thoughts” desató los headbanging más locos de la noche. Gente de todas las edades presenció una obra clásica, cuyos exponentes, muy serios en su estilo, sabían que los presentes habían esperado todo el día por ellos.
“Inno a Satana” fue un karaoke a viva voz, y así el Movistar se convertía en un escenario muy ajeno a lo generalmente vivido en su interior. Los mosh fueron aún más descarriados que los anteriores, y un verdadero círculo de fuego se formó al centro del recinto.
Pese a que tocaron cerca de una hora y quince minutos, Emperor dio lo que todos esperaban, una cátedra del black metal, género muy lejos de ser de nicho, pues el espacio estaba casi a su tope en cancha.
Así cerró la primera jornada. Tanto el black como el thrash o el power metal fueron la dosis necesaria de metal que Chile necesitaba. Y es que eventos tan grandes como el Metal Fest no son tan comunes. De hecho, cabe recordar que este festival no se realizó por varios años desde su debut. Sin embargo, ante la reciprocidad con que el público respondió a sus ídolos, es dudoso que tengamos que esperar tantos años para volver a vivir algo así.