Por Valeria Cifuentes
Toda mi vida ha transcurrido en La Cisterna, una comuna al sur de Santiago y de la que albergo los mejores recuerdos de niñez, en las calles de mi barrio y en mi colegio en El Llano. Aunque la mayor parte de mi educación la recibí en colegios de Peñalolén, una comuna al oriente, a unos 12 kilómetros de mi casa. Bastan solo 25 minutos por autopista para que el panorama cambie y que te encuentres en un lugar más verde.
Si bien mi primer acercamiento a este fenómeno fue en esa comuna, después descubrí lugares como Lo Barnechea o Las Conde. En un principio me costó creer que coexistieran dentro de la misma ciudad donde yo vivía. Allí todo es tan distinto… Las plazas tienen pasto y árboles, mientras que en las comunas más pobres, los espacios comunes están olvidados, son de tierra y unas pocas tienen pasto, pero en mal estado o con personas en situación de calle viviendo en ellas. Nuestras calles deterioradas son solo un reflejo del deterioro general de la calidad de vida de los “cisterninos”.
«¿Cómo es posible que la diferencia dentro de una misma ciudad sea tan extrema?», me preguntaba a mi misma con la voz inocente de una estudiante de 18 años que comenzaba a aprender a viajar por la capital. La respuesta fue tomando sentido poco a poco, mientras leía estudios sobre la polarización y distribución de ingresos. “Los ricos con los ricos y los pobres con los pobres”, pensaba. Luego me di cuenta que la desigualdad entre las comunas es un problema más grande y preocupante de lo que creía, ya que la falta de recursos y oportunidades afectan cada vez más. La situación es todavía peor entre las comunas que son más pobres, como San Ramón o La Pintana.
Aunque la población de La Cisterna ha crecido, la sensación de desigualdad e inseguridad está en aumento y hace más evidente el contraste. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), los ingresos de quienes viven en mi comuna no suelen sobrepasar los 700 mil pesos, mientras que en las comunas más acomodadas del sector oriente, los ingresos en promedio superan los 2 millones de pesos.
Es una diferencia abismal que se traduce en infraestructura deficiente, educación pública de mala calidad y casi nulo acceso a centros de salud, lo que nos condena a perpetuar las desigualdades, ya que quienes nacen en La Cisterna no tendrán las mismas oportunidades para surgir que quienes tienen la suerte de nacer en un sector adinerado. Lamentablemente, muchas de estas personas desesperadas por salir de la pobreza y de querer vivir con lujos, entran en el mundo de la delincuencia y el narcotráfico.
La situación que me ha llevado a tener, por un lado, vecinos con casas muy pobres y, por otro lado, vecinos con mansiones.
La inseguridad es una preocupación constante. Los robos, la violencia y la muerte respiran en la nuca cada vez que una sale de la casa, pero no podemos hacer nada para protegernos. Mientras en Las Condes se observa seguridad ciudadana en cada cuadra, en La Cisterna he visto una sola vez un auto de seguridad, pero era de Santiago Centro. Es necesario que las autoridades pongan más atención a estos problemas urgentes, que no son exclusivos de aquí y que afectan a más personas de lo que pensamos. Vivir con miedo, con necesidades y en el olvido, es una situación injusta que tanto los habitantes de La Cisterna como de otras comunas soportamos a diario, a la espera de un cambio que nos brinde seguridad y una vida digna.
Mientras tanto, mejor salgo a caminar sin el celular.