Un closet lleno de arcoíris

“Le dejo al mariconcito profesor, hágalo jugar”. Las palabras de la inspectora del colegio todavía resuenan en la cabeza de Bastián, aunque de eso han pasado tres décadas. Es prácticamente el mismo tiempo transcurrido desde que se instauró el Día Internacional Contra la Homofobia. Esta semana, en la conmemoración número 33, él quiso compartir su historia, con otros miembros de la comunidad LGBTQ+ y con Cooler.

“Yo de pequeño me daba cuenta que mis sentimientos eran distintos y que me gustaban los niños y no las niñas”, aclaró Bastián. A los seis años, aquel niño moreno con barriga sentía represión que, en ese momento, era difícil de detectar, pero que en su mente era inconfundible: “Me cuestionaba el hecho de que mis sentimientos y mis emociones no eran correctos”, dijo, pues lo que se hablaba y veía en casa era lo común de la sociedad de ese entonces y los comentarios se basaban en “¿te gusta una niña o no?, te tienen que gustar las mujeres, ¿cuál te gusta del Morandé?” y cuando aparecían chistes sobre la homosexualidad en la televisión, inmediatamente “eso no está bien”. Gracias a ese tipo de cosas, Basti, como lo apodan, fue “reprimiendo y apagando mi verdadera personalidad”.

El infierno de la educación básica

En primera instancia, el colegio no fue un lugar agradable para Bastián, a pesar de que tenía amigas, no era suficiente para sobrevivir a las clases. Se fue “refugiando en el teatro y coro”, comentó. El canto, danza y actuación lo sacaban del monótono perímetro enrejado escolar y al compartir ahí con sus amigas comenzaron a participar de actos o talleres fuera del establecimiento.

Aquello lo disfrutó por un tiempo, sin embargo, fue un arma de doble filo que le jugó en contra los próximos años. “Mientras crecimos, mis compañeros se comenzaron a percatar de mis gustos, los que eran muy distintos a los suyos”. En educación física, rodar el balón en el pavimento era para los hombres, por lo que Basti optó por infiltrarse en la clase de las niñas. “Ellas siempre me llamaban, pues sabían que a mí me gustaba… pero los profesores lo veían como algo malo. Varias veces me citaron el apoderado”,contó.

La discriminación llegó más lejos, pues le prohibieron tajantemente que fuera a la clase de las compañeras: “Ahí comenzó mi calvario. De sexto a octavo básico”, expresó. Las amenazas por parte del docente a cargo eran notables y lo obligaban a participar del fútbol, “me pondría una mala nota si no jugaba. Aquello solo para mí”.

Frente a la pubertad de sus compañeros, comenzó a “quedar atrás”. Los camarines eran la incomodidad en su máxima expresión para Bastián, pues debía escuchar cómo hablaban “de la cintura femenina para abajo, de sus fiestas y de los pechos de una amiga”, mientras él estaba encerrado duchándose con la inocencia de aún estar en el taller de teatro. Su día a día empeoraba cada vez más, pues comenzó un bullying aterrador: “Amenazas, golpes, me lanzaban la mochila por la ventana, mis lápices, me pegaban chicle en el pelo, en la silla, ninguno me elegía para jugar en su equipo, el profesor se reía de mi”, confesó.

Además, cuando al fin tomó la decisión de contarle a sus padres lo que pasaba en el colegio, ocurrió lo impensado: “Mi papá se hizo el loco y mi mamá optó por hacer lo peor: me iba a dejar, entraba al grupo de mis compañeros y les decía <<Hola niños, les dejo al Bastián para que lo integren>> y yo me escapaba”.

Lub-dub, lub-dub, lub-dub. El corazón de Basti se agitaba, pues la inspectora lo hizo pasar “la peor humillación que me han hecho en la vida”. Corría el año 2008, octavo básico, y la mujer de delantal blanco lo encontró escondido en el estante de su aula. No quería jugar fútbol y se escapó. “Me llamó la atención, me llevo del brazo hacia la clase y dijo <<le dejo al mariconcito profesor, hágalo jugar, porque no puede ser que esté llorando como las niñitas en la sala>>”. No conforme con eso, fue y llamó a su madre por teléfono diciendo que “debería educarme mejor, porque estaba pasando una <<situación grave>> y que, como institución, no querían malas influencias para sus estudiantes”. De acuerdo a ello, lo inscribieron obligadamente al psicólogo del colegio, quien le decía: “Campeón, compadre, tienes que aprender a ser hombre”, agregó.

Nueva vida, doble vida

“Me fui y desaparecí de la vida de todos ellos”. La mañana del primer día de clases tiene una sensación muy peculiar y, sobre todo, cuando es en un colegio nuevo. El Liceo Comercial de Viña del Mar fue el establecimiento que causó ese sentimiento en Bastián cuando abrió sus ojos aquel día, lo que no sabía era que esa jornada le provocaría un giro en 180 grados. “Comenzó la mejor experiencia de mi adolescencia, dónde me sentí acogido desde el minuto uno por mis compañeros, aceptado y, por primera vez en mi vida, tenía amigos varones de mi edad”, dijo. En ese momento, Basti desenvolvió públicamente su verdadera personalidad.

Por otro lado, su fachada también tuvo una transformación. Su closet se tintó de negro, la barriga desapareció y su cabello oscuro y largo cubría uno de sus ojos. “Cambié mi imagen de niño bueno y bien portado, opté por una actitud rebelde y al fin sentía que podía gritar lo que sentía y expresar mis sentimientos”. Aunque ya estaba claro de su orientación sexual, la sociedad indirectamente lo empujaba a seguir intentando con el sexo opuesto. Tuvo un romance con una chica de su curso y experimentó su primer beso, sin embargo, confirmó que no era lo suyo, incluso, ella misma se percató y se convirtieron en  grandes amigos. “Ahí decidí, totalmente, entrar de lleno en mi personalidad real”.

Luego de ese episodio, el joven que se integró a la “tribu urbana” emo (acotación de emocional) tuvo su primer amorío con un compañero y comenzaron las “sospechas fuertes” en su familia. “Cartas, mensajes de texto y noches enteras hablando por teléfono tenían preocupados a todos en mi casa”, agregó. Desde ese entonces, la experimentación por cosas nuevas lo llevó a salir, beber, tener contacto físico con hombres  y confesó que “me sentía muy feliz”.

Nuevamente, lo cambiaron de colegio y regresó a su colegio inicial, con la diferencia de que fue en otra sede. “Esta vez fue todo distinto, llegué con otra actitud, más seguro, más rebelde, más independiente y tuve una excelente experiencia”. Ganó reinados, volvió a participar en el taller de teatro, tuvo nuevos romances y se sentía cómodo, mas no vivía 100% pleno, pues “todo esto era en secreto”, reveló. Un fin de semana, al salir a bailar de noche, sintió un flechazo directamente en el corazón: ”Conocí a un chico y comencé a tener una relación más cercana. Viajé lejos por primera vez, conocí a su familia y el secreto cada vez se hacía más grande y las mentiras se hacían más eternas”, sentenció.

Una dolorosa, pero aliviadora verdad

No todo podía ser perfecto, y menos si la perfección era sostenida por una vida paralela y mentiras constantes. Al cumplir un año de relación con el chico que conoció en la pista de baile, sus padres abrieron su notebook por una emergencia y se encontraron con algo que no esperaban: una fotografía de ambos jóvenes besándose. Tras ese suceso, la verdad salió a la luz y tuvo que confesar su orientación sexual. “Recibí rechazo de mis padres, soporté llantos y humillaciones en privado. Mi mamá dejo de hablarme por tres meses y solo mis abuelos me apoyaban”. Cuando quería salir de casa, ellos se hacían cargo frente a algún altercado y le entregaban dinero a escondidas.

Debió soportar reiteradas discusiones entre sus padres y abuelos, “hasta que mi papá fue entendiendo que no me podía cambiar. Habían cometido un error gigante conmigo y el trauma ya estaba hecho. Mostrar programas para mayores de edad no debió haberse hecho”, reflexionó Basti. De a poco recibió disculpas, nuevamente llantos, pero esta vez “fueron de culpabilidad y fui cambiando mi actitud, como ellos también conmigo”.

11 años han transcurrido de aquel suceso y el amor continúa prevaleciendo en la relación con el mismo chico.

 “Ahora, adulto, me percaté de cosas que antes no. Fui madurando y creciendo, tanto en lo personal, como en lo social”. Las causas sociales le fueron llamando la atención y se hizo activista de la comunidad LGTBQA+ y de la agenda feminista. Sobre la confianza en lo divino fue claro y tajante: “Hice las pases con Dios, no así con la religión”, confesó.

Bastián cree que, generalmente, la sociedad se “abrió” y las nuevas generaciones tienen claro lo que se viene y cómo avanza el mundo. Por otro lado, entiende que no se puede exigir tanto a la gente mayor que “creció en el odio, discriminación, en dictadura, en dónde era primordial hacer sentir mal al que era diferente. Pero la nueva generación cambiará el mundo y ya lo está haciendo”. Además, dijo que, a pesar de la contingencia, “la juventud está a favor de la diversidad” y, en algún momento, “la sociedad chilena machista entrara en proceso de extinción”, sentenció el joven que llevó un arcoíris encerrado dentro de su closet durante 17 años.

Por experiencias como esta y muchas otras que han sido visibilizadas en los últimos años es que en este día la comunidad LGBTQ+ sale a las calles a conmemorar que la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad mental por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además, el Movilh anunció que Melipilla, Ovalle y Pirque se sumaron a la Campaña Arcoíris (hace un llamado a instituciones a apoyar el movimiento), por lo que lograron llegar a 93 entidades adheridas. Por otro lado, ayer exigieron en el Congreso Nacional, junto al Partido Liberal, urgencia a la reforma de Ley Antidiscriminación.