No es para nadie una novedad si decimos que vivimos en una era digitalizada, en donde las pantallas y la tecnología son cada vez más escenciales en nuestra vida cotidiana. La conectividad nos brinda un sinfín de oportunidades y permite que la distancia geográfica entre las personas ya no sea un impedimento para poder transmitir un mensaje, para bien o para mal.
Lamentablemente, la inmediatez y la barrera de la virtualidad generan el ambiente propicio para un caldo de cultivo de acoso y agresión.
Para dimensionar la magnitud del problema, tiempo atrás, el bullying se asociaba principalmente al ambiente escolar o se asumía que provenía del entorno cercano de la persona, siendo casi siempre el hogar un lugar seguro en donde las agresiones se “quedaban afuera”. Actualmente, la realidad es completamente distinta y abrumadora, ya que mediante las redes sociales se puede ser víctima de ciberbullying las 24 horas del día, sin importar dónde estés y con prácticamente completa impunidad para los agresores, debido a lo fácil y accesible que es tener una cuenta anónima. Por otro lado, difundir y viralizar información es extremadamente rápido, lo que lleva a que el contenido perjudicial se propague más rápido que un incendio. En solo minutos, la reputación de una persona puede ser destruida, trayendo consigo graves secuelas psicológicas, de las cuales es muy difícil definir un responsable.
La depresión y la ansiedad son solo algunos de los síntomas del ciberacoso, ya que en casos extremos las víctimas pueden llegar a atentar contra sus vidas, en un intento de librarse de esta situación que pareciera no tener salida. Esto se vio reflejado en el reciente caso de Galee Galee, un cantante urbano chileno a quien su expareja le realizó una “funa” por una supuesta infidelidad. Si bien, el joven de 29 años sufría de depresión desde antes, el linchamiento que recibió online fue un gatillante suficiente para que tomara la decisión de quitarse la vida. No obstante, este no es el primer ni el único caso que existe en nuestro país, ya que en el 2018, se daba a conocer otro sucidio por ciberacoso. Katy Winter, una estudiante de 16 años, decidió terminar con su vida un día después de haber sido blanco de múltiples agresiones verbales vía Facebook por parte de sus propios compañeros de colegio.
Debemos quitarnos las vendas de los ojos, estos hechos son preocupantes y es necesario que sean visibilizados, porque situaciones así ocurren y seguirán ocurriendo si no hacemos un cambio en la forma que nos relacionamos. A su vez, las redes sociales deberían tomar medidas y hacerse cargo de la falta de consciencia y la irresponsabilidad moral de sus usuarios. Estas plataformas deberían ser los primeros en promover y asegurar un ambiente de respeto para las personas, en donde el ciberacoso sea intolerable, perseguido y castigado. Para esto tendrán que mejorar los canales de denuncias, a su vez que gestionar una rápida respuesta ante una agresión, con el fin de eliminar lo antes posible las publicaciones, comentarios y cuentas que vulneren la sana convivencia. También, es fundamental que se tenga una base de datos con la identificación de toda persona que quiera crearse una cuenta, esto mediante una verificación de identidad que sea efectiva, de modo que nadie sea realmente anónimo para poder encontrar de manera oportuna a quienes se vean involucrados en alguna agresión.
Por último, como usuarios también podemos contribuir a crear una sociedad digital segura, inclusiva y respetuosa. Al denunciar comentarios y no difundir contenido en contra de alguien, no solo estamos ayudando a frenar este fenómeno, incluso podríamos estar salvando la vida de una persona.