El presidente electo brasileño llega a una realidad nacional muy distinta a la que tuvo en sus dos mandatos anteriores. Hoy Brasil parece cortado por un cuchillo, con dos partes antagonistas entre sí. Un país polarizado en que el bolsonarismo copó espacios de poder y se convertirá en un bache importante para el progresismo.
Escrito por Andrés López Awad
La elección efectivamente fue histórica. Lula logró hacerse con la segunda vuelta, dejando atrás por apenas 1,8 puntos porcentuales en 124 millones de votos, a un Jair Bolsonaro que se convirtió en el primer Presidente de Brasil en ejercicio que no pudo concretar un segundo periodo. Así, Da Silva enfrenta un proceso en el cual las condiciones políticas, en términos de correlación de fuerzas y gobernabilidad, han cambiado.
Tendrá que mover sus fichas con cuidado para ofrecer un proyecto que enfrente la crisis económica, el alza en el costo de la vida, la desconfianza hacia las instituciones y el aislamiento sociopolítico de Brasil. Todo, bajo el asedio constante del ala dura de la ultraderecha a nivel interno y con la expectativa de liderazgo para una Latinoamérica gobernada en su mayoría por el progresismo.
En este nuevo escenario, en que la ultraderecha controla el poder territorial al triunfar en las principales estados, entre ellos Sao Paulo, el más grande del país, Lula deberá diseñar un nuevo relato que dé gobernabilidad. El analista internacional y doctor en historia, Fernando Wilson, asegura que el presidente electo «tendrá que sostener un discurso mucho más centrista, particularmente, si pretende sobrevivir o retener a Gerardo Alckmin dentro del gobierno. Por tanto tendrá que tener una aproximación mucho más conciliadora, más aún reconociendo que tiene, para todos los efectos prácticos, un empate con Bolsonaro».
Respecto a si esto se trata más de un triunfo bolsonarista o una derrota de las fuerzas progresistas, Wilson cree que es un poco de ambas. Que se nota un avance de las fuerzas probolsonaro y al mismo tiempo «un desfonde de las fuerzas progresistas del PT, muy afectados por las acusaciones de corrupción que eran la base o la plataforma política sobre la que construían su sistema de gestión».
El nuevo dibujo geopolítico
Lula significa mucho para la centroizquierda latinoamericana, por lo que, otro desafío que enfrentará será nivelar las expectativas en torno a su figura, a partir del cambio de discurso al que deberá constreñirse ante un Brasil polarizado. El historiador brasileño, Felipe Lichand Paulino, es poco optimista con el rol de Lula respecto a Latinoamérica: «La versión progresista de Lula podría avanzar en un bloque económico con mucha fuerza con dinámicas capitalistas y reformas sociales, unificando a América Latina. Para mí, este Lula será algo mucho más profesional y simbólico».
Asegura que con la consolidación de las distintas derechas en la región, hace más compleja la situación para todos los ejes progresistas, en el cual Lula no es la excepción. «En Argentina y Chile no logran gobernar bien, en Perú y en Colombia ni siquiera empiezan a gobernar, así que no hay claridad sobre las condiciones de gobernanza de Lula. Me parece que no va a avanzar nada».
Wilson también cree que el triunfo de Lula no representa el comienzo de un nuevo ciclo político para Latinoamérica, «pero efectivamente el progresismo está tratando de crear esa concepción porque está notando una pérdida sostenida de la inercia que han tenido en sus gobiernos desde el estallido de la pandemia, lo cual representa un tremendo problema en términos de gestión de liderazgos».
Así, el doctor en Historia, sostiene que «Lula puede ser un liderazgo, pero mítico y no práctico, porque su gobierno va a ser mucho más centrista de lo que muchas aproximaciones de izquierda quisieran, como Cuba, Venezuela o Nicaragua; pero también para liderazgos complejos, como Castillo en Perú o incluso Boric en Chile, su gobierno no va a resultar muy cómodo».