Tai Long regresó al Valle de la Hoja tras muchos años de prisión, guiado por la esperanza de encontrar el legendario Rollo del Guerrero Dragón. Creía que con su poder podría convertirse en el verdadero dios del kung fu.
—He vuelto a casa, maestro —dijo Tai Long con voz firme.
—Esta ya no es tu casa… y yo ya no soy tu maestro —respondió Shifu, con una mirada llena de tristeza y determinación.
Frente al templo que una vez llamó hogar, lo esperaba su antiguo maestro, Shifu, con la serenidad de quien sabe que el destino ha llegado a tocar su puerta.
La batalla comenzó de inmediato, y la diferencia de poder era evidente. El que alguna vez fue un sabio mentor, terminó siendo superado por el alumno que había criado como a un hijo. Tai Long, ahora consumido por la sed de poder y venganza, derrotó brutalmente a Shifu, acabando no solo con su vida, sino también con su legado en el kung fu.
Pero…..¿Por qué Tai Long querría acabar con la vida de quien alguna vez fue su maestro? Adéntrate en este viaje al pasado.
Po, el elegido como el verdadero Guerrero Dragón, llegó justo a tiempo para presenciar la caída de su maestro. Lleno de furia y dolor, se lanzó contra Tai Long, pero pronto se dio cuenta de que no era rival para alguien que había dejado atrás toda compasión.
La pelea entre ambos fue titánica, quizás la más grande en la historia del kung fu. Golpe tras golpe, técnica tras técnica, los dos lucharon hasta quedar exhaustos, lanzando sus últimos ataques como si cada uno pudiera ser el final.
Con el aliento entrecortado, Po pronunció —sin saber que serían sus últimas palabras—:
—Nunca podrá ser un Guerrero Dragón aquel que se ha dejado consumir por el mal…
Tai Long, tambaleante y cubierto de sudor, sangre y gloria, reunió sus últimas fuerzas y lanzó un golpe final. Po cayó al suelo. Sus palabras aún flotaban en el aire, como un eco perdido entre los muros del templo.
El silencio envolvió todo. Las nubes cubrieron el sol, y la oscuridad se apoderó del lugar sagrado. Tai Long se mantuvo en pie, jadeando, rodeado de ruinas, cenizas y recuerdos a sus pies, los cuerpos del maestro que lo formó y del guerrero que intentó detenerlo. Lo único que quedaba de su antiguo ser era la sombra de un deseo cumplido.
Con el Rollo del Guerrero Dragón en sus manos y sin nadie que se interpusiera, Tai Long descendió del Valle de la Paz con un solo propósito: conquistar toda China. Su furia era incontenible, su técnica imbatible. Pueblo tras pueblo, maestro tras maestro, todos caían ante él.
El equilibrio del kung fu se rompió para siempre. Donde antes reinaba la armonía, ahora dominaba el miedo. Tai Long se autoproclamó el único dios del kung fu, y nadie podía contradecirlo. El cielo ya no era azul, sino gris, cubierto por el humo de templos reducidos a escombros.
Y así, en la cima de la Montaña de los Mil Ecos, Tai Long se sentó en su trono de jade, contemplando un mundo que le pertenecía. Un mundo donde el kung fu ya no era un camino hacia la paz, sino la herramienta definitiva de su dominio.