La institución creada por la religión católica perseguía a quienes consideraba culpables de delitos contra la fe. En Chile, se establecieron los “comisarios de la Inquisición” y las mujeres fueron quienes sufrieron las mayores persecuciones. Natalia Urra, académica y doctora en Historia Moderna corrobora, pero también desmiente, algunas de las principales prácticas de este tribunal. Conoce más detalles en la Edición N°0 de Revista Lunáticas.
Por Cecilia Ambler
En 1487 los inquisidores alemanes Heinrich Kramer y Jakob Sprenger publicaron el libro Malleus Maleficarum (El martillo de brujas en latín). El texto buscaba explicar —sin sustento— las desgracias que azotaban a la sociedad en la Edad Media. Era una especie de manual para identificar y castigar a los y las culpables de brujería, especialmente a las mujeres, ya que las describía como predispuestas a los engaños del demonio por ser “más crédulas, más propensas a la malignidad y embusteras por naturaleza”. Desde la publicación del escrito, comenzó la época crítica de la caza de brujas. Incluso, en 1657, el Vaticano prohibió su persecución, sin embargo, no se detuvo en los lugares ajenos a la autoridad del papa.
Natalia Urra, doctora en Historia Moderna con investigaciones sobre estudios inquisitoriales, afirma que “la Inquisición como tal nunca penalizó el concepto de brujería, lo que sancionaba era el delito de superstición”. La académica explica que esta práctica generalmente estaba compuesta por tres aristas: idolatría, que es adorar a otro Dios; apostasía, que consistía en renegar de Dios y blasfemia, es decir, hablar en nombre de Dios. Cuando se cometía algún tipo de esas acciones, la Inquisición lo denominaba “superstición”.
Para comprender en profundidad el origen de este pensamiento, es necesario conocer la finalidad del Tribunal de la Inquisición. Fue creado por la Iglesia Católica y era el encargado de perseguir y castigar a los herejes, es decir, a quienes negaban los dogmas establecidos por la religión, como también a los disidentes de esta.
Prácticas supersticiosas
Miguel Cruchaga Tocornal, quien fue fundador y presidente de la Academia Chilena de la Historia, en su ensayo Algo sobre la Inquisición (1942), cuenta que los “enemigos de la iglesia católica” la describen como “la institución más horrenda que haya existido en la historia del mundo” y que sus víctimas eran “destinadas a morir en la hoguera ardiente, a ser descuartizadas por potros que se disparan en direcciones distintas, sometidas a torturas despiadadas que desgarran las carnes y desarticulan miembros de hombres y mujeres, de niños y ancianos, y todo ello por el delito de proclamar el derecho sagrado de la libertad de conciencia y pensamiento”.
En el caso de Chile, Natalia Urra dice que la persecución hacia la práctica supersticiosa “es algo netamente hispano y que se desarrolla en el país a partir de la conquista y posteriormente la colonización”. Si bien en el territorio nacional no se estableció la Inquisición como tal, en su lugar estaban los llamados “comisarios de la Inquisición”. “Por eso hay algunos casos que comienzan en Chile, pero finalmente terminan penalizándose o enjuiciándose en Lima”, afirma. Agrega: “Los inquisidores limeños analizaban si realmente merecía la pena desarrollar un juicio o en realidad era un simple pecado que debía ser sancionado a través de la penitencia. Mientras que si era una herejía, tenía que ser penalizado por los mismos inquisidores”.
La investigadora sostiene que en el contexto del antiguo régimen americano existían tres justicias: la regia, que era la justicia del rey o seglar, encabezada por la Real Audiencia; la episcopal, dirigida por los obispos y por tanto la aplicaba el “curita del pueblo” y la inquisitorial, que era la justicia religiosa que se regía por el derecho canónico, pero al mismo tiempo velaba por los intereses del rey. “En el caso de Chile, mayoritariamente fueron juicios de la justicia regia y episcopal”, asegura. Además, en el territorio ocurría que personajes indios o mestizos realizaban prácticas “mágico-religiosas” propias de su identidad precolombina. Como ellos nunca estuvieron bajo jurisdicción inquisitorial, no podían ser juzgados por su tribunal. “En ese caso intervenía el curita del pueblo. La penitencia era asistir a misa, rezar tantos credos, confesarse tantas veces al año y ahí se iba un poco ejerciendo este control social”, dice la historiadora.
El ensayo de Miguel Cruchaga Tocornal también habla de los juicios realizados en Chile, basados principalmente en causas que en la época se consideraban graves: “Muchos por hechicería; otros por haber dicho que ‘en el otro mundo no lo pasarían mal’; otros por expresarse en contra de ciertas decisiones del Concilio de Trento; otro porque, jugando a los naipes, un jugador dijo, lanzando una carta, ‘válgame Dios’ y otro contestó ‘más vale el diablo’”.
Persecución femenina
Las mujeres fueron quienes sufrieron la mayor persecución por parte de los comisarios en Chile. Una de ellas fue María Hernández, también conocida como “la Pulga”. Fue mencionada en 1868 por el diario La Estrella de Chile, donde se aseguraba que era una “hechicera” oriunda de la localidad de Penco que fue condenada a 200 azotes y desterrada por cinco años al pueblo de Lambayeque del obispado de Trujillo, en Perú. A pesar de que algunos textos aseguran que fue quemada en la hoguera, Urra aclara que la Inquisición no quemaba brujas, sino que el castigo que daba era más bien una “pedagogía del miedo”, es decir, exponer el cuerpo maltratado frente al público “para que temiera y de alguna forma practicar el control social”. Por lo mismo, considera importante distinguir el término de brujería con el de hechicería. El primero, está asociado al pacto explícito con el demonio y tiene un arraigo más cultural, “muy de esta Europa nórdica protestante, del bosque, el frío, la lluvia”, dice. La Inquisición lo que penalizaba era la hechicería, más bien a “a la hechicera que pertenece a la Europa seca y cálida, mediterránea, España e Italia y ciertos sectores de Francia”, que eran visitadas por jóvenes que rondaban los 20 y 40 años, que estaban “en toda su plenitud erótico-afectiva” y que constantemente buscaban la intervención de hechiceras para “atraer a un amante que no solamente le brindara afecto, sino también protección social frente a la comunidad”, detalla la doctora en Historia Moderna.
A raíz de sus investigaciones cuenta que muchas sanciones consistían en la vergüenza pública. “El castigo que hacía la Inquisición era desnudarla (a la mujer) de la cintura hacia arriba, sentarla sobre un burro, pasearla por la ciudad y un pregonero iba gritando que era una supersticiosa y arrepiéntete”, cuenta. Después eran desterradas a pueblos alejados de Lima, para desvincularlas completamente de sus redes, de su pasado e historia. “Y ya estando en el destierro, venía el confinamiento”, agrega Urra.
Según la académica de la Universidad Andrés Bello, la percepción de lo brujeril cambia en el siglo XIX, donde ya en el XVIII con la era de la ilustración y el pensamiento racionalizado, se comienzan a dejar de lado los sentidos y sentimientos y los ilustrados se caracterizan por asegurar de que Dios no existe. “Entonces, si no existe Dios ¿cómo va a existir la brujería y el demonio?”, dice. Por otro lado, en el siglo XIX comienza a aplicarse la medicina como ciencia, por lo que la historiadora considera que “ahora el fenómeno histórico ya no es perseguir brujas, sino que a mujeres locas, carentes de raciocinio, esquizofrénicas e histéricas”.
La historia continúa escribiéndose y el significado de «bruja» y «hechicera» ha evolucionado con el tiempo. Aunque las prácticas de la Inquisición parecen haber quedado atrás, muchas mujeres siguen siendo estigmatizadas y tratadas como brujas, como si eso fuera algo negativo. Natalia Urra se define como una y afirma: “Ser bruja es ser la persona que tú quieres ser”.