Francisco Covarrubias contestó con agenda abierta, en 47 minutos, sobre temas clave como sus expectativas en el nuevo cargo, la actualidad y el futuro de la universidad, analizó la situación del país y el escenario de los medios de comunicación.
Por Paulette Fuentes
A casi un mes de empezar su nuevo cargo como rector de la Universidad Adolfo Ibáñez, Francisco Covarrubias recibe en la puerta de su oficina y con un gesto de bienvenida invita a entrar. Lo primero que resalta en su hábitat son las grandes estanterías que se encuentran al fondo de la sala, llenas de libros de temas de política, filosofía, deportes, tecnología y más. Hay también toques personales del rector: en uno de los estantes, varias figuras de ovejas y en la parte superior del mueble una foto de él con uno de sus tres hijos.
Covarrubias nos invita a sentarnos en la mesa frente a su escritorio, junto a una ventana con vista a la vegetación de la universidad en Peñalolén. Antes de empezar, deja una lata de Coca Cola Light y un rompehielos en su zona de trabajo, mientras comenta que él también estuvo antes involucrado en el mundo del periodismo, pues trabajó para El Mercurio y fue director del Diario Financiero. Su esposa también es periodista, le comentamos.
―Bueno, mi mamá también ―dice algo sorprendido y lanza una sonrisa.
Puede ser que esa experiencia en el periodismo le haya dado la confianza en sí mismo para no preguntar previamente los temas que trataría en esta entrevista con Cooler y acceder rápidamente a nuestra petición. Habló sin condiciones previas y dijo, entre otros temas, que le agradan los estudiantes con la “llama del entusiasmo”, que los profesores son los grandes responsables del éxito de la UAI, que le interesa crear nuevas carreras, pero “distintas a lo que hoy se ofrece”, que su meta es erguirse sobre lo realizado, apurar el tranco en algunas cosas, seguir mejorando, generar una mística interna e insertarse en los problemas del país.
De cejas frondosas, barba cuidada y rostro anguloso, Covarrubias (49) es ingeniero comercial y magíster en ciencia política en la Universidad Católica, y Master of Arts en Economía en la Universidad de Navarra. Del periodismo emigró a la educación superior. En la UAI ha sido decano de Pregrado entre 2010 y 2014, y desde ese año hasta su nombramiento como rector, decano de la Facultad de Artes Liberales. Como docente, ha impartido la cátedra de Historia del Pensamiento Económico.
La universidad que sueña
-Para usted, ¿cómo sería su Universidad Adolfo Ibáñez soñada?
-Mi sueño es una universidad con prestigio, donde seamos una voz relevante en el país y podamos, en el fondo, como comunidad, tener una incidencia mayor aún a la que ya tenemos nacionalmente. También, hacia adentro, mi sueño es tener una universidad donde los estudiantes tengan una gran cantidad de iniciativas sobre las que puedan trabajar, pensar y debatir. Me interesan los estudiantes que porten la llama del entusiasmo, que, si bien hoy día tenemos, me gustaría que fuera aún mayor.
-¿Cómo planea incrementar esa llama en los estudiantes?
-Esto no es una cosa de arriba hacia abajo, de estructuralismo, sino que fundamentalmente es generar condiciones que afloren esa idea, esos entusiasmos. La universidad, en la que llevo 14 años, ha avanzado muchísimo, pensando que hace 25 años no existía. Esto era un peladero en un cerro. He podido ver no sólo cómo ha crecido la cantidad de edificios, cómo han crecido las áreas verdes, sino que también cómo ha crecido el entusiasmo de los estudiantes y las organizaciones que han surgido. Uno aspira a que esto siga incrementándose, y tal vez a tasas más rápidas.
-¿Existe algún plan para incentivar a los estudiantes a tener esta llama que usted menciona?
-Sí. El primer plan -me tocó participar en él- es el fortalecimiento de la formación en artes liberales. Me parece que eso ha sido muy decisivo desde el ámbito académico, como muestran las encuestas y los distintos estudios empíricos que tenemos. Para los estudiantes no ha sido indiferente someterse a discutir temas que son relevantes y estar durante su estadía en la universidad no solo aprendiendo de la profesión a la cual se van a dedicar en el futuro, sino que sobre cosas tan relevantes como quién debe gobernar, el rol de la mujer, la pobreza o la justicia. Me parece que eso ya es un ámbito muy ganado. Ahora, la pregunta es cómo sacamos eso de la sala de clases y cómo empiezan a pasar más cosas sobre las cuales podamos, en el fondo, generar esa participación. Por supuesto que son charlas, pero es más que eso, es un conjunto de múltiples actividades.
“El trabajo lo hace cada profesor en el aula”
-¿Usted considera que la internacionalización y el programa de artes liberales fueron relevantes para su nombramiento?
-No sé la definición que haya tenido la Junta Directiva para decidir quién iba a ser la persona que condujera la universidad, lo que sí sé es que había muy buenos nombres internos y espero que esos nombres sean algún día futuros rectores. A mí me tocó participar en estos últimos nueve años en el fortalecimiento del plan de artes liberales, lo que hice con mucho entusiasmo y dedicación, pero el gran mérito es de los profesores. Uno como decano, ¿qué es lo que tiene que hacer? Entusiasmar, generar las condiciones, seleccionar bien a las personas que se incorporan. Pero el trabajo lo hace cada profesor en cada sala de clases. Ellos son los grandes responsables de este éxito en el plan.
-¿Cómo pretende fortalecer esta internacionalización y el sistema de artes liberales de la universidad?
-Nuestra universidad conformó un consorcio con otras instituciones educativas que comparten las artes liberales como piedra central. Junto a tres universidades más, la de San Francisco de Quito, la de Los Andes en Colombia y el Tecnológico de Monterrey, lideramos la reflexión en torno a la formación en artes liberales. Eso es muy importante, porque si bien durante un tiempo venía en decadencia en el mundo, la formación general volvió a tomar un auge muy central frente a la irrupción de la inteligencia artificial y el desconocimiento de cómo serán las futuras profesiones. Las universidades han vuelto a valorar la formación en artes liberales. Hay muchas universidades chilenas que han venido a visitarnos y a ver cómo lo estamos haciendo nosotros, porque también quieren avanzar en ese sentido. Creo que tenemos un terreno ganado muy relevante que nos pone en una posición de liderazgo.
«Nos interesa crear nuevas carreras»
-Hablando de novedades, ¿existen planes para crear más carreras o tal vez abrirse a más áreas? Como la salud, la docencia o inclusive las artes.
-En el mundo hay universidades que son muy generalistas y otras que están en ámbitos acotados. Para nosotros ha estado bastante clara la definición de que no queremos estar en todo, sino sólo en algunas cosas, hacerlo bien y ofrecer algo distinto en eso. Entonces, la pregunta se responde en dos ámbitos.
¿Queremos tener nuevas carreras? Sí. ¿Queremos hacer de todo? No. El área de salud no nos interesa, a lo menos en el corto plazo, pero sí nos interesa crear nuevas carreras, distintas a lo que hoy se ofrece. Cualquier oferta que nosotros hagamos tiene que ser distinta, nueva. Por ejemplo, lo que se hizo este año respecto al doble grado en Derecho y Negocios es algo novedoso, que no existe en Chile. Queremos avanzar decididamente en cosas como esa.
-Entonces, se busca más como una innovación de las carreras que la universidad ya tiene.
-Absolutamente, y creo que lo que se hizo en Comunicaciones también es una buena muestra de que se puede hacer una propuesta bien distinta a lo que hoy día existe en el país.
-¿Y sobre tal vez crear más sedes o más edificios? ¿Eso existe en los planes?
-No, más sedes no, porque ya tenemos recién nuestra sede de Postgrado nueva en Vitacura, pero más edificios, siempre. Imagínate, cuando llegué a este campus (Peñalolén) estaban solamente los edificios A, B y el C recién inaugurado. Me tocó la construcción de los edificios D, E y F. Las universidades están en constante crecimiento y, por lo tanto, obviamente, nosotros aquí tenemos 240 hectáreas y me imagino que en 50 años más esto será muy distinto a cómo es hoy día.
-Casi una metrópolis…
-Sí, posiblemente.
-¿Qué tan difícil es competir en la admisión de estudiantes con las otras universidades sin ofrecer gratuidad?
-El problema de la gratuidad es que a las universidades que la ofrecen se les genera una merma importante en los ingresos y, en algunos casos, serios problemas económicos, como en la Universidad Austral, que es de público conocimiento, y hay otras más. Como universidad tenemos que velar por dos ámbitos. Uno es la sostenibilidad financiera: somos una universidad que no tenemos fondos basales y por tanto el único ingreso viene de los aranceles, de pregrado y de postgrado. No tenemos otro ingreso, entonces la sostenibilidad es algo muy importante. Pero al mismo tiempo nos importa crecer en diversidad y ese crecimiento ha significado entonces el esfuerzo que ha hecho la universidad para generar un conjunto de becas, propias, que permita en el fondo suplantar aquello que no se logra vía gratuidad. Nada me gustaría más que eso se pudiera incrementar con el paso del tiempo. Pero esto no significa necesariamente que nosotros entremos en la gratuidad, porque con las condiciones que hoy existen, se arriesgaría la sostenibilidad futura de la universidad.
“Asumí el desafío con mucho entusiasmo”
-Volviendo al tema de los sueños, ¿usted soñaba con ser rector?
-No. Cuando trabajé en El Mercurio y tenía 25 años, soñé con ser director del matutino alguna vez; no lo fui, fui director del Diario Financiero. Acá la verdad que no, porque esto es como cuando tú le preguntas a un doctor si es que él soñaba con ser el director del hospital, pero el doctor quiere seguir siendo doctor o quiere dedicarse. Yo estaba muy contento como decano y cuando surgió esta coyuntura y me ofrecieron ser rector, fue sorpresivo, no estaba en mis planes. Además que a mí me gustaba hacer un montón de cosas como participar en programas de debate, que hoy son incompatibles y no los puedo hacer. Pero entendí la circunstancia y que consideraran que mi nombre reunía los requisitos. Asumí el desafío con mucho entusiasmo y estoy en eso. Pero nunca soñé en ser rector.
-¿Qué tanto ha cambiado su día a día respecto a ser decano?
-Después de nueve años de dedicarme a la Facultad de Artes Liberales conocía muy bien el trabajo, tenía un equipo de directores de departamentos, de distintos ámbitos que jugábamos de memoria, era como mucho más fácil. Acá estoy conociendo los ámbitos de acción del rector, que son mucho más amplios, donde hay además temas administrativos, de relación con las facultades. Eso me ha significado mucho tiempo. Mi hija de 13 años me dijo: “Papá, me carga que seas el rector”, porque llego mucho más tarde, pero espero que con el tiempo uno pueda ir compatibilizando mejor. Por ahora estoy inmerso en conocer, en conversar, en entender los distintos ámbitos de la universidad que no entendía.
-¿Cuáles son sus metas para la gestión de la comunidad de la UAI?
-Mi meta es que tengamos una institución que siga creciendo. Esta universidad es una de las más jóvenes en el país, si bien tenemos la tradición de la Escuela de Negocios, pero como universidad somos recién del año 89 y hoy estamos en un sitio muy bueno no solo en Chile sino en Latinoamérica. Quiero que al mismo tiempo generemos una mística interna de lo que significa ser parte de esta comunidad, que nos genere un orgullo muy grande de formar parte de esta y donde podamos hacer e insertarnos en los problemas que tiene el país.
“Habitamos una cierta desesperanza”
-Hablando de los problemas del país, las universidades deben tener una voz en la sociedad como crisoles de donde surge la creatividad, el pensamiento. ¿Cómo advierte usted que está Chile actualmente?
-Siento que en Chile hemos perdido como país una cierta esperanza que tuvimos en los años 2000, donde hablábamos y soñábamos con el Chile desarrollado, donde la pobreza se iba a superar. Tal vez fue una cierta ilusión, pero logramos tener una clase política que llegó a buenos acuerdos. Todo eso hoy día ha quedado un poco de lado y estamos en una cierta polarización al aparecer problemas que pensábamos que estaban superados y en ese sentido siento que habita una cierta desesperanza y una cierta desazón que no me gusta. No somos un fenómeno aislado, en un mundo donde también ha ocurrido lo mismo. En los años 2000 pensamos que las guerras se habían acabado, que las pandemias eran cosas del pasado, pero hoy de lo único que se habla es sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. Estamos inmersos en un mundo que tal vez es más parecido a lo que siempre fue, polarizado. Durante unos 15 o 20 años vivimos un cierto paréntesis que nos tocó a una generación y que de alguna manera hoy vemos un deterioro fuerte en los grados de convivencia de las personas.
-¿Considera que el decaimiento viene de la política? ¿Es la desconfianza de las personas? ¿La fragmentación de los partidos?
-La política es una parte de eso, pero el problema es más serio. La política es una consecuencia de lo que estábamos hablando y hoy vemos no solo una atomización que es fruto de un sistema electoral muy malo que se generó, pero también vemos una cierta irrupción de la demagogia, que siempre ha estado presente. En los textos de la antigua Grecia se hablaba que el problema de la política era la demagogia. O sea, no es nada nuevo, pero hoy toma una cara nueva con ámbitos de rimbombancia que son mayores al aparecer las redes sociales, las fake news. Todo esto hace que la coexistencia política sea cada vez más compleja, donde tenemos presidentes que les cuesta mucho gobernar, una clase política que cada vez tiene menos ethos común y cada uno se transforma en su propia pyme para lograr algo. Me parece que hay un deterioro evidente de la política, pero que el problema es más grande que la política.
-¿Cómo se podría solucionar?
-Es difícil encontrar la varita mágica o la solución. Lo que sí sé es lo que tenemos que hacer nosotros como universidad. En eso tenemos un rol de fortalecer y fomentar el debate de las ideas, el espíritu de la tolerancia, encontrarnos con el que piensa distinto, ser capaces de convivir y debatir con el que no piensa igual a mí. Si no fortalecemos eso, los ámbitos de polarización social solo se van a incrementar. En ese sentido las universidades son una especie de refugio que debe contrarrestar estas fuerzas que están jugando muy en contra. El problema es cuando dentro de las universidades se replica ese problema, como hemos visto en las universidades norteamericanas a propósito del tema palestino-israelí.
“No podemos generar flores de invernadero”
-Hace pocos días hubo una tragedia en una universidad donde ocurrió una muerte por suicidio debido a hostigamiento y sobrecarga. ¿Cómo está la salud mental aquí en la Adolfo y cómo planea ayudar a los estudiantes?
-Hay que distinguir muy fuertemente hostigamiento de sobrecarga, no es lo mismo, Lo digo porque muchas veces se confunde. Si allí hubo abuso o hostigamiento, debe ser sancionado por la justicia, pero no es lo mismo la exigencia. Esta forma parte del proceso educativo de las universidades, entonces la pregunta es cómo podemos ver cuál es el nivel adecuado de exigencia. No podemos generar flores de invernadero porque el mundo no es un invernadero y por lo tanto tenemos que exigir a los estudiantes porque después les van a exigir cuando estén en el mundo laboral.
¿Cómo lo hemos abordado nosotros? A través de un cálculo de lo que se llaman los créditos transferibles, que es calcular cuánta dedicación debe tener cada estudiante a un curso determinado, de forma tal de cuando se genera el plan de estudio uno sabe que efectivamente este curso combina en forma adecuada con este otro curso, y el total da una cantidad de horas que es aceptable de dedicación. Lo que ocurría en el pasado y que puede estar ocurriendo en otros lados es que al no hacerse ese cálculo nos podemos encontrar que la carga que se le está pidiendo a un estudiante en un semestre determinado puede ser por sobre la cantidad de horas adecuada. Eso desde el punto de vista de la arquitectura de los planes de estudio. Desde el punto de vista de cómo la universidad se hace cargo también, ha ido fortaleciendo los centros de asesoramiento al desarrollo estudiantil y lo hemos ido abordando a través de apoyar a aquellos que se ven con algún tipo de problema.
-Según la encuesta Cadem, un 74% tiene preocupación de ser víctima de un delito. ¿Cómo podríamos aportar una solución a esta problemática y apoyar a los estudiantes de la Adolfo?
-Este es un problema que cruza los países. Hoy, lamentablemente, las personas están dispuestas a renunciar a parte de sus libertades en pos de la seguridad e incluso a asumir regímenes que no sean totalmente democráticos. La delincuencia, el narcotráfico, la extorsión, la mafia se han ido tomando el continente a la par de cómo el Estado se ha ido deteriorando o no ha sido capaz de afrontar eso. Es muy preocupante. Para la salida nos podemos remitir a La República de Platón, primer libro que leen todos nuestros estudiantes. Cuando aparece el que tiene la solución fácil y es el paladín del pueblo quien ofrece solucionar ese problema, ríe a todos y sonríe amablemente, termina siempre convertido en un tirano. El gran problema es que tanto en Chile como en Latinoamérica el que ofrece la solución termina convertido de alguna manera en un régimen autoritario y eso es súper complicado y muy peligroso.
¿Qué es lo que tenemos que hacer nosotros como universidad? No tenemos la capacidad de mover el mundo ni la región, pero sí procurar reflexión sobre primero la importancia de la libertad, segundo, la importancia de la democracia y tercero, cómo el Estado puede ser más eficiente en combatir aquellos elementos que están perjudicando precisamente la libertad.
-¿Y cómo podemos proteger a nuestros alumnos?
-Es poco lo que puede hacer la universidad afuera, pero la mayor protección con nuestros estudiantes es fomentar el valor de la libertad, de la democracia. Si nosotros no logramos que un estudiante después de cinco años se vaya convencido de que, independiente de la malla, de que sea de derecha o de izquierda, liberal o conservador, la democracia es inclaudicable, hemos fallado si no somos capaces de eso. Ese es nuestro principal maletín que le podemos dar.
“Los medios deben encontrar su nuevo modelo de negocios”
-¿Cómo ve la crisis de los medios de comunicación respecto a sus modelos de negocios?
-También es un problema mundial cómo los medios se reinventan. Yo trabajé en diario los años 2000 y siempre se veía que esto iba a ser de alguna manera amenazado por la computación, pero nunca nos imaginamos que era el teléfono el que iba a generar la estocada final a los medios tradicionales. Hoy los medios de comunicación se ven sometidos a graves problemas, desaparecen medios y prácticamente no se crea ninguno. La irrupción digital no ha permitido encontrar ese modelo de negocios. Sin embargo, hay una cosa que sí sabemos: las personas necesitan medios de comunicación, fuentes fiables, serias, respaldos para distinguir lo que es verdad y lo que no es verdad. También necesitan alguien que ordene lo que es importante y lo que no lo es, porque se puede acceder a toda la información disponible, pero necesito que alguien la ordene, y ese alguien es la radio, el diario, el canal de televisión que me interesa.
El problema es más bien de modelo de negocio que no logra reinventarse. Hay ciertos medios que han logrado, aunque es un medio más bien universal, The New York Times, que tiene suscriptores en todo el mundo. Pero para los medios regionales y nacionales ha sido una adaptación muy compleja, muy difícil, y siguen estando en una situación sin un claro camino sobre la cual avanzar.
-¿Y cómo podemos salir al final de esta crisis, con el papel del Estado o son los mismos medios que se tienen que encargar?
-Soy bien escéptico del Estado apoyando a los medios más allá de cosas puntuales de fondos concursables. Cuando el Estado se transforma en un gran apoyo de los medios, estos empiezan a correr un serio peligro en su independencia, porque empieza la transacción y eso lo hemos visto tantas veces… La solución va por la vía de que los mismos medios deberían encontrar su nuevo modelo de negocio, que están todos tratando de encontrar. La historia de la economía nos muestra, porque estos son agentes económicos finalmente, que hay una destrucción creativa normalmente. Es decir, hay ciertos ámbitos que mueren y nacen otros. Y yo creo que van a nacer otras formas de lograr un equilibrio.
-¿Cómo se sintió cuando el presidente lo llamó un “columnista menor”?
-Lo peor para un columnista es que no se hable de él. Me dio lata que el presidente dijera algo que era falso, que yo no dije. Según él, yo dije que las plazas no eran importantes. ¿Cómo no van a ser importantes? Lo que yo dije es que no podía pretender que por la inauguración de una mini plaza estuvieran todos los medios transmitiendo eso en directo.
Pero lo tomo como un gaje del oficio y no tengo ninguna animadversión. Entiendo que es parte del juego y el que quiera ser columnista y no quiera que se hable mal de él, no puede ser columnista. Yo estoy acostumbrado en Twitter, en todas partes, que siempre hay gente que a uno lo quiere y otra que no. Es parte del juego.
El futuro de la UAI
-¿Cuáles son las principales cosas que le gustaría a usted cambiar en la universidad?
-No hay grandes cosas que quiera cambiar, pero sí que me gustaría reforzar. O sea, cómo tenemos estudiantes que carguen una llama, interesados, que debatan, que discutan, que tengan posiciones que aporten al país, que se les ocurra hacer cosas novedosas. Eso me gustaría. Hay una tendencia positiva en cuanto a que hoy tenemos estudiantes mucho más activos, pero me gustaría que eso siguiera incrementándose. Me encantaría que la universidad lograra consolidar el equipo de profesores extraordinario que tiene y que lo pudiera seguir incrementando, que nosotros pudiéramos seguir avanzando en los rankings. Si uno ve el ranking QS, hoy en día tenemos una muy buena posición para lo joven que es la universidad. En ese ranking competimos con universidades que tienen 500 años, 100 años.
Creo que la universidad ha hecho las cosas bien. Así que mi mayor desafío es al revés: pararnos sobre lo que se ha venido haciendo y apurar el tranco en algunos casos, que nos permita avanzar más rápido que el resto… La meta es seguir mejorando.
-Dar lo mejor de sí…
-Exacto. Que los estudiantes mejoren sus aptitudes y se vuelvan los mejores profesionales que pueden ser.
-¿Usted sueña con que la universidad tenga sus premios Nobel?
-Sí. Es como el sueño de cualquier universidad, que en algún momento determinado tenga el máximo reconocimiento. Tal vez, por acá están futuros premios Nobel. No sabemos…
-¿En qué cree que estamos innovando en este establecimiento actualmente?
-Tenemos un modelo de educación que es bien único y que muchas veces no hemos sido capaces de contarlo adecuadamente. Ahí tenemos un desafío, porque no formamos a los abogados, a los ingenieros comerciales y a los periodistas de la misma forma como en otras partes. Eso es una innovación, y tenemos que ser capaces de que la gente la perciba y la valore, porque estamos convencidos de que estamos formando mejor a los profesionales del futuro. Si creyéramos que la manera de formar a un abogado es solamente en su ámbito de abogado, es un error. En cambio, tenemos esta formación de artes liberales que se combina con la de abogado y un quinto año que es muy innovador en el caso de Derecho, con especializaciones cortas. Bueno, ahí hay una innovación. En el corazón de una universidad, que es su plan educativo, nosotros somos tremendamente innovadores y hay veces que no hemos sido capaces de dar cuenta de esa innovación.
*Para leer la segunda parte de esta entrevista dirigida a las inquietudes del estudiantado, haga clic aquí.