El caso de Catalina Cayazaya abrió el debate sobre algunas prácticas que se convierten, más que una experiencia de aprendizaje, en un verdadero infierno.
Por Fernando Ríos Ramírez
No es secreto que en las carreras universitarias la práctica sea una fase crucial e intensa, donde se separan a los estudiantes de los profesionales. Bajo el amparo de tutores, son supervisados con recelo, brindando el soporte necesario para orientar de buena manera las labores en terreno.
Pero existen casos en que esa supervisión transgrede los límites. La relación asimétrica entre tutor y estudiante son apenas la punta del iceberg de una larga lista de episodios que esconden maltratos, abusos, humillaciones y un sinfín de negligencias por parte de un conjunto de factores, llegando inclusive a acabar por tener consecuencias fatales.
Negligencia al descubierto
“Queremos aprender, no sufrir en el intento”.
Así reza una de las tantas pancartas colocadas en el anfiteatro de la Universidad de los Andes en honor a Catalina Cayazaya Cors, estudiante de Terapia Ocupacional que murió por suicidio el pasado 16 de marzo. Su caso, aún mediático, logró la atención de una buena parte de los estudiantes del campo de la salud.
Y es que una de las razones que la orillaron a quitarse la vida fueron los maltratos durante su tiempo en el internado por parte de su tutora, en la misma clínica de la institución. Tras hacerse pública la denuncia, la Superintendencia de Educación Superior ofició a la universidad, dándole a su comisión 30 días para emitir una resolución.
Una vez pública la denuncia, la Facultad de Ciencias de la UANDES fue epicentro de una manifestación contra esta serie de abusos al interior de las prácticas. “¡Cata, escucha, Salud está en la lucha!” condenaba el grupo.
Carolina Cors, madre de Catalina, creó una cuenta en redes sociales denominada @JusticiaxCatalina. Se organizó una velatón en Plaza Dignidad -según constató la publicación- y un multitudinario séquito se unió al evento. En medio de la contingencia, varios testimonios salieron a la luz, exponiendo historias similares a la de su hija.
Aguantar o renunciar
Javiera, al igual que Catalina Cayazaya, estudió terapia ocupacional y sufrió abusos en su tiempo en el internado. La joven cuenta que en el centro en el que trabajó fue víctima de una tutora que la dejó sola durante todo el proceso.
Desde el principio se vio envuelta en un mal ambiente: “Estuve dos semanas a la deriva en donde cambié de un terapeuta a otro, en ocasiones me tocaba estar con kinesiólogo. Incluso me tocó estar sin ningún usuario”. A la tercera semana, su profesora asignada llegó. De primeras pareció ser una buena docente, atenta ante cualquier inquietud de Javiera. 7 días más tarde, su actitud cambió completamente.
“Fueron pasando los días y automáticamente empezó a dejarme sola en las intervenciones”. Javiera declaró que debía arreglárselas con el conocimiento adquirido en el aula. Poco a poco, la situación fue empeorando. “Me pedía los planes de intervención el día antes de las sesiones para que los pudiera revisar y corregirme. Sorpresa, jamás los revisaba”.
Javiera se sintió ignorada. Lo que era peor, el trato de la docente hacia ella era cada vez más áspero, al punto de llegar a agresiones de grueso calibre.
“Estás haciendo todo mal”
“Tú no sirves para esta carrera”
“No tienes habilidades blandas ni sociales”.
Estas humillaciones que relata iban acompañadas de gritos enfrente de los mismos usuarios. Llegó un punto en que preguntarle algo a su superior era ganarse un regaño simplemente porque sí.
Hubo un momento en que se sintió entre la espada y la pared. Javiera cuenta que “ya no quería ir. Quería botar la práctica porque siento que ya no sirvo para esto, que a lo mejor nunca fue mi vocación”.
En el relato, Javiera se quiebra. Recuerda el trauma de dormir una hora o pasar de largo para volver al lugar que se había convertido en un infierno para ella. “La única forma en la que me podía relajar era vomitando”. Se tenía que levantar a las cinco de la mañana para llegar a las 08:00, pero su primer pensamiento al despertar era claro: no quería seguir yendo al centro.
¿Cuál fue la respuesta de una profesora externa a la práctica? “Aguanta o bota la práctica. Tómalo como experiencia porque lo que viviste aquí en la práctica lo vas a tener que vivir en la vida laboral”. Javiera, en su afán de liberarse, habrá pensado escapar de la práctica, pero vería truncado su sueño de convertirse en lo que siempre quiso.
La historia de Javiera no es la única que se enfrenta a este dilema. Diego, ex estudiante de la Universidad Andrés Bello, que también estudió terapia ocupacional, acusó malos tratos por parte de su profesor guía en el CEFAM Carlos Avendaño de Lo Prado. “Me prohibían compartir con otros profesionales. Eran personas muy conflictivas y asiladas de los demás”.
Diego afirmó que el supervisor le “levantaba la voz y decía que le faltaba el respeto, que la gente hablaba mal de mí y eso se veía reflejado en él, siendo que siempre tuve buena llegada a los otros médicos y paciente”. Las humillaciones también fueron cosa cotidiana. “Me tomaban fotos sin mi consentimiento y se las enviaban entre ellos”.
Asimismo, sus ganas de ir al centro eran inexistentes. No quería volver a trabajar en un lugar donde se sentía violentado. Pensó en abandonar la práctica. La Universidad le dio dos opciones: reprobarla o aguantar hasta el final. Optó por la segunda, pero por motivos económicos. No quería “perder la plata”.
Tristemente, tuvo ideaciones suicidas que fueron más allá. Debido a esto, se vio obligado a congelar la carrera y empezar de cero, perdiendo todo el progreso con sus pacientes, quienes tenían una muy buena relación con él.
Si bien estas denuncias nunca llegaron a un plano legal, todas apuntan a una serie de negligencia provenientes del cuerpo docente. ¿Qué está fallando en el sistema? ¿A qué se debe ese trato tan despectivo? ¿Será acaso que algunos profesores carecen de las capacidades básicas para supervisar a un estudiante en práctica?
Por amor al arte
Gunther Redenz es profesor de la Facultad de Kinesiología de la U. Andes. Su seguimiento a los estudiantes cesa cuando estos inician el internado. Según algunos alumnos, domina a la perfección los temas de su área y es considerado un buen docente. Sólo hay una curiosidad con él: no es profesor.
“Es casi un error llamarnos profesores porque no lo somos. Somos profesionales del área que les enseñamos a futuros colegas que es lo que deben hacer.” Estas son palabras del mismo Redenz, quien admite que pocos encargados de la educación en dicha universidad cuentan con estudios pedagógicos.
En este punto, es válido preguntarse ¿Por qué algunos dan cátedra sin tener un título universitario que acredite que están capacitados para ellos? Pareciera no haber una respuesta clara al respecto.
Diego Núñez Mardones, estudiante de quinto año de kinesiología, ya se encuentra en el internado en la clínica U. Andes, la misma en que estuvo Cayazaya. Para su fortuna, cuenta con una tutora que siempre ha estado dispuesta a enseñarle, pero al mismo tiempo que le sorprendió el caso de Catalina, puesto que tanto TEO como su carrera trabajan en el mismo gimnasio.
Núñez se refirió a esta docencia practicada por no docentes, porque naturalmente es una cosa que causa cierta curiosidad. “Uno se cuestiona porque hay profesores que no estudian pedagogía. Ahí quizás no todos tienen la misma manera de explicar, pero en relación a temas específicos, se manejan mejor que cualquier persona que haya estudiado para ser profe”.
A sus palabras se le suman los dichos de Nicolás Abásolo, presidente de la Asociación de Estudiantes de Medicina de Chile, donde según él “pasa mucho que el cuerpo docente no es docente como tal”. En la misma línea, asegura que “tener un máster en docencia no te deja con esa sensibilidad o habilidades blandas que hay que tener con el estudiantado”.
Abásolo también planteó una posible solución a esta encrucijada: “Uno de los requisitos fundamentales podrían ser los programas ayudante-alumno, porque así uno se capacita para ejercer docencia”. Y es que establecer tutorías o redes de aprendizaje entre los mismos alumnos, cada vez se divisa más como una respuesta a estas trabas.
El mandamás de la ASEMECh aseguró que hay personas que están cumpliendo un desafío que cubre una falencia del sistema de educación. Se estaba refiriendo a los profesores sin título universitario.
Prevención ineficaz
“El protocolo fue pésimo. Encontré que lo hicieron mal todo, porque además de que no lo informaron a su debido tiempo, la Universidad tampoco se justificó con nada. Simplemente se dio a entender con un par de posteos en redes sociales”. Así de tajante es la opinión de Catalina Perey, estudiante de cuarto año de Psicología de la U. Andes.
Si bien no conocía a Catalina Cayazaya, indicó que fue un golpe a la realidad para muchos. “Nunca había pensado que este tipo de cosas podía pasar. No podía creer lo que pasó, sobre todo en una práctica que era parte de la U”. Y es que la información brindada desde la institución para esto casos ha sido confusa o, incluso, inexistente.
Perey dirige su crítica hacia los entes universitarios, que a su juicio no brindaron poco y nada de apoyo. “La Universidad trató de hablar un par de veces con ella, pero nada más (…) los protocolos están, pero son tan pobres que, a pesar de que ella (Catalina) diera pelea con el tema, la Universidad trató de ayudarla, pero no de la forma ideal”.
La manifestación en el anfiteatro de la Facultad de Ciencias se organizó por los y las propias estudiantes, mas no recibieron el apoyo del cuadro académico o entidad estudiantil. La Universidad lanzó un comunicado refiriéndose al suceso. Desde el Centro de Estudiantes de Medicina decidieron no pronunciarse al respecto más allá de un simple boletín informativo.
Por otra parte, Núñez opina que “cada carrera debe implementar la idea del feedback entre el alumno con el profesor y la misma escuela”, en pos de mejorar la comunicación entre todo el círculo. “La retroalimentación del profesor es el punto final e importante que motica o no al alumno”.
En ese sentido, se adentra en la configuración del protocolo como tal. “En la parte psicológica sí existe, pero no es llegar y entrar. Funciona con bastante tiempo de agenda.” Esto hace referencia a un reglamento engorroso y poco efectivo. El interno agrega que son “solo campañas publicitarias, pero algo bien concreto no. Ahora obviamente está por todos lados. Comunicados, mails, mensajes, etc”. El punto de inflexión fue Catalina Cayazaya.
Pero Abásolo apela a una estandarización de estos protocolos en uno solo a nivel nacional, porque es un asunto que “afecta al segmento estudiantil, trabajadores y funcionarios”. A pesar de la implementación de diferentes medidas de prevención, manifiesta su descontento: “El sistema ha sido ineficiente en su aplicación. Es un paso crucial en que estamos al debe, teniendo en consideración esta seguidilla de casos como el de Catalina”.
Explica detenidamente los siete pilares fundamentales del Protocolo de Salud Mental y Bienestar para la formación profesional de la ASEMECh. Los lineamientos son los siguientes:
- El protocolo debe estar compuesto por al menos un representante de cada eslabón de pregrado
- Identificar dispositivos institucionales propios en temas de salud mental, es decir, mejorar la interconexión entre el estudiantado e institución
- La capacitación previa a cada miembro del área, sea alumno o docente
- La adaptación y explicitación de estos mecanismos de contención
- Acreditación y validación de estos protocolos
- La difusión apropiada de la información, evitando confusiones y estableciendo un reconocimiento general de los protocolos
- Evaluación y recopilación de datos para mejoras a nivel local y/o nacional
Basándose en los testimonios de Núñez y Perey, la difusión y capacitación para este tipo de escenarios son prácticamente inexistentes en la Universidad.
El marco legal
En la edición de Mesa Central del 10 de abril, la periodista Mónica Pérez, gracias a un estudio realizado por la Universidad de Chile y proporcionado por Nicolás Abásolo, expuso que, en 2021, 34% de los estudiantes ha sufrido vulneraciones por parte de su tutor.
Otro análisis de la Universidad Católica presentó números similares, considerando las carreras de Medicina, Ingeniería Civil y Derecho. 40% de los alumnos aseguró ser víctima de maltrato; 30% pertenecientes al área de salud, cifra equivalente al menos seis mil personas.
El timonel de la ASEMECh se refirió a dos elementos: la incorporación de una Dirección Nacional de Campos Clínicos y la implementación de una ley similar a la N°20.607, que tipifica como delito todo acto que atente contra la dignidad de una persona en el ámbito laboral.
Bajo estas premisas, postula que el apoyo y colaboración de los ministerios de Educación y Salud, por medio de las Superintendencias, son esenciales. Se mostró conforme con la idea de legislar sobre este punto. “Absolutamente de acuerdo. En pregrado no hay una normativa que establezca parámetros entre funcionarios y docencia”.
La importancia recae en que el estudiante, sin experiencia laboral, “se queda en tierra de nadie, en un espacio que no está regularizado el rol de cada uno. Se dan espacio a relaciones asimétricas entre docente y alumno, y casos de abuso de poder”.
Al igual que Abásolo, Perey y Núñez estuvieron de acuerdo en la idea de legislar esta temática para evitar situaciones como la de Catalina. “Con una ley de por medio, la Universidad no estría pasando tan desapercibida” declaró la estudiante de psicología.
El presidente de la ASEMECh fue enfático en que este proceso legal no puede ser empañado por motivaciones políticas: “Es algo que transciende el partidismo político y va enfocado al futuro de la nación”. Rescató el término “la ética del buen trato”, una clase de pensamiento que debería instalarse no solo en las prácticas, sino también en las aulas. “En qué minuto, por pasar a ser interna o interno pierdes tu calidad de ser humano”, reflexionó Abásolo.
Mientras el caso de Catalina sigue sumando repercusiones, diferentes personalidades optan por un cambio de paradigmas que detenga la normalización una violencia injustificada fuera de las entidades universitarias y recurrir a una mayor fiscalización para evitar seguir lamentando tragedias cómo estas.
El Ministerio de Salud tiene disponible un servicio telefónico gratuito donde se puede recibir ayuda de un profesional capacitado. El servicio *4141, no estás solo, no estás sola funciona las 24 horas del día, de lunes a domingo.