Adopciones irregulares: un drama que no encuentra culpables

Autores:

Diego Cabanillas

Paolo Cavallar

Vicente Quiroga

Francisca Valenzuela

La pérdida de un hijo es de los mayores dolores para sus padres. El drama se acrecienta cuando te arrebatan la esperanza de los brazos. Hoy y desde hace tiempo, cientos de familias anhelan reencuentro y una improbable condena que no saben si llegará.

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A 50 años del golpe de Estado que estremeció hasta los cimientos a este país, uno de los problemas que más inadvertido pasó en la agenda noticiosa fue el de las adopciones irregulares de niñas y niños recién nacidos.

Los relatos muchas veces coincidían. Un niño que nacía sano, e incluso llegaba a ser tomado en brazos por su madre, de un momento a otro se informaba como fallecido, sin siquiera poder ver el cuerpo del menor. Si bien el problema ha ocurrido en Chile y en países vecinos, recién ahora está tomando el protagonismo que merece.

La fundación Nos Buscamos se dedica a reunir a los niños que fueron arrebatados con sus familias. La dificultad del proceso radica en que se necesita una búsqueda de ambas partes para que ocurra un reencuentro. Según sus cifras, entre las décadas de los cincuenta y noventa, cerca de 50 mil niños fueron secuestrados y separados de sus madres para ser dados en adopción de manera irregular, sumado a que mantienen más de 7.000 casos registrados.

Estos números son reveladores. Durante casi 40 años estos robos de menores fueron una práctica constante. Por ejemplo, hubo un crecimiento exponencial de niños procedentes de Chile adoptados en Suecia, con un aumento desde 6 niños en 1973 a 241 en 1976, según la fundación Hijos y Madres del Silencio.

La falta de condenados por estos casos es un elemento en común en los relatos de las víctimas. Ausencia de pruebas o el fallecimiento de los eventuales responsables son los principales motivos que dejan en la impunidad a los responsables.

La familia del dolor

Nancy Ferrer, oriunda de la comuna de Estación Central, asegura ser una de las víctimas del robo de su recién nacida. El 29 de junio de 1978 su vida y la de su marido cambiaron para siempre. Una rutina de parto normal para una mujer que ya era madre se convirtió en la búsqueda de su hija casi medio siglo después.

Pancarta creada por Nancy Ferrer para una marcha.(Foto: Paolo Cavallar)

“Qué linda su guagua”, le dijo la matrona una vez que tuvo en brazos a la recién nacida. “La niña nació bonita, sanita, hermosa”, asegura Ferrer. Su reacción fue normal para una madre que conocía a su primera hija, a quien también nombró Nancy. Pero el corazón hinchado de ilusión de Ferrer recibió un pinchazo. Literal.

En el Hospital Félix Bulnes, Nancy fue sedada por la matrona que atendió su parto y posteriormente le informaron que su hija había nacido muerta. Según declara Ferrer, su marido firmó un permiso para que el cuerpo de la menor fuera dejado para estudios y nunca se le entregó una copia del documento. Desde el Cementerio General le comunicaron que el cuerpo de su hija jamás ingresó al recinto.

Nancy apunta clara y directa frente a un familiar como responsable -de quien no se puede informar su nombre por temas legales-. Ferrer dice tener pruebas, pues esta persona firmó sin permiso el acta de nacimiento y defunción de la recién nacida, además de mejorar sustancialmente su nivel socioeconómico poco tiempo después. El apuntado no solo negó los hechos, sino que amenazó con demandar por difamación a Nancy en caso de seguir con su investigación, advertencia que nunca llegó a tribunales.

“A nadie le interesa saber del pasado”

Como el caso de Nancy hay muchos otros. Uno de ellos es el de Jeannette Araya, quien vive con el corazón dividido desde 1988. Es santiaguina, pero por cosas del destino, dio a luz a sus gemelas en el Hospital Base de Osorno. “Siempre supe que eran dos, aunque me dijeran que no”, afirma.

“Tenemos un gemelar”, anunció la enfermera encargada del parto, por lo que solicitó ayuda de personal. Según denuncia Araya, una vez nacida su primera hija, la enfermera ordenó que la sedaran. Inicialmente le informaron que solo nació una de ellas, pero luego le confirmaron que fueron dos. “Me dijeron que la otra nació muerta”, dice Araya. El hospital no cuenta con ningún registro de la menor: ni el acta de nacimiento, ni tampoco el certificado de defunción, lo que originó las sospechas, que se incrementaron cuando escuchó de un caso similar, donde una mujer pudo encontrar a su hija perdida.

Araya siente que le falta algo, que se lo arrebataron. Según cuenta, en un principio le entregaban otros niños para que los amamantara, pero no quería devolverlos. “Mis pechos chorreaban de leche. Mi hija tenía que tomar de los dos”, agrega. El trauma generado por la pérdida debió cargarlo sola, pues lo consideraba un tema tabú que no podía compartir ni siquiera con su pareja. Ambos querían olvidar.

“En este país a nadie le interesa saber del pasado. Todos quieren ocultarlo”, comenta con malestar. Jeannette se cuestiona todo, pero sobre todo no comprende la motivación de quienes le hicieron tanto daño. Su niña siempre estará presente, pues para el cumpleaños de sus gemelas prende una vela más o agranda la torta lo más que puede en honor a su hija perdida.

“No sé si nací ese día”

No solo hay madres que buscan respuestas, también hay muchos hijos buscándolas. Tal es el caso de Blanca Pincheira -quien prefiere que le digan Andrea, su segundo nombre-. Tiene 48 años y hace solo cuatro se enteró que fue adoptada de manera irregular. “Desde chica siempre tuve la intuición de que no era hija de mis papás”, declara. A pesar de sus sospechas, nunca fue notificada, hasta que comenzó su investigación tras la muerte de sus padres adoptivos.

“Mi fecha de nacimiento es el 26 de diciembre de 1974, pero no sé si nací ese día”, comenta. También duda del lugar de nacimiento. El caso de Andrea es, según nos cuenta, muy similar al de otros: los padres adoptivos registran que el parto se realizó en casa con dos testigos que constatan el hecho, así el recién nacido se reconoce como biológico.

Pincheira leyó en un reportaje del Centro de Investigación Periodística (CIPER) que otras personas registraban el mismo tipo de nacimiento que ella, por lo que comenzó a investigar. Explica que la mayor dificultad es porque ya fallecieron quienes podrían saber algo.

Pero su nombre escondía una pista. Alguna vez su madre le dijo que “Blanca” era su doctora, quien le hizo un tratamiento para que pudiera tener hijos. Con esta información, Andrea se acercó a la familia de la médica -fallecida en la década de los ochenta- quienes confirmaron que la mujer se encargaba frecuentemente de este tipo de prácticas, aunque negaron saber más del tema. La justificación: “Darle un mejor futuro al bebé”.

“No me quiero morir sin conocer a algún familiar”, cerró.

Coincidencias y nulas respuestas

Imágenes de madres e hijos que buscan a sus familiares perdidos. (Foto: Paolo Cavallar)

Las vivencias de las madres son similares. Sus hijos nacen, son sedadas y a la mañana siguiente les dan a conocer la noticia. Una y otra vez la historia se repite como si de un modus operandi sumamente estructurado se tratara. Las excusas de médicos y matronas eran similares. A veces hablaban de fallecimientos postparto, otros “morían” antes de nacer. El dolor de la muerte de un hijo es mayor cuando, tras ser informadas, las madres no vuelven a ver sus cuerpos.

“El cuerpo había quedado para la ciencia”. Esas fueron las palabras que Nancy Ferrer cuenta que le dijeron los médicos a cargo cuando le informaron que su guagua había fallecido. La frase fue como un muro infranqueable para su familia, pues no vieron a su pequeña nunca más. Desde la Fundación Hijos y Madres del Silencio aseguran que esta excusa se usó muchos otros casos.

“Les mentían también [a las madres]. Les decían que [sus hijos] nacían antes de tiempo, que fue aborto espontáneo, o que quedó en incubadora. Los iban a ver al día siguiente y no estaban. Es decir, había fallecido y se hicieron cargo del cuerpo”, comenta Sol Rodríguez, fundadora y vocera de la fundación.

Tras descubrir este aparente engaño, las víctimas se han intentado movilizar. En materia legal están realizando una causa colectiva, donde las familias sufren con la desconexión y el estancamiento de una investigación que lleva años sin que les comuniquen avances. “No nos informan de nada”, comenta Araya, quien también hizo una denuncia particular antes de sumarse a esta causa.

El proceso está a cargo del ministro de la Corte de Apelaciones, Jaime Balmaceda, cuya llegada, según Nancy Ferrer y Jeannette Araya, ha permitido que las indagaciones pudieran agilizarse.

Muchas de estas madres han avanzado con sus medios frente a la lentitud de los tribunales a los que han acudido para conseguir documentos, certificados y piezas claves que las ayuden a encontrar a sus hijos.

Otro elemento complejo es la búsqueda de culpables. Las víctimas apuntan principalmente a médicos, matronas de parto, jueces y parte de la comunidad de la iglesia. No obstante, estas historias se caracterizan por la falta de identificación de responsables legales.

“Es muy difícil tener culpables a estas alturas, porque estas personas ya no están vivas, y quienes sí lo están tienen 80 o 90 años, muchos con Alzheimer y que no serán condenados nunca”, dice Blanca Pincheira, quien considera que en estas circunstancias la vía legal no es el mejor camino para arribar a la verdad.

Mismos modus operandi, mismo estancamiento en la investigación, misma falta de responsables. El resultado son cientos de familias víctimas de una práctica aparentemente sistemática antes y durante la dictadura, y que en pleno 2023 prosiguen en la búsqueda de reencontrar a sus familiares perdidos.

Cuando el silencio busca

En abril de 2014, el periodista Gustavo Villarrubia publicó un reportaje en CIPER titulado “Los niños dados por muertos que el cura Gerardo Joannon entregó para adopción”. El texto relata -siempre protegiendo las identidades-, la historia de Carmen y Francisco, dos padres jóvenes cuyos hijos fueron robados para darlos en adopción, aunque a ellos se les informó que murieron postparto.

Esta historia llegó a los ojos de Sol Rodríguez, que buscaba a su hermana. La madre de Sol estuvo embarazada en 1974 y su parto fue en el Hospital de la Universidad de Chile donde, sin detalle, le informaron que su hija había fallecido apenas nació. Con un embarazo complicado y una mujer con dificultades para tener hijos, no le sorprendió cuando le dijeron que querían estudiar el caso, por la que se quedaron con el cuerpo.

Pasaron varios años y Rodríguez preguntaba por su “angelito”, como llamaba la mamá a esta pequeña que falleció al nacer. “¿Dónde está enterrada?”, le preguntó. “No sé, nunca me entregaron el cuerpo”, respondió su madre. “¿Los informes qué decían?”, consultó nuevamente. “Nunca me los entregaron”, señaló.

No había cuerpo, ni papeles, era un embarazo inexistente y eso la motivó a investigar. Alguien con descripciones parecidas comentó en la publicación de CIPER, que hasta hoy tiene cientos de comentarios buscando a sus familias. Una mujer buscaba a la suya. Mismo hospital, mismo año. No era la hermana, pero esta persona con la que Rodríguez conectó creó un grupo en Facebook conocido como Hijos y Madres del Silencio (HMS).

Esta fundación recibe peticiones de quienes creen haber sido secuestrados en dictadura para ser dados en adopción, o bien, de padres que creen lo mismo de sus bebés cuando se les informó que murieron sin dejar registro o evidencia alguna. Al recibirlas, HMS crea un post en su página de Facebook para dar anuncio de la búsqueda y tratar de localizar a la familia, a la espera que alguien, al leer estas informaciones publicadas, se contacte si piensa que es su familiar perdido. Así, la fundación ayuda a preparar este encuentro, y si el hijo o hija creció en otro país, lo preparan para un posible choque cultural.

Testimonios y carteles de víctimas en evento de HMS. (Foto: Paolo Cavallar)

Si es el hijo o hija quien  busca a los padres, a estos últimos también se les prepara de una manera adecuada para darles a entender la información de que ellos no están realmente muertos, sino que todavía viven y los están buscando. Así, cuando la persona se  contacta con ellos, los derivan a un grupo de Whatsapp con quienes tienen casos parecidos, lo que funciona como un círculo de contención a través de una comunidad donde se ayudan y hablan de sus casos personales.

Con una colecta y el apoyo de personas, HMS tiene previsto viajar a Europa para asistir a una reunión en la ONU por las adopciones forzadas para compartir historias como la de Jeannette, Sol o Nancy e intentar reencontrar a las familias como lo han hecho con más de 200 casos hasta hoy.

El caso argentino

Al otro lado de la cordillera se vivieron situaciones similares a las relatadas en este reportaje, pues durante la dictadura cívico-militar de Argentina (1976-1984) también ocurrió la apropiación ilegítima de menores de edad, como práctica generalizada y sistemática. En este caso, los niños sustraídos eran hijos e hijas de detenidos desaparecidos víctimas de la represión.

Según las investigaciones, en muchos casos el gobierno militar mantenía con vida en los centros de detención a las mujeres embarazadas hasta el parto. Después se apropiaban de los recién nacidos para darlos en adopción y sus madres desaparecían sin dejar rastro.

La búsqueda de estos niños y la justicia por su robo fue una lucha generalizada y constante desde la dictadura, liderada por las Abuelas de Plaza de Mayo. Este grupo estaba formado por las madres de los detenidos desaparecidos, cuyos nietos fueron dados en adopción ilegalmente.

En Argentina se estima que más de 20.000 hijos fueron separados de sus familias y que están buscando a sus padres mediante el banco biológico de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad.