Tras 20 conciertos entre Chile y Argentina, Luis Miguel se despidió entre lágrimas de su fanaticada. ¿Emoción o quizás también un poco de alivio? La crónica de un último concierto en Santiago donde, aunque ciertamente no era un doble y estaba de cuerpo presente, se echó mucho de menos su voz.
La noche arrancó puntual y, como cada noche en las últimas 9 ocasiones, con la casa llena. Los asientos sirvieron solo para dejar paraguas e impermeables. Como si fuese una procesión, la gran mayoría del público se mantuvo de pie, algunos sobre sus embarrados zapatos, durante la hora y 40 minutos que duró el espectáculo. No había tiempo para descansos. Los hits se sucedían uno tras otro y había que cantarlos a todo pulmón, en parte porque es a lo que se va a los conciertos, en parte porque el Sol de México así lo necesitaba.
La partida con canciones rítmicas permitió cubrir con movimientos lo que no se podía hacer frente al micrófono. Los gritos ante cada paso de Miky mantenían arriba el espectáculo. Así pasaron Será que no me amas y Suave entre otras. Al llegar al primer momento de baladas románticas se hizo evidente lo que tanto se ha comentado. No solo es un resfrío. Hay un desgaste en su voz que da para preguntarse si es pasajero o permanente. Los agudos no llegaron. La textura tan característica de la voz de Luismi solo aparecía por momentos. El aire necesario para cantar parecía hacerse poco, por lo que atacaba las frases con vehemencia y las cerraba con velocidad. Y sin embargo nadie parecía quejarse. En un acto de generosa negación y entrega de cariño y reconocimiento a tantos años y tantos sencillos, la gente seguía disfrutando, coreando, apañando.
Pasaron las canciones escritas por Juan Luis Guerra – Te necesito, una de las canciones menos exigentes y donde mejor se vio a Luis Miguel, y Hasta que me olvides – para dar paso a las composiciones de Armando Manzanero y a una sección de cuerdas chilena que, hacia el final del concierto, se llevó las únicas palabras que pudimos escuchar de voz de Luismi, cuando les agradeció y pidió redoblar los aplausos. Por debajo de la mesa mezclada con No sé tú, ambas de Manzanero, y un medley de boleros del Segundo Romance que incluyó canciones como Todo y nada y Como yo te amé entre otras, daban cuenta de un repertorio casi inagotable, donde la única manera de abarcar tantos años y tantos hits es a través de aquellos arreglos que van mezclando melodías.
La parte de los duetos resulta algo ajena, sobre todo porque se presenta un dueto que nunca existió – Smile, en la versión de Michael Jackson, también fue grabada por Luis Miguel en su disco navideño como Sonríe, pero nunca se concretó un dueto entre ambos, aunque se sabe que era un deseo de Miky – y otro que forma parte de la discografía de Frank Sinatra pero no de Luis Miguel – Come fly with me, uno de mis momentos favoritos del concierto -. En cualquier caso, queda clara la intención de la sección, incluso desde su propuesta audiovisual: Igualar a Luis Miguel con aquellos monstruos de la música global. Dejar en claro la estatura de Miky como parte de la historia de la industria musical.
Un segundo medley trajo canciones rítmicas que no siempre son parte de sus giras – Oro de ley, otra de mis favoritas, entre ellas – y a continuación una selección de algunas de sus mejores baladas, en donde aquella denominación de karaoke masivo alcanza un nuevo nivel. Himnos como Fría como el viento, Tengo todo excepto a ti y Entrégate se corearon a todo pulmón, para beneficio de un Luis Miguel que, a pesar de todo, mantenía su energía y carisma, apoyado en una banda perfectamente aceitada y que sonaba precisa y, como las mejores pistas de karaoke, igualita que en los discos.
La entrada del Mariachi le da un respiro de un par de minutos, pero se hace corta cuando, tras un par de canciones, salen nuevamente de escena. Quizás sabiendo que las canciones del disco México en la piel no son las más populares entre su fanaticada, elige cuidadosamente otro par de hits – La media vuelta y La Bikina – para lucir a aquel grupo de músicos a los que desde que los incluyó como parte de su repertorio, en la época de sus discos en vivo como El Concierto o Vivo, llama al grito de “Mi mariachi”.
Un medley de sus primeros años pone a prueba a la fanaticada más longeva. Parece que todo el Movistar Arena lo fuera. La potencia del canto del público no decae frente a canciones como Palabra de honor. Aparece La incondicional como pieza infaltable. Aparecen pelotas gigantes para que el público juegue mientras suena esa rítmica canción que torna a un beat totalmente discotequero como es Te propongo. Aparece, para cerrar, la fórmula ya conocida. Medley de canciones imperdibles, esta vez nuevamente al ritmo de ese pop funk que convirtió en su sello.
Se suceden Ahora te puede marchar, La Chica del Bikini Azul e Isabel. Cuando calienta el sol es el cierre para una voz que nunca logró calentar del todo, y que tiene por delante 9 días de descanso antes de retomar su gira en Estados Unidos. Qué ganas de ver pronto videos de esas presentaciones para saber con mayor certeza si solo tuvimos mala suerte de pillarnos a un sol enfermo, o si ya debemos empezar a acostumbrarnos a esta voz, que se despidió entre lágrimas. Lágrimas que dan cuenta de la emoción frente al cariño y los aplausos, pero probablemente también del cansancio de este tramo y del alivio de cerrar un paso por Santiago de Chile no exento de dificultades.
Los paraguas e impermeables salen de los asientos y comienza otra procesión, esta vez hacia la lluviosa noche de septiembre. Una lluvia a la que, como cantó Miky al iniciar su concierto, no se le puede culpar. La fila que se forma al salir del recinto sin duda se replicará prontamente en formato virtual. Y es que, a pesar de todo – y antes de ver disminuida su voz -, Luis Miguel ya tenía agendada una nueva fecha la que, probablemente, desencadenará una nueva locura de filas virtuales para adquirir una entrada: el 2 de marzo de 2024 vuelve a salir el sol de México en nuestro país.