Sin tratamiento ni reparación: la travesía de las víctimas de trauma ocular a cuatro años del estallido

Menos de un mes después del inicio del estallido social, el exministro de Salud Jaime Mañalich anunció un plan especial para entregar atención y reparación integral a las víctimas de daño ocular. Casi tres años después, el presidente Gabriel Boric presentó una renovación de ese servicio, sin embargo, hasta el momento las mejoras no se ven en la práctica y se arrastran las falencias que los usuarios denuncian desde 2019. Apoyados en sus amigos, familiares y organizaciones no gubernamentales, los lesionados han encontrado los tratamientos y contención que el sistema no les ha entregado. 

Reportaje de Sara Sorza Molina y Rocío Fonseca Llach

Albano Toro aterrizó en el aeropuerto de Santiago con una mezcla de pena y dolor. Estaba en silla de ruedas, con un parche en el ojo izquierdo, la túnica que le habían dado en el Hospital Regional de Iquique y un polerón que le había pasado su mamá, una mujer de 73 años, no vidente, quien lo acompañó en el viaje. Ahí no los esperaba nadie. En un transfer pagado por ellos mismos, llegaron hasta la Unidad de Trauma Ocular (UTO) del Hospital del Salvador -lugar donde funcionaba el Programa Integral de Reparación Ocular (PIRO)- 40.

Fueron casi dos días de travesía que él recuerda cada vez que le toca ir a la capital. Pese a que han pasado más de tres años desde ese momento, las dificultades continúan. 

La última cirugía que le realizaron en la UTO, la número diez, fue a comienzos de diciembre del 2022. Le correspondía control el 23, pero tuvo que esperar que pasaran las fiestas de fin de año para regresar al servicio médico. “Me iba subiendo al colectivo para ir al aeropuerto, cuando me llamaron y me dijeron que había problemas con el pasaje y lo cancelaron”, dice el técnico paramédico de 53 años.

Situaciones similares de inconvenientes con los viáticos, la estadía o con las atenciones se repiten constantemente.

Ya perdió la cuenta de cuántas veces ha ido a Santiago, le han suspendido los viajes, le han cambiado las horas, se ha reunido con autoridades y cuántas veces ha reclamado por lo mismo. 

Esperaba que con el cambio del PIRO al Plan de Acompañamiento y Cuidado para Sobrevivientes de Trauma Ocular (PACTO) -anunciado por el gobierno de Gabriel Boric-  las cosas mejorarían, pero asegura que “es un programa que está solo en el papel”. Todavía no funciona más allá del nombre y arrastra las mismas falencias que él ha vivido desde ese sábado de 2019, cuando su vida cambió por completo.  

PACTO con bases de PIRO

Jamás imaginó que le iba a pasar a él. Sintió un impacto en la cara que lo tumbó e hizo que su cabeza rebotara contra el suelo. Tenía puestas antiparras y lentes ópticos que cayeron a unos centímetros. Los buscó con una de sus manos, mientras con la otra tocaba su rostro que no paraba de sangrar. Los encontró, los tomó y cuando se dio cuenta que sus dedos pasaban por entre medio del marco porque uno de los cristales no estaba en su lugar, entendió lo que había ocurrido. “Pasé a ser la víctima”, cuenta Toro cuando recuerda el momento en que le dispararon. 

“Fue muy rápido”, dice. Era cerca de la media noche y, como había hecho en los días anteriores, junto a sus colegas paramédicos se dirigió hasta el centro de Iquique para prestar primeros auxilios en la denominada Zona Cero de la ciudad. En un momento empezaron a dispersar a quienes estaban en el lugar y “de alguna manera, quedamos entre los manifestantes y las fuerzas policiales”, relata. 

Todos empezaron a correr y él quedó solo en medio de la calle. Instintivamente, como si se tratara de cualquiera de sus pacientes, apretó su uniforme -que había humedecido muchas veces ese día para limpiarse y disminuir los efectos de las bombas lacrimógenas- y lo puso en su cara como un apósito. 

Se paró y caminó una cuadra y media hasta el punto de la Cruz Roja donde estaban sus compañeros. Ellos lo llevaron a una casa cercana donde le permitieron entrar al baño. “Tengo vidrios en el interior y tengo que sacarlos de alguna u otra manera”, era lo único que pensaba mientras limpiaba su ojo con el chorro de agua fría de la ducha. 

Trascurrieron alrededor de 20 minutos entre que le dispararon y llegó al Hospital Regional de Iquique, el principal centro asistencial de Tarapacá. Tuvo que esperar que el cirujano de turno terminara una operación para que lo revisara. “Pasaron dos horas hasta que él se acerca y se da cuenta que, en realidad, no tenía las competencias necesarias para poder evaluar este tipo de lesión, porque no era su campo”, recuerda Toro. Le dijeron que el oftalmólogo lo evaluaría al siguiente día. Mientras tanto, él estaría sedado para aguantar el dolor. 

A las 11 de la mañana llegó el especialista, quien determinó que esa patología no podía ser atendida en Iquique y que, lo más pronto posible, el paramédico tenía que ser trasladado a la Unidad de Trauma Ocular (UTO) en la capital. 

Pasó un día entero hasta que ese viaje se concretó.  Estuvo cinco horas y media en pabellón, tiempo en que los cirujanos intentaron recuperar y reconstruir su párpado, lagrimal y córnea. 

Esa fue la primera operación que le hicieron durante los cuatro meses y medio que estuvo permanentemente en Santiago al iniciar su tratamiento. Durante ese periodo tuvo que arrendar un departamento y por eso “todos los recursos económicos que tenía guardados debajo del colchón, todos desaparecieron”, dice. 

Ese espacio rentado y la UTO se convirtieron en su segundo hogar. Ahí, al conversar con víctimas que llegaban desde ciudades de todo el país, empezaron a darse cuenta que el PIRO -impulsado por el gobierno de Sebastián Piñera- no funcionaba ni como habían anunciado, ni como ellos esperaban. 

La falta de profesionales de distintas especialidades, los cambios de horas, las dificultades para atender a las personas que venían desde otras regiones, el maltrato que recibían de ciertos funcionarios y la revictimización, fueron algunas de las falencias que, junto a otros usuarios agrupados en la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular, denunciaron e hicieron públicas en los medios de comunicación. 

“En las reuniones, ellos venían con respuestas medias comerciales: ‘Bueno, vamos a seguir trabajando por ustedes para que resulte todo lo mejor posible’. Pero nosotros queríamos cosas más empíricas. Más allá de la voluntad, cosas concretas. Y así fue como nos dimos cuenta que, en realidad, no había tal Programa de Reparación Ocular”, comenta Toro, quien participó activamente de la agrupación en sus inicios. 

Promesas y buenas intenciones

Mientras el profesional de la salud continuaba con el proceso médico, el PIRO mantuvo su funcionamiento bajo la atenta mirada y cuestionamiento de los propios usuarios y de quienes, hasta hace poco más de un año, eran oposición al mandato de Piñera. Entre ellos, el entonces diputado -y hoy presidente de la República- Gabriel Boric Font. 

En abril del 2021, el exparlamentario junto a otros nueve diputados firmó un proyecto en el que sugerían al mandatario de ese momento fortalecer y descentralizar el sistema. En el documento, emitido el 27 de abril de 2021, acusaban “un notable abandono de deberes del gobierno y del resto de autoridades a cargo, empezando por el propio Ministerio de Salud” y agregaban que “no se ha realizado una atención integral, como se hace llamar su programa, que pueda resarcir el daño funcional, psicológico y psiquiátrico de los centenares de víctimas de lesiones oculares graves”. 

Tanto profesionales del área médica como políticos y los propios lesionados eran claros en los puntos que se debía mejorar, a fin de entregar una atención acorde a lo requerido. 

Para el presidente del Departamento de Derechos Humanos del Colegio Médico, Enrique Morales, se debe tener en consideración que, además del daño en la agudeza visual, hay consecuencias psicosociales para los heridos y para su entorno, por lo tanto, “va a tener impacto en su autoestima, en lo afectivo, en su desempeño laboral, estudiantil y en lo económico”. 

Por lo mismo, más allá de la atención referida exclusivamente al ojo, “el programa deber tener comprensión, contención y afecto. Tiene que ser una red de apoyo amplia, no puede ser menos, porque es una tremenda deuda que tenemos con ellos”, explica la psicóloga de la Red de Colaboradores de Víctimas de Trauma Ocular, Dilcia Mendoza. 

El conjunto de esas expectativas fue las que se comprometió a cumplir Gabriel Boric desde que inició su campaña para llegar a La Moneda. En su manifiesto programático de cara a las primarias de 2021, el segundo eje se tituló “Derechos Sociales, garantizados y universales”, e incluyó un apartado referido al acceso a la salud gratuita y universal. La segunda medida al respecto -luego de mejorar el enfrentamiento de la pandemia de Covid-19 y sus consecuencias- fue un programa de atención integral enfocado en este tipo de lesionados.  

En su plan de gobierno definitivo, la medida número 26 prometía reparación integral a todas las personas vulneradas en sus derechos humanos a partir del 18 de octubre, con énfasis en algunos grupos, entre ellos, los heridos oculares. 

Si bien ninguno de los documentos profundizaba en las modificaciones o reestructuración que tendría el PIRO bajo su administración, “la esperanza era que hubiera cambios, porque en las reuniones con el Gobierno de Piñera, nos daban migajas”, dice Natalia Aravena, quien perdió su ojo derecho. Ella, confiada en el proceso que iniciaba el país tras el estallido, se presentó a constituyente con la lista Apruebo Dignidad como independiente, en un cupo de Convergencia Social.  “Mi compromiso es con el respeto absoluto a los derechos humanos, sin dudarlo y sin letra chica”, posteó Boric en su cuenta de Twitter, el 11 de diciembre del 2021, junto a un video en el que Fabiola Campillai, actual senadora, y Gustavo Gatica, joven psicólogo -ambos víctimas emblemáticas de trauma ocular del estallido social- le entregaban su apoyo para la segunda vuelta presidencial que ocurriría ocho días después.   

Durante la campaña, también se reunió con varios de los usuarios del PIRO, entre ellos, Fabián Leiva (33), quien recibió el impacto de tres perdigones: uno en el tórax, uno en el cráneo y el otro en el ojo izquierdo. Respaldar al candidato de 36 años significó incluso el rechazo de algunos de sus compañeros. “Yo le di la mano a Gabriel y hubo un compromiso de palabra de preocuparse por nosotros, porque al final uno pone la cara para apoyarlo. Me costó mucho, sobre todo a nivel de las coordinadoras”, cuenta. 

Era una apuesta desde todas las aristas. Durante el periodo eleccionario e incluso cuando ganó, las promesas y buenas intenciones se mantuvieron. Para las certezas hubo que esperar cinco meses desde que asumió la presidencia. 

En una fría mañana de agosto, vestido con un abrigo negro largo, camisa blanca, sin corbata, sus lentes de marco negro y mascarilla KN95, el mandatario llegó hasta el patio de Las Camelias en La Moneda para informar los avances de la Agenda Integral de Verdad, Justicia y Reparación. El principal anuncio: la puesta en marcha del Plan de Acompañamiento y Cuidado para Sobrevivientes de Trauma Ocular (PACTO), que llegaba para reemplazar al PIRO. 

Las entonces ministras de Salud, Begoña Yarza, y de Justicia, Marcela Ríos, además de los subsecretarios y subsecretarias de ambas carteras, junto con Gustavo Gatica, la senadora Fabiola Campillai y otras víctimas, también participaron de la actividad.

Era el momento que muchos habían esperado, porque -tal como dijo Boric- “no basta solo con declaraciones de principios, tenemos que comprometernos con cosas materiales”. 

Según lo explicado por el presidente, el principal objetivo de la nueva iniciativa era restablecer la confianza de quienes fueron violentados y sus familias en las instituciones y el Estado, además de mejorar las atenciones y coberturas de salud. 

Si bien durante toda su alocución no mencionó ni una sola vez al PIRO, en la práctica, el plan que lanzó era la continuación, con algunos cambios, de lo que ya existía. 

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Aquello se puede revisar en la página web del PACTO, donde dan la opción de descargar las bases del nuevo plan: un documento de 30 páginas con fecha 1 de julio de 2022, firmado por la exjefa de la cartera de Salud, que se titula “Orientación Técnica Programa Integral de Reparación Ocular (PIRO)”. 

El texto, en el que se basa el funcionamiento del organismo, indica los muestra objetivos generales y específicos de la iniciativa, los que no muestran grandes diferencias frente a la publicación del 18 de febrero del 2020, cuando se aprobó su antecesor en pleno gobierno de Piñera. 

En cuanto al modelo de atención, también se establecen las mismas etapas con una sola diferencia: en el texto inicial se considera dar de alta a los pacientes una vez que hayan completado su tratamiento médico y estén estables o recuperados, situación que no se considera en las orientaciones técnicas del PACTO. 

Entonces, ¿dónde están los cambios? 

El escrito especifica que busca mantener la atención en la red pública de salud de acuerdo con los recursos aprobados en el presupuesto 2022, que consideraba 1.506 millones de pesos para el financiamiento de las prestaciones entregadas por el Hospital del Salvador, la descentralización de las atenciones, y la entrega de competencias a los equipos para una atención especializada en el área psicológica. 

En esa línea, según información entregada por la Subsecretaría de Redes Asistenciales, en el periodo Boric se inició con el suministro de medicamentos que no se encontraban en el inventario de la farmacia del establecimiento; la entrega de ayudas visuales de especialidad -como por ejemplo antiparras-; ampliación de la atención de salud mental para los familiares de las víctimas; definición del procedimiento de traslado y alojamiento de usuarios de región y un acompañante; recambio de prótesis a lo largo de todo el ciclo vital y prestación de los cuidados necesarios para mantener el bienestar y condición del ojo no afectado por el trauma. 

En segundo lugar, respecto a la descentralización, se implementaron referentes PACTO, algo así como delegados, en cada uno de los 29 servicios de salud territorial a lo largo del país. 

Además, se amplió la atención médica integral -que considera servicios de oftalmología, prótesis y rehabilitación funcional- al Hospital Regional de Concepción Dr. Guillermo Grant Benavente, y se extendieron algunas prestaciones a otros centros. 

Asimismo, se solicitaron cargos específicos para los servicios de salud de Iquique, Valparaíso-San Antonio, Maule, Concepción, Araucanía sur y Metropolitano Oriente.

Sin embargo, según información entregada vía Ley de Transparencia por el Minsal, desde el inicio del actual gobierno solo se ha contratado a tres profesionales para ampliar el equipo en Santiago: un psicólogo, una trabajadora social y un administrativo que se sumaron para completar un grupo de 12 profesionales. Mientras que para el resto del país se contabilizan 16 especialistas en total. 

Finalmente, sobre la capacitación, se estableció la formación integral en derechos humanos para todos los funcionarios y funcionarias que tengan contacto con las víctimas y realicen tareas de coordinación, a través de dos cursos y un conversatorio referidos al tema. Además, un diplomado en baja visión, ceguera y rehabilitación visual para siete terapeutas ocupacionales y dos tecnólogos médicos.  Para darle continuidad al servicio, en el presupuesto 2023 se destinaron 2.300 millones de pesos para la atención de quienes sufrieron lesiones oculares y, además, se amplió la cobertura a todos quienes recibieron impactos de perdigones en cualquier parte de su cuerpo. 

Ese monto se diferencia solo en 97 millones de pesos al dinero destinado para el PIRO en 2020 y 2021, años en que ingresó oficialmente a las cuentas del Ministerio de Salud con 2.203 millones. En aquel entonces solo se ocupó efectivamente un poco más de 32% de lo planeado, 718 y 769 millones respectivamente, en atenciones, arriendo de dependencias, traslado y alojamiento de pacientes.

En tanto, para el 2022 lo presupuestado para el programa descendió a $ 1.506 millones y se  gastaron 472 millones. 

Si bien las propuestas van en el camino de los esperado, para las víctimas y quienes las han acompañado en el proceso, el PACTO se ha quedado corto. Al menos hasta ahora.  “Yo creo que el Gobierno trata de hacer lo que puede con lo que tiene, pero no alcanza, no cubre”, afirma la psicóloga de la Red de Colaboradores de Víctimas de Trauma Ocular, Dilcia Mendoza. Ella ha trabajado para reparar -externamente al sistema integrado de salud- el trauma ocasionado a las personas y concluye que, pese a las modificaciones, no es lo suficientemente completo e integral como para cubrir todas las áreas que quedaron dañadas o paralizadas tras perder la visión. “Yo no sé si se alcanza a dimensionar el asunto, el trauma que esto implica”, se pregunta.

Quizá la falta de comprensión se deba a lo que la psicoterapeuta Loreto Peñadefine como una vinculación instrumental: “Vivimos en un mundo como que hacemos terapia, como que hacemos reparación, pero no hacemos nada”, asegura y añade que aquello no se debe solo a un punto débil de este proyecto, sino a la coordinación de muchos engranajes que no logran funcionar al mismo tiempo. “El psicólogo no puede trabajar sin el que da fármacos”, ejemplifica.

Además, apunta a la falta de seguimiento y fiscalización por  parte de las propias. autoridades como uno de los elementos que hace tambalear al sistema.

Por eso, el presidente del Departamento de Derechos Humanos del Colegio Médico,

Enrique Morales, mira con cautela al PACTO. “Creo que aún está en implementación, todavía le falta. Hay muy buenas intenciones respecto a lo planteado, de corregir justamente”, opina. Sin embargo, lo que ve en la práctica todavía le hace dudar si el anuncio de Boric es solamente un cambio de nombre.

Para Albano Toro, más allá del papel, las mejoras no se ven. Las atenciones siguen siendo en la misma unidad y en la misma casa que les asignaron cuando el programa aún se llamaba PIRO, solo que hoy lo denominan espacio PACTO.

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Gloria Moraga (51) llevaba casi tres horas en la marcha en el centro de Chillán cuando decidió volver a su casa. Estaba cansada, le dolían los ojos por las bombas lacrimógenas y necesitaba ir al baño. Se alejó del grupo de amigas y conocidos con los que había compartido ese 20 de octubre y empezó a ponerse todos los implementos para ir a buscar su bicicleta, que había dejado amarrada en el Paseo Arauco, cerca de la plaza principal de la ciudad. 

Como buena ciclista, se puso sus guantes, lentes, una parka y se ajustó la mochila en la que llevaba amarrado el casco. Cuando ya estaba lista, empezó a bajar unos escalones y a lo lejos vio una escena que la inquietó: un grupo de aproximadamente seis carabineros habían detenido a un joven y lo arrastraban por la explanada al frente de la intendencia. Ella se dio cuenta que por el movimiento, al hombre se le bajaba el pantalón.  “Le vi, literalmente, el poto al aire. Y mi intención fue ir a tapar su dignidad”, cuenta. Por eso apuró sus pasos mientras caminaba hacia él. Cuando ya estaba cerca, se agachó y fue ahí cuando sintió algo raro en su cuerpo: “Un zumbido, una cosa como un silbido extraño. Mi primer pensamiento fue ‘me cagaron los dientes’”.

Instintivamente se tocó la cara y se percató que sus lentes estaban rotos y su guante lleno de sangre. “Ahí me desmayé”, recuerda. No sabe cuánto tiempo pasó, pero cuando despertó, unos efectivos policiales la llevaban hacia las mismas escalas que había bajado anteriormente. Sentía gritos de personas y mucha gente alrededor de ella. No entendía qué pasaba. Le decían que se quedara tranquila, que ellos la iban a cuidar. Empezaron a buscar agua para limpiarla y Moraga les dijo que en su bolso, que aún estaba colgado a su espalda, siempre llevaba una botella. “Me sacan la mochila y me empiezan a echar. Entonces era una cuestión de ahogarme entre agua, sangre y sentirme mojada”, describe. 

Una enfermera que estaba en el lugar la ayudó a contactarse con dos amigas que habían estado con ella en la movilización. Minutos después llegó una ambulancia para trasladarla al Hospital Clínico Herminda Martín. En el trayecto le preguntaron si sentía alguna otra cosa, pero la mujer aseguró que estaba bien. 

“La chica tomaba nota de mis respuestas y llamaba como por una radio y decía ‘grave, grave. Mucha sangre, mucha sangre’. Y yo, consciente, miraba como si tuviera los dos ojos. Nunca, jamás me imaginé que me lo habían volado”, afirma la única víctima de trauma ocular de la región del Ñuble.  

Una vez que llegó al recinto asistencial, esperó hasta que el oftalmólogo la revisó. El especialista le informó al hijo de Moraga que su mamá quedaría hospitalizada porque al parecer era pérdida total. Hasta ese entonces, la ciclista aún no entendía a qué se referían. Solo sabía que su cara estaba muy inflamada porque en el momento en que recibió el impacto, se cayó y se rompió el labio. 

—¿Pérdida de qué? —preguntó la mujer. 

—Señora, usted tiene un derrame gravísimo en el ojo derecho. Se va a quedar hospitalizada —le respondió el doctor. 

Al día siguiente, a las ocho de la mañana la operaron para contener la hemorragia. Estuvo 11 días en el centro médico y, una mañana, mientras veía televisión en una sala común, escuchó al exministro Jaime Mañalich anunciar un plan de atención para las personas agredidas.  

—Señora Gloria, véalo, véalo, ponga oído  —le dijo la enfermera que la acompañaba.

Ella, efectivamente, le prestó atención. Tanta que decidió hablar con el equipo médico que la trataba en Chillán y pedir traslado a la capital. 

—Sabe, el gobierno que nos agredió está haciendo un programa en Santiago donde atienden a las víctimas que estamos siendo agredidas por Carabineros y yo me quiero ir para allá —les pidió. 

Ellos aceptaron y algunas jornadas después Moraga estaba en la UTO preparándose para una segunda intervención, donde le sacaron todo el material del globo ocular.

Desde entonces ha tenido tres prótesis y ha viajado en varias ocasiones desde su ciudad al Hospital del Salvador para continuar con el tratamiento. Tres años después de ese domingo en que recibió el impacto, ve avances en su proceso, pero confiesa que ha sido muy difícil. 

Hasta mediados de 2021 volvió a subirse a su medio de transporte preferido, en el que ahora tiene un letrero que dice “No habrá paz sin justicia”, junto al dibujo de una mano que sostiene un ojo que sangra. “Estuvo guardada en la casa de mi amiga Susana oxidándose en el patio. Yo no me atrevía, no quería verla, no estaba en mí volver a andar en bicicleta. Yo la veía y decía ‘no voy a poder hacer mi vida como antes’. Y de a poco he ido retomando mis cosas”, relata con emoción.

Como ella, todos quienes fueron heridos en el contexto del estallido social han tenido que aprender a enfrentar un mundo que no está pensado para personas ciegas o con visión monocular. Limitaciones físicas, laborales, económicas, en sus relaciones sociales y en otras áreas han marcado un camino que hoy recorren confiados en poder superarlo de la mejor manera posible, pese a los problemas que han tenido con la atención médica. 

Adaptarse a una nueva vida

Moraga trabaja como cocinera y la coordinación entre lo que ve y sus movimientos son parte fundamental de esa labor. Sin embargo, desde que recibió el impacto en la plaza de Chillán, preparar alimentos se convirtió en un reto. “Me costó tres meses volver. Estuve todo ese tiempo comiendo comida comprada. No me atrevía a cortar nada, me daba terror cortarme un dedo o cosas básicas, como dejar las hornillas prendidas”, cuenta.  

Cosas cotidianas como tomar un vaso de agua, subirse a una micro o bajar escaleras son desafíos para las víctimas de trauma ocular. Ahora solo ven con un ojo y su cerebro en muchos casos todavía no se acostumbra a esa realidad sin la misma profundidad que antes.

Chocar con las personas y las paredes, pensar que los objetos están más cerca o más lejos de lo que efectivamente se encuentran y perder el equilibrio, son algunas de las situaciones que viven a diario y que suman a los fuertes dolores, mareos, náuseas y otros síntomas asociados a la pérdida de la visión. 

“Me cambió la vida porque tuve que entender mis limitaciones. No puedo salir mucho de noche, porque no veo, me caigo. Me tropiezo acá adentro, imagínate afuera.

Y mi cuerpo actúa diferente, porque me tengo que meter seis pastillas todos los días, unas gotas cada tres horas.

Uno de los remedios tiene otras secuelas, no sé cuánto más voy a aguantar así”, se cuestiona Fabián Leiva, quien tuvo que abandonar el boxeo, una de sus pasiones porque su estado actual simplemente es incompatible con ese deporte. 

Su amigo, Manuel Véliz, recuerda lo complicado que era para él asistir a sus controles en el PIRO y relata una situación que se repite en la mayoría de quienes fueron entrevistados para este reportaje. “Yo me iba en metro y choqué muchas veces con la gente. Ellos creían que lo hacía a propósito. Ya con el tiempo he sabido cómo caminar. Como ya no veo por un lado, me pego a la pared para ver a los demás. Son cosas que he cambiado”, describe el joven que entró a estudiar arqueología en el 2021. 

A esas dificultades se agrega lo estético. También deben acostumbrarse a verse diferentes frente al espejo, ser constantemente observados, y esa, para algunos como Diego Foppiano, ha sido la parte más complicada.  “Como que no me gusto así, la gente me mira mucho. Mi cara ya no va a ser la misma que era antes, mi ojo ya no se va a poder volver a mover como lo hacía antes”, lamenta el universitario quien usa una prótesis para que su aspecto sea lo más parecido a como era previo al disparo.

Al igual que él, la mayoría de quienes perdieron por completo el globo ocular, usan un implante que, junto con mantener la armonía facial, también contribuye a conservar la cavidad en buen estado. 

El encargado de esa labor en la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador, es el cirujano dentista especialista en somatoprotesis, Sebastián Córdova, quien se integró al equipo del PIRO en noviembre de 2019. 

El profesional es también académico de la Universidad de Chile, casa de estudios donde se formó con el docente del Departamento de Rehabilitación Oral de la Facultad de Odontología (FOUCh), Guido Vidal. 

El hombre de pelo totalmente cano asegura que le da tranquilidad saber que es su alumno y colega el responsable de entregar una solución a los lesionados. “Es preferible que lo haga alguien de mi equipo, que lo haga bien y que dé buenas soluciones. Eso es más valioso a que traigan a alguien de afuera o contraten a alguien que de oficio pretende hacer prótesis oculares. Aquí en Chile hay muchas personas que instalan prótesis, pero ellos no las hacen”, afirma y agrega que en la actualidad incluso se pueden comprar dichos elementos por internet. 

Y es que el proceso de personalización es fundamental en este caso. Vidal explica que si no es hecha especialmente para cada paciente, la postura de un cuerpo extraño en la cavidad puede provocar desde la pérdida del implante, aparición de úlceras, expulsión de la prótesis con facilidad, que el paciente no la use constantemente por lo que se empieza a atrofiar el espacio, no se lubrica correctamente y una serie de otros problemas que derivan en lo que el dentista denomina una odisea.

Eso sumado a que de por sí ya es complicado trabajar con personas que perdieron el globo ocular de manera traumática, porque se diferencian mucho de los casos en que es un proceso programado. “Ahí tú te preparas antes para operar, sabes exactamente lo que vas a sacar, sabes cómo reconstruir y sabes cuándo participa cada miembro del equipo para la rehabilitación”, detalla Vidal.

Por el contrario, el paciente con trauma no se sabe cómo va a quedar y, generalmente, explica el doctor, la preparación de la cavidad no es la más adecuada, porque los servicios de urgencia no tienen implantes, injertos o mantenedores de espacio adecuados, sino que hacen lo que más pueden con los elementos que tienen.  Además, hay daño en los párpados, huesos, pierden tejido graso o quedan con daño neurológico. En conclusión, el especialista afirma que “el protesista tiene que trabajar en reconstrucción o en rehabilitación con lo que queda, no con lo que se espera o se ha preparado”. 

Por eso cada sesión con el profesional es fundamental para lograr un buen resultado. “Sebastián me agendaba varias horas porque es cansador probarse la prótesis a cada rato, si te queda buena, si hay que pulirla, si te molesta, si se te clava”, detalla Gloria Moraga, quien ha usado tres de esos implementos, dos de ellos hechos por Córdova.

—Señora Gloria, va a tener que tener paciencia. Se tiene que quedar una semana  para que se vaya tranquila y por cualquier cosa tiene que venir. Si siente alguna molestia tiene que hablar con la persona que le organiza las atenciones y se viene de inmediato para acá —le dijo el profesional a la mujer. 

Un proceso similar ha realizado con los otros 61 pacientes a quienes ha recibido en el box que, a diferencia de las atenciones psicosociales para las víctimas, no se trasladó hasta el espacio PACTO -llamada anteriormente casa PIRO- sino que sigue funcionando en la UTO, dentro del Hospital Salvador, porque sus servicios se extendieron más allá de exclusivamente los heridos en el estallido social.

Natalia Aravena también ha pasado por el proceso de hacer una prótesis varias veces.

Ella misma ha visto cómo su cavidad se ha modificado. “Con el tiempo cambia, se transforma y absorbe tejido, en general se va hundiendo más. Los doctores dicen que si tienes una prótesis y no tienes muchos cambios, puede durar como diez años, pero como lo nuestro fue reciente, no están tan estables, entonces hay que hacer ajustes cada uno o dos años”, cuenta. 

La última que el cirujano dentista le hizo es en tono lila, con glitter, y la utilizó para el día de su boda. “Luego de intentar hacer pasar desapercibida la falta de mi ojo durante dos años con una prótesis convencional, me di cuenta que me hacía sentir mal. Me miraba al espejo y veía algo que no me pertenecía, me sentía falsa y, además, estaba todo el tiempo pendiente de cómo mirar y en qué dirección hacerlo para tratar de que la gente no notara la diferencia de movimiento entre mi ojo y la prótesis”, escribió en un post de Instagram donde aparece con su vestido de novia. 

Esa incomodidad la llevó a probar algo nuevo, aunque no tan distinto para ella porque ya había tenido una en color magenta. “Siento que puedo tomar eso horrible que me hicieron y hacerlo mío, abrazar el hecho de que nunca más volveré a ser la misma y, aun así, brillar con más fuerza que antes”,  agregó en su publicación.