Y terminó la Convención Constitucional. Un proceso no exento de dificultades, errores y aprendizajes. Durante un año completo fue un espacio constantemente asediado por el mundillo boutique. Ese del Liguria a «la hora del té». Un sector que nunca terminó de convencerse de la composición del órgano que redactaría la nueva Constitución. Una Convención de dones nadie.
Una ajedrecista, un músico de tuna, una tía de furgón escolar, un escritor, una machi. «La Convención se parece más a Chile», se dijo cuando fue electa. Más allá de punto de inflexión político, es esa diversidad de historias la que hizo verdaderamente de este proceso uno histórico. En su mayoría, personas comunes y corrientes, de distintas tradiciones políticas y representantes de diversas identidades, son las que dibujaron la propuesta del Chile de las próximas décadas.
Y eso es lo que a algunos les molesta. Que el privilegio de la política dejara de ser solo patrimonio de los comités de expertos, de políticos profesionales y de los apellidos compuestos. Hoy las y los protagonistas fueron las y los anónimos. Fuimos todas y todos nosotros. Con sus errores y aciertos. Porque así es el mundo real, en el que nos equivocamos, nos peleamos, nos levantamos, nos perdonamos. El medio fue el mensaje.
Lo cierto es que Chile tiene su primera Constitución hecha en democracia, con paridad de género y junto a los pueblos originarios, lista para ser votada el 4 de septiembre. E independiente si gana el Apruebo o el Rechazo, ambas legítimas opciones, recordaremos para siempre que alguna vez en nuestra historia republicana, las y los dones nadie tuvimos un lugar en la mesa, en el cual se nos permitió soñar.