La bandurria es un ave endémica del país, conocida por ser cautelosa y de canto ruidoso. A menudo detestada por hurgar en la basura de los humanos, se abre paso entre los desechos sin pedir permiso. Ahora, también es nuestro referente.
No venimos a hacer prensa de titulares rápidos, ni a camuflar los temas medioambientales con la solemnidad de un paper académico. Venimos a hurgar.
Apostamos por lo asilvestrado. Por aquellas historias que se esconden a simple vista, como la mal llamada “maleza”: vegetación que no sirve —ni para decorar— y que, por lo tanto, debe erradicarse. Allí, justo en ese margen, en lo que crece sin permiso, brotan las preguntas que queremos hacernos.
Indagamos en la flora, funga y fauna del país —vegetal, animal, humana— que se incomoda, propone nuevas dinámicas y resiste en un presente donde la degradación de los territorios es la norma, mientras la comunidad científica grita a menudo sin ser oída por un cambio de rumbo.
En esta edición abordamos historias de encierro, ocultas en el entramado nacional por una burocracia moldeada por el antropocentrismo. No todas son fáciles de encasillar. Algunas muestran tensiones entre el lucro y el cuidado, entre la legalidad y la ética, entre la protección y la apropiación. Invitamos al o la lectora a observar con atención —y sin certezas prefabricadas— esos márgenes donde las decisiones humanas que afectan lo no humano.
No venimos a absolver ni a condenar, sino a retratar. Y quizás, al mirar de cerca, algo de nosotros también se revele.