13 años han pasado desde que Britney Spears está bajo el sistema de conservatorship que dictamina que Jamie Spears, padre de la cantante, tiene su tutela legal. Él decide y limita cada aspecto de la vida de la compositora: qué compra, cómo invierte su dinero y a quiénes ve.
Por Marianne Mathieu y María Eugenia Soto
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A mediados de los 2000, la imagen que proyectaba la princesa del pop se alejó completamente de lo que fue la adolescente de los noventa. Con periodistas y paparazzis siguiendo cada paso que daba, mientras peleaba el juicio por la tuición de sus hijos, la cantante protagonizó episodios que luego le pasarían la cuenta. El año que se rapó la cabeza —para evitar perder la custodia de los niños— y atacó a un paparazzi con un paraguas, hicieron que fuera catalogada por la prensa como una persona fuera de control. En medio de titulares tendenciosos y revistas que la juzgaban por un supuesto colapso mental y uso de drogas, se le forzó el régimen de tutela.
Britney Spears se encuentra bajo un sistema tortuoso denominado conservatorship, el cual le prohíbe tener control tanto de su patrimonio y sus decisiones como de su propio cuerpo. Gracias a las consecuencias de un proceso judicial patriarcal, que no le ha revocado el sistema tras trece años, no puede ver a sus hijos ni tomar decisiones libremente y debe obedecer a su padre en todo sentido.
Con la llegada de los movimientos feministas que comienzan a cuestionar el patriarcado —sociedad en que los hombres predominan en roles de liderazgo y de toma de decisiones— las y los fanáticos de Britney Spears se replantearon esta tutela y el que un hombre tuviera completa facultad sobre una mujer adulta. Así surgió el movimiento #FreeBritney, el cual se presenta como una manifestación contra este régimen y tiene como objetivo brindarle apoyo a la cantante y lograr —como dice su nombre— liberarla del sistema.
En el juicio del 23 de junio, conectada mediante una llamada telefónica, la artista manifestó su mirada del conservatorship por primera vez en años y pidió su liberación. “Lo que he vivido es vergonzoso y desalentador, y es la principal razón por la que no hablé abiertamente. Pensé que nadie me creería. Quiero que me devuelvan mi vida, ya es suficiente” declaró Britney.
Tras la audiencia, diferentes actores, instituciones y medios se manifestaron a favor de la cantante a través de la etiqueta FreeBritney. Las mismas revistas que alguna vez hablaron de la cantante criticando y persiguiéndola por una foto, la apoyaron y salieron en defensa de su libertad. Los tiempos cambiaron y quienes una vez criticaron a Britney hoy hablan a favor de ella.
El consenso de la sociedad actual parece ser universal: Britney debe manejar su propia vida
La periodista y fiel seguidora de la cantante, Estefanía Sepúlveda, recalca la importancia que ha tenido el movimiento y el documental Framing Britney Spears en la visibilización del conflicto: “Ayudaron a que esto se masificara y le diera la fuerza a Britney para decir ‘quizás en este momento la gente no va a pensar que estoy loca, ni me va a ridiculizar como lo hacían al comienzo, tal vez ahora hay una opción de salir’”.
“Mi papá y cualquier persona involucrada en la tutela y mi administración deberían estar en la cárcel. (…) Nunca se le ha hecho nada a esta generación por hacer cosas malas, pero mi ‘precioso cuerpo’ ha trabajado para mi papá durante los últimos malditos 13 años, tratando de ser tan buena y bonita” dijo Britney en el juicio.
La cantante estadounidense ha realizado espectáculos, giras y discos muchas veces contra su voluntad. Tras arremeter contra su hermana y su padre, quienes son considerados por los fanáticos como los principales cómplices de esto, Britney pudo optar por un abogado propio que defendiera su caso frente a la justicia y pusiera fin al sistema que mantiene económicamente a gran parte de su familia.
La princesa del pop ha sufrido desde su adolescencia las consecuencias de la fama: siendo sexualizada, presionada laboralmente y perseguida por los medios con apenas 16 años. La incongruencia de esta sociedad fanática de Britney —al nivel de llamarla ‘princesa’— se visibiliza en el repudio generalizado que tiene tras su crisis del 2007. La sociedad le dio la espalda a Britney cuando más lo necesitaba y dejó una deuda que no ha saldado.
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