
Lucy iba a la delantera por el oscuro y estrecho camino dentro del ropero del Profesor Kirke, mientras sus hermanos le seguían el paso temeroso, como si no supieran hasta donde llegarían. Sus caras comenzaron a iluminarse mientras avanzaban hacia la habitación. De pronto cayeron todos, uno sobre otro.
Comenzaron a incorporarse lentamente, como si hubieran llegado a un planeta completamente desconocido. La mansión seguía extremadamente silenciosa, como si nunca hubieran dejado la habitación vacía.
-¿Se habrán dado cuenta que nos fuimos? – preguntó Peter mientras se asomaba sigilosamente por el pasillo.
-¿Sinceramente? Ni yo pienso que salimos de aquí -replicó Susan- ¡No puede ser real, es una locura!
-¡Pero qué dices! Te acaban de nombrar Reina de Narnia. Juraste frente a todo el pueblo ser su líder, ¿Cómo eso no va a ser real? -replicó indignada Lucy.
-Lucy… ¿Realmente crees que, a través de un ropero, el cual no se ha abierto en años, de un señor que probablemente olvidó que estaba acá, se puede llegar a un bosque encantado con criaturas fantásticas? -respondió con tono burlesco Edmund.
¿Quieres escuchar la discusión entre Lucy y sus hermanos?
Lucy, desolada junto al ropero, con la mirada perdida, pensaba en las locuras que decían sus hermanos.
No podía dejar de pensar en Narnia. Horas frente al ropero, esperando que algo pasara, que algo cambiara.
En la noche, cuando todos dormían, se escabullía silenciosamente por la mansión hasta la habitación. Entraba al ropero temerosa, temblando ante la idea de volver a las tierras mágicas. Pero tristemente, lo único que encontraba eran los viejos abrigos del profesor.
Una noche, decidió intentarlo una vez más. La luna llena iluminaba el cuarto con timidez. Abrió nuevamente el ropero, la puerta crujió y la luz dejó hacia adentro; parecía que todo seguía igual. Llena de esperanza, caminó lentamente, abriéndose espacio entre los abrigos. Un viento helado le recorrió el cuerpo. De pronto ahí estaba: el bosque encantado de Narnia aparecía ante sus ojos con su conocido resplandor. Al salir, su amigo Tumnus la esperaba con una bufanda roja y la sonrisa más cálida.
-¿Me escuchas Lucy? -preguntó una voz dulce.
De repente, los bosques se transformaron en paredes blancas y su vestido rojo en una larga e insípida bata blanca.
Cerró los ojos entre sollozos. La enfermera se sentó junto a su cama y le consoló.
-¿Has vuelto de nuevo a Narnia?
-Aslan dijo que debía prepararme. Pronto llegaría por mí y me llevaría de vuelta -respondió Lucy.
La enfermera la miró apenada y se sentó a su lado con una carpeta en sus manos. Contenía un montón de documentos:
«Lucy Pevensie: trastorno psicótico de personalidad».
«Imaginó un mundo llamado “Narnia”. Está convencida de que es real. Construye un mundo imaginario llamado “Narnia”. Padece alucinaciones al menos dos veces al día. Permanencia en el hospital indefinido».
-Lucy… necesito que te tomes los remedios, son importantes para tu tratamiento
-Lo sé, de todas formas, no lo entiendo. No entiendo cuál es ese afán por intentar mejorarme. No tengo nada malo. Narnia es mi refugio y no debo ser castigada por eso, pero creo que es algo que ustedes nunca podrán comprender dentro de esta habitación vacía.
Por Fernanada Jiménez, Catalina Sepúlveda, Thomas Rojas, Magdalena Gamboa, Laura Galeno