
Por Camila Chavarria Rios
A los dieciséis, la vida no viene con instructivo. Es un torbellino de emociones que se mueven rápido, como el viento en los patios de los liceos. En Santiago, entre paredes rayadas con iniciales, estudiantes que prefieren no decir su nombre hablan más claro que nunca. Sus voces son cifras, pero también son historias.
La encuesta nacional “Juventud y Bienestar”, aplicada por el Ministerio de Educación a más de 2.100 establecimientos educacionales —lo que representa el 69% de los colegios del país—, no solo busca un diagnóstico. Quiere ser una base para tomar decisiones educativas y sociales que impacten en el corto, mediano y largo plazo. El foco está en el bienestar de niñas, niños y jóvenes.
Mudos ante la violencia y un vínculo no desarrollado
Una estudiante de 16 años responde sin mirar: “Sí, me siento feliz… pero a veces también muy cansada. Como si ya fuera grande”. Sus palabras coinciden con un dato que parece contradictorio: el 76,7% de los estudiantes dice sentirse feliz, y el 77,2% se declara contento con su vida. Sin embargo, bajo esa luz también hay sombras.
El 19% tuvo problemas para dormir en las últimas semanas y el 15,3% declaró sentirse lento o con poca energía. Y cuando se les pregunta por su autoestima, los números duelen: el 33,9% siente que es un fracaso y el 41,1% cree que no es bueno en nada.
“Hay días en los que me miro al espejo y no me reconozco”, cuenta otro joven. “Me cuesta pensar que voy a lograr algo algún día”. No es el único. El 9,6% de los estudiantes siente que el futuro parece sin esperanza, el 14,5% se sintió triste o decaído, y un 16% se sintió solo casi todos los días.
“Casi no hablamos”, dice un joven sobre sus padres. “Trabajan todo el día. A veces siento que solo me ven si saco malas notas”. Lo que dice tiene eco en los datos: el 12,8% declara que le cuesta recibir cariño y calidez de sus cuidadores, el 36,7% no logra tener conversaciones personales con ellos, y el 15,1% no recibe consejos sobre sus estudios.
A mayor control parental, menor consumo de sustancias. La encuesta lo evidencia: solo el 5% de los alumnos con alto control parental se ha emborrachado, mientras que el porcentaje sube al 11,9% con bajo control parental. En cuanto a marihuana, el 16,1% con alto control parental la ha consumido, mientras que en quienes tienen bajo control parental, la cifra sube a un 29,1%.
“Nos reímos, pero sabemos que duele”, dice una estudiante cuando se le pregunta por el bullying. Un 40% reconoce haberse burlado de alguien, un 20,7% ha iniciado una pelea con otro grupo y un 10,9% admite haber dañado físicamente a otra persona en el último año.
“No nos sentimos seguros ni afuera ni adentro del colegio”, se lamenta uno de los estudiantes. “A veces parece que somos culpables solo por tener uniforme”.
Más que cifras: lo que dicen las autoridades
La directora de SENDA, Natalia Riffo, fue directa: “No podemos enfrentar problemáticas complejas con soluciones simples. Se necesitan respuestas integrales”. Dejó claro que no basta con saber los números: hay que interpretarlos, compartirlos y actuar.
“Estas dimensiones no definen a los y las estudiantes”, dijo con énfasis. “Podemos cambiarlas. Pero hay que escucharles y construir entornos protectores. Eso exige corresponsabilidad: familias, escuelas, comunidades”. Para ella, talleres como los de periodismo escolar ayudan a fortalecer vínculos, crear empatía y hacer comunidad.
Riffo también advirtió que la pandemia sigue teniendo consecuencias invisibles. “Estar tanto tiempo encerrados, sin contacto, sin rutina… eso afecta, sobre todo a quienes están creciendo. Todavía no dimensionamos el impacto completo”.
Hay planes de acción concretos: 130 comunas recibirán apoyo directo a la salud mental infantil y 73 avanzan con programas para prevenir la violencia escolar. Pero para que funcionen, dijo, “tenemos que creer que es posible construir espacios de cuidado y confianza”.

«Las juventudes están liderando las conversaciones sobre salud mental, pero aún hay brechas»
El director nacional del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), Juan Pablo Duhalde, destacó la importancia de crear políticas públicas con base en evidencia: “Las decisiones más acertadas nacen cuando hay tres ingredientes: datos, participación juvenil y pertinencia local”.
El INJUV trabaja con atención psicológica gratuita y confidencial. El problema es que sólo el 6% de los jóvenes ha participado en estas instancias. “Tenemos que llegar a más”, comentó. “Y romper los estigmas. Las juventudes están liderando las conversaciones sobre salud mental, pero aún hay brechas, sobre todo de género”. La mayoría de las consultas psicológicas son realizadas por mujeres, muchas por ansiedad o depresión. “La salud mental no puede seguir siendo un tema tabú”, enfatizó.
Repensar las escuelas
Desde el Ministerio de Educación se remarcó que esta encuesta no solo sirve para generar políticas: ayuda a entender que la escuela debe ser un espacio de protección, donde se construya comunidad con sentido. “Los cuidadores —docentes, padres, asistentes— preguntan cómo estar presentes sin imponer”, se dijo. “La presencia autoritaria ya no es autoridad. Debe construirse desde el cariño, el diálogo, la escucha”.
Los protocolos deben responder a eso. No como regla impuesta, sino como herramientas que sirvan para acompañar. La meta de asistencia escolar no puede ser solo un número, sino parte de un plan que abrace a quienes están dentro. Porque acompañar también es enseñar.

¿Y si confiamos en ellos?
Uno de los voceros juveniles lo dijo así: “Nos preocupa que por lo menos un compañero sufra. Y que nadie lo note. No se trata solo de estadísticas. Se trata de sentir, de hablar. De confiar”.
Esa confianza es lo que también remarcó el subsecretario del Interior, Víctor Ramos: “Los estudiantes son los líderes del futuro. Y nosotros somos responsables de ayudar a construir ese futuro”. No basta con hablar de salud mental en el aula. Hay que hacerlo en la familia, en la calle, en los buses, en las redes. Y para eso, esta encuesta no es el fin, sino el principio.
Porque los que hoy tienen 15 o 16 no solo son cifras. Son la generación que heredó una pandemia, que vive con la presión de un mundo incierto, pero que aún se atreve a soñar. La encuesta “Juventud y Bienestar” nos entrega los datos. Pero son sus voces las que claman por cambios. Nos toca escucharlas, de verdad. Y actuar. Porque escribir de ellos, es cuidarlos. Y cuidarlos, es también cuidar nuestro país.