CONEJOS Y SOMBREROS

Cuando la habitación se pone fría y las luces ya no encienden, solo queda un lugar
al que escapar. Al país de las maravillas.

Entro en el departamento y me recibe una habitación oscura y desierta, no pasa ni
un minuto para que el frío envuelva por completo mi cuerpo. A mis espaldas se
escuchan las bocinas de los autos y las voces de las personas que vuelven a sus
hogares luego de un día de trabajo. Ciertamente no es mi caso. Avanzo unos pasos
y mi mirada capta mi gran temor, la pesadilla que atormenta mi cabeza día y noche,
de la cual no he podido escapar. Sobre el mesón de la cocina están apiladas las
cuentas por pagar, junto a las advertencias de desalojo y las cartas del banco. Hago
el intento en vano de encender la luz. No la pagué este mes. Probablemente no lo
haga el siguiente tampoco.

Dejo sobre mi escritorio la carpeta con las cientos de copias de mi currículum. Las
copias que no recibieron, las copias que no recibirán. Me acuesto finalmente en mi
cama y cierro los ojos, preguntándome cuándo será que este bucle infinito termine y
las cosas cambien.

Cuando abro los ojos ya no estoy en mi cama. Es más, ya no estoy en mi
departamento. El sol me llega directo a la cara y ya no está esa sensación de frío a
la que estoy tan acostumbrada. Me encuentro sentada en el pasto, es un parque
extenso con todo tipo de flores y árboles que jamás en mi vida había visto. Noto que
estoy sobre un mantel y que a mi lado hay una extensa variedad de comida y tazas
de té. Es un picnic, pero no sé exactamente con quién debería estar
compartiéndolo.

– ¡Alicia! ¡Alicia! – escucho que gritan a lo lejos – Que bueno que apareciste
Alicia ¡Es la hora de tomar el té!

Veo a un hombre con un aspecto muy singular dirigirse en mi dirección. Lo
envuelven telas de colores y tiene puesto un gran sombrero. En mi mente parece el
recuerdo del sombrero loco de los cuentos que me leía papá cuando pequeña.
Caigo en la cuenta de que el señor me está hablando a mí.

– ¡Te estábamos buscando, Alicia! – dice cuando ya está más cerca.

Yo no me llamo Alicia. Pero el hombre se ve bastante seguro de que le está
hablando a la persona correcta. Intento explicarle que me ha confundido pero él me
interrumpe y comienza a servir el té. Por qué no seguirle el juego, después de todo
no es más que un sueño. Mi mente necesita un escape de la realidad así que decido
dejarme llevar.

Tomamos el té mientras el sombrero me cuenta sus aventuras y me habla sobre los
distintos tipos de sombreros que ha fabricado. Noto que siempre que termina cada
frase me dirige una mirada que no logro decifrar seguido de “pero tú ya debes
saberlo”. Pero no, la verdad es que no lo sé. O quizás sí lo sé pero mi mente es
simplemente incapaz de pensar en otra cosa que no sea la habitación fría y oscura
que me espera al volver a casa. Sin embargo, estar aquí me da una extraña
sensación de ya estar en casa. Es como si volviera a ser una niña. Quiero
quedarme aquí por siempre.

Las horas pasan entre risas y más historias y el cielo se tiñe del atardecer más lindo
que he visto. Es evidente que el día se está acabando. De repente un extraño
sonido irrumpe en mis oídos. Es como el sonido de un reloj. Tik-tak, tik-tak, tik-tak.
Veo un conejo blanco corriendo rápidamente hacia nosotros. Es un conejo, pero
está vestido con un traje y un reloj cuelga de su bolsillo. Se ve apurado, o quizás
angustiado por algo que desconozco.

– Ya es hora, Alicia. El reloj no se equivoca. – dice – Ya sabes lo que debes
hacer.

El sombrero me miraba con exactamente la misma mirada que ya me había dirigido
antes. Yo ya debería saberlo.

– Debes elegir, mi querida Alicia. – me dice el sombrerero.
Ante mi aparecen mágicamente dos grandes sombreros. Uno de ellos es de color
negro, está viejo y sucio. No tengo que tocarlo para saber que está completamente
frío. A su lado hay un sombrero precioso, es una mezcla de todos los colores y
formas cambiando constantemente. Es lo nuevo, es lo llamativo, es ese futuro que
siempre había deseado pero que no había logrado por miedo. Son todos los sueños
de niña que la vida me había hecho abandonar. Cuando lo miro me fascina, pero
una parte de mi cabeza me grita “sabes que no puedes con ese, sabes que no es
para ti!. ¿Lo sé realmente?

Mi mano va de forma automática al sombrero más viejo y frío, pero antes de que
pueda tocarlo el sueño se desvanece rápidamente.
Me despierto en mi cama con las manos y la nariz frías. Sin darme cuenta se dibuja
una leve sonrisa en mi cara al recordar el extraño sueño que acababa de tener.
Deben ser los efectos de esas pastillas para dormir. Me levanto para un nuevo día
de lo mismo. Pero esta vez hay algo diferente en la habitación. Cuando voy a tomar
mi carpeta me encuentro con un exótico sombrero de colores sobre el escritorio, y a
su lado un pequeño reloj de bolsillo.

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**Esta historia fue desarrollada por Victoria Osorio, estudiante de primer año de comunicaciones, de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo sede Viña del Mar, para el curso CONTENIDOS CREATIVOS.