Frente a la tragedia reciente en Putre, ex conscriptos hacen un recorrido por la memoria, para así narrar en carne propia lo que es servir a la patria, ya sea desde la vereda de quienes vencieron, o de los que fueron vencidos.
Por Vicente Flores.
2.877,1 kilómetros de distancia hay entre Antuco y Putre. Una enormidad en números que, hace algunas semanas, se redujo a cero. El 27 de abril murió en la comuna nortina Franco Vargas, conscripto de la Brigada Motorizada N° 24 “Huamachuco”. En el sector de Pacollo, a 8 kilómetros de Putre, el soldado se desvaneció mientras junto a sus compañeros realizaban una marcha de instrucción. Aquel trágico hecho fue como un flashback en la memoria nacional. A solo días de que se cumplan 19 años de la muerte de un suboficial y 44 conscriptos en Antuco, y con notables semejanzas al caso de Franco, el Ejército de Chile vuelve a estar envuelto en cuestionamientos por sus instructivos de entrenamiento.
El servicio militar tiene 123 años de existencia. Desde su proclamación oficial en 1901, este deber a la patria ha visto pasar por sus filas a miles de chilenos, cuyas experiencias pueden ser radicalmente distintas. Así como hay quienes recuerdan con orgullo los días en que, sagradamente, formaban filas frente a la bandera nacional, y soñaban con hacer carrera en el ejército “siempre vencedor, jamás vencido”, hay otros exsoldados que tienen pesadillas al rememorar las mismas escenas. Solo se alojan en sus recuerdos los cuerpos de sus camaradas, congelados como su futuro profesional que, pensaban, sería auspicioso al ingresar al Ejército.
Cuatro ex conscriptos del servicio militar relatan, según sus propias experiencias, cómo es la vida de un soldado. En algunos casos, los valores entregados por la institución marcial se llevan marcados como una hoja de ruta. En otros, solo queda el deseo frustrado de un abrupto cierre a causa del dolor.
Bajo el yugo de la soledad
“Aún me dan las crisis”, confiesa con una risa nerviosa Carlos Álvarez (38), presidente de la agrupación de sobrevivientes de la tragedia de Antuco. Él ahora combate desde el campo legal, porque aún, a 19 años del día que selló un antes y un después en su vida, está a la espera de la ayuda estatal. Hace poco se aprobó un proyecto de Transferencia, Reparación y Emprendimiento desde el Consejo Regional del Biobío, y que destinará más de 630 millones de pesos en ayuda de los sobrevivientes de Antuco. Para Carlos es un triunfo personal, o una batalla ganada, porque apoyo regional llega, en gran parte, por las gestiones hechas por Álvarez, quien todavía sufre las secuelas físicas y psicológicas de lo ocurrido en zona precordillerana.
En abril de 2005, 400 jóvenes ingresaron al regimiento Reforzado N° 17 de Los Ángeles. Un mes después, iniciaron su periodo de instrucción básica en la comuna montañosa de Antuco. Sin embargo, el 17 de mayo, cuando comenzó la marcha, un frente del mal tiempo azotó a los conscriptos, quienes tenían nula experiencia en dichas condiciones.
La intensa nevazón y las bajas temperaturas habían sido alertadas a los altos mandos de los jóvenes soldados. No obstante, se hizo caso omiso, lo que desencadenó la muerte de 44 conscriptos y un suboficial.
Así fue como el sueño militar de Álvarez se derrumbó, al igual que el de su idea sobre cómo funcionaba el Ejército. “Me pasó lo mismo que a mis compañeros. Entré al servicio para buscar una alternativa, y así poder estudiar algo… Salir del campo, ya que mis papás no tenían los medios para costearme una carrera universitaria. Éramos del sector rural de Loncopangue. Tenía que optar a beca o algo, así que veía en el servicio una oportunidad para entrar a la escuela de suboficiales, porque me gustaba la carrera militar. Pero después de lo que pasó, me desencanté y vi cómo eran las cosas por dentro”, dice el actual emprendedor de estampado y sublimación.
A él y a sus camaradas sobrevivientes de la catástrofe, los daños vividos se evidencian en su día a día. Dice que “es lamentable que uno tenga que andar solicitando la ayuda, siendo que cuando hicimos el servicio militar éramos parte del Estado. Es triste, porque nos dejaron de lado, y nosotros éramos unos jóvenes con 18 años. El Estado nos debería haber apoyado”. Más increíble que la nula ayuda por parte de los gobiernos de turno, es el trato que Carlos dice haber recibido en Los Ángeles, ciudad donde vivía. “Uno buscaba trabajo y ponía en su currículum que había estado en Antuco, y no te contrataban, porque decían que estábamos locos. Es terrible que no tenga que rogar por ayuda médica, ya que nos ofrecieron muchas cosas, pero no se cumplió nada”, indica, con voz acongojada.
¿La historia se repite?
Por ello, el exsoldado espera que los jóvenes de la Brigada Motorizada N° 24 “Huamachuco” que decidieron finalizar con su servicio, tengan una suerte distinta de cara al futuro. “Espero que a ellos no los dejen de lado, así como hicieron con nosotros. Ojalá que los asesoren, les den ayuda médica y psicológica, pero una vez que se firma la baja en el ejército, este se olvida de ti, no te presta ninguna ayuda. Lo más probable es que estos soldados pasen al olvido, igual que nosotros”, sentencia Álvarez.
Aun así, el también técnico en mantención pensaba que la tragedia del 2005 había causado tal impacto dentro de los uniformados, que estos habrían aprendido de sus errores. Sin embargo, para él “hay personas con el ego muy alto, que se creen dioses. Por eso, se hace lo que ellos dicen siempre. No veo cambios en la institución a corto plazo, porque la mentalidad que tienen ellos es muy cuadrada y cerrada”.
Lo mismo piensa respecto a las condenas de los responsables, tanto en su caso como en el de la muerte de Franco Vargas. Esto, porque Patricio Cereceda, el mayor en retiro que fue el único culpable que recibió condena de cárcel efectiva por lo sucedido en Antuco, el año pasado fue contratado por el Ejército para dar charlas sobre la guerra entre Rusia y Ucrania. “No creo que haya condenas ejemplificadoras ante esta nueva negligencia. Lo más probable es que pase lo mismo que con Cereceda, que no cumplió todo el tiempo de su pena. Además, tenía beneficios que no todos los presos tienen. Ahora le devuelven favores, por algo hizo charlas. Y es posible que hagan lo mismo con los oficiales que dieron de baja hace unos días”, declara Álvarez.
Mismos uniformes, distintas suertes
Sin embargo, el servicio militar tiene 123 años de historia, por lo que no todas las experiencias de sus soldados han sido trágicas. Es más, hay quienes agradecen hasta la actualidad haber vestido, con orgullo, sus trajes de guerra.
Tal caso es el de Marcelino Osorio (59). Él, al igual que Franco, recorrió, sudó y pasó frío antes de que saliera sol en las áridas tierras de Palloco. A diferencia del soldado fallecido y de sus compañeros que abandonaron anticipadamente el servicio militar, el hombre nacido en Olmué completó sus dos años y tres meses de instrucción.
Según relata, su experiencia en la Brigada Brigada Motorizada N° 24 “Huamachuco” fue inolvidable, y mejor aún, fue como una enseñanza para la vida. “Yo nunca encontré que hubiera abuso ni nada por el estilo. Mi servicio militar fue una experiencia buena. Volvería una y mil veces más, porque fue una etapa bonita. En esos años se veía de esa forma, a lo mejor, la gente ahora no lo ve así”, declara.
Semejante a los tiempos actuales, Marcelino y la mayoría de sus compañeros fueron voluntarios, sin presión alguna. Agrega que “lo pasé bien, porque formé hartas amistades, e incluso, una disciplina en mi vida… Y me ha ido bien en todo ámbito, excelente. No puedo quejarme, pienso que me sirvió”.
Existe una considerable diferencia en la cantidad de años entre la época militar de Carlos Álvarez y la de Osorio, quien realizó el servicio militar entre 1984 y 1986. Por ejemplo, según el ex conscripto, “nosotros no teníamos celulares ni tampoco una red fija para comunicarnos. Solo existía la carta como medio. Yo la mandaba un día determinado, por ejemplo, la escribía un lunes, y la carta no bajaba hasta el viernes a Arica -desde Pacollo-. Luego, la ingresaban al correo un lunes o martes, entonces, llegaba 15 o 20 días después al destinatario”, comenta Marcelino.
De hecho, teoriza sobre los problemas que trae el uso del celular -tan común e indispensable en 2024- en los jóvenes conscriptos. Al ser la comunicación inmediata, “los muchachos andan con el celular al lado. Entonces, todo lo que pasa lo mandan. No digo que ahora sea malo y antes era bueno, pero para para mi gusto, el celular nos ha llevado a la perdición total, porque estamos más preocupados de lo que pasa a mil kilómetros que de lo que pasa al lado de uno mismo”.
Hermanos de sangre
Si hay algo que, en palabras de algunos de los ex soldados entrevistados, se forma dentro del ejército, es el espirit de corps. Este galicismo militar se entiende como el orgullo que se produce dentro los integrantes de un regimiento. Y aquello se formó entre algunos ex conscriptos del “Huamachuco”, porque William Calderón (49) narra sus vivencias en el norte del país de una forma muy similar a Marcelino Osorio. Pese a que Calderón realizó su servicio una década posterior, entre 1994 y 1995, su sentimiento es calcado al de su camarada.
También fue voluntario. Su experiencia en Pacollo fue “buena, puesto que conocí hartos lugares, que de no haber sido por el servicio, no los habría visto jamás”. Asimismo, destaca que su relación con sus pares era buena. “No éramos amigos todos, pero nos llevábamos bien entre la mayoría. Lo mismo pasaba con nuestros superiores. Los tratos eran normales, no me tocó pasar ninguna situación de abuso”, relata.
La hermandad militar no solo se da entre miembros de un mismo regimiento. Por el contrario, esta puede traspasar miles de kilómetros. Así lo evidencia Juan Vargas (49), quien cumplió con su servicio en el Regimiento de Infantería N° 12 “Sangra” entre 1991 y 1992. Para él, también se presentaba una oportunidad laboral al ingresar al Ejército. Y en la misma línea que otros entrevistados, comenta que “fue una experiencia muy positiva, porque aprendí mucho hábito de responsabilidad, disciplina, empatía, y sobre todo, grandes habilidades. El trabajo en equipo, liderazgo y respeto hacia mis superiores, que son hábitos que nos ayudan en la vida para ser mejores personas”.
En relación con el día a día dentro del servicio militar, Vargas resume, tal como si lo hubiera vivido hace un par de horas, lo que era la rutina castrense. “La levantada a era las 6:30 de la mañana. Después, a las 7 teníamos que hacer el orden de nuestro espacio personal. Luego, nos formábamos en el patio, donde pasaban nuestros instructores y nos inspeccionaban el jarro, los zapatos lustrados, la afeitada, el cinturón, nuestra ropa impecable, limpia, planchada y ordenada. A las 8 íbamos al rancho a desayunar. De 9 a 11 ejercicio físico. De 11 a 12:20 teníamos estudio o conocimiento de las armas. A la 1 íbamos al rancho a almorzar hasta las 14:30. De ahí, nuevamente nos formábamos e íbamos al estudio hasta las 4. De 4 a 6 tocaba otro ejercicio físico, y a las 6 cenábamos en el rancho. Por último, a las 8 nos preparábamos para acostarnos”, comenta el ahora empresario naviero.
El hombre que ha vivido siempre en Calbuco, comuna cercana a Puerto Montt, también recalca la “muy buena relación con mis compañeros. Se forma una amistad, una hermandad. Tienes que ayudarlos en toda instancia a tus camaradas. Hasta hoy mantengo linda comunicación con varios de ellos, donde hay lealtad y cariño hacia ellos, y también hacia mis superiores. Lugar en que los encuentro, siempre con brazo y mucho cariño, porque para mí fue muy valiosa esa época, donde formamos buenas amistades, no solo con compañeros, sino que con mis superiores también”.
Según Vargas, la relación asimétrica con sus superiores nunca fue tema de discusión. A pesar de que él debía cumplir con las órdenes mandatadas por quienes estaban sobre él en jerarquía, dice que “mis superiores siempre fueron exigentes, pero justos. Con lo que enseñaban y para lo que nos estaban formando. A nosotros nos preparan para defender la patria o una eventual guerra. Hoy día, quizás, sí ha cambiado esta situación, porque hay mucha más flexibilidad y libertades, y creo que hay más oportunidades para ser parte del ejército”.
En aquello coindice William Calderón, quien recuerda de forma neutral el trato con sus superiores. Para él, “era normal, no era nada tan trágico. Nos preparaban para la guerra, entonces, no podías ser tan sentimental tampoco. No hay que ser débil de mente, y nuestra generación era más abierta en ese sentido, éramos más brutos”, enfatiza el oriundo de La Granja.
Reflexiones de veteranos
Aunque la experiencia de Vargas, Calderón y Osorio fue fructífera para su futuro personal y profesional, la contingencia militar es punzante. La muerte de Franco Vargas está latente, de modo que es inevitable no detenerse un momento y pensar en cómo ha actuado la institución que a ellos los acogió, y hasta hoy, los acompaña en sus memorias.
“Siendo realistas, yo creo que los conscriptos no exageran, y que sí hubo negligencia por parte de sus superiores, porque ellos no visualizaron las condiciones climáticas y la condición física del soldado. En el ejército falta un equipo más profesional y humano, porque estas cosas no debiesen pasar, no habría porqué cometer los mismos errores. Falta cordura, que sea acorde a los tiempos de ahora”, sentencia un muy seguro Vargas.
En tanto, Calderón concuerda con su compañero de tropa sureño, ya que para él, “puede que haya habido negligencia, porque hay muchos suboficiales que son medios cuadrados, todavía vienen con la cosa antigua. Es lamentable, ahora, si los demás muchachos renunciaron al servicio, debieron haber escuchado a Franco”
Por otra parte, el santiaguino también se une a la teoría de Osorio, relacionada a la función que ocupan los celulares en los soldados del 2024. Según él, “esta generación es de cristal. Mucho WhatsApp, muchos celulares. En nuestros tiempos no existía nada de eso. Teníamos un teléfono para 500 solados, y tenías que hablar rápido cuando te llamaban… “Sí mamá, estoy bien. Ya, chao”, porque después había otro llamado”.
Por último, Osorio es más escéptico respecto a la tragedia de Putre. Si bien no toma un bando, reflexiona bastante sobre qué pudo haber ocurrido. Para ello, toma sus propias vivencias dentro del servicio militar. “La muerte del soldado puede haber sido por una negligencia, pero también puede haber existido una exageración. Es difícil de determinarlo, porque es palabra de uno contra otro. No hay nada grabado, son solo los testigos los que pueden decir algo, así que es bien subjetiva la cosa. Por lo menos, en mis tiempos, que era harto más duro que ahora, nunca vi ese tipo de abusos o cosas raras. Yo, personalmente, enfrenté a suboficiales, porque veía que de repente exageraban, y yo fui capaz de enfrentarlos. No tuve mayores problemas. En ese tiempo no se podía conversar mucho, pero siempre di mi punto de vista”, afirma el ex soldado del “Huamachuco”.
Para Osorio, el servicio militar no es “un paseo por la playa ni paseo de curso ni los boy scouts, sino que es un servicio militar. Allí uno va pasar hambre o frio. Yo tuve que hacer de todo. Levantarme temprano y con agua fría, sin muchas comodidades. Yo veo el equipamiento que tienen los jóvenes ahora y es totalmente distinto a nuestros equipos. Nunca usamos equipos especiales, y el frío era terrible. 10 o 15 grados bajo cero, hasta 25. Y nunca sufrimos nada. Siempre cumplimos. Las personas que no podían cumplir por la temperatura o el frío, simplemente eran bajadas, pero yo siempre cumplí… Nunca me quejé de nada”.
Ante tan dispares experiencias, no es posible hacer un juicio certero sobre cómo funciona el Ejército. Sobre la muerte de Franco Vargas, recién están comenzado las diligencias para hallar las respuestas que todo Chile quiere conocer.
Finalmente, sólo quienes estuvieron en Putre saben cómo fue la fatídica marcha, al igual que hace 19 años, en Antuco. A modo de reflexión final, Osorio sentencia que “yo las cosas las hice siempre a entera satisfacción. Incluso, si tuviera que volver una y mil veces más, lo haría. Y estoy seguro que también, muchos de mis compañeros lo harían. Con ellos nos seguimos reuniendo después de muchos años, más de 30 años, y siempre recordamos con mucho cariño la pasada por el servicio militar, y sobre todo en esas zonas extremas. Es un servicio exigente y duro”.
En tanto, el sobreviviente de Antuco, Carlos Álvarez, rememora aún la gélida caminata bajo el viento blanco, que lo sigue acompañando, tanto a él como al resto de los que no perecieron al borde de la cordillera, por las noches. “Hemos tenido estrés postraumático y crisis de pánico. Estamos con dolores lumbares, musculares y óseos. Han pasado 19 años y los dolores no cesan, ¿Cuándo tengamos 50 años, con qué tipo de traumas o dolores estaremos?»