La reconstrucción de viviendas en la región de Valparaíso comenzó desde que los últimos focos del incendio de febrero se apagaron. Pero el tiempo, más que dejar solo basura, escombros y cenizas a su paso, ha despertado un sentimiento de decepción en los corazones de los afectados hacia las autoridades por la lentitud del retorno a la normalidad.
Por Benjamín Carrasco
Un insoportable olor a quemado. Además de los escombros repartidos por el suelo, los árboles café -no por el otoño-, la negra tierra y las extensas filas de personas esperando almorzar, el hedor a ceniza chamuscada es el fiel acompañante de los lugareños en la Ciudad Jardín, quienes se mueven de un lado a otro, no buscando huevos de pascua para Semana Santa, sino ayuda para capear, en sus carpas o mediaguas de 3×3, el venidero frío de la temporada. Pero el dolor y decepción de los damnificados es palpable.
Hogares abandonados tras el incendio en el Olivar, Viña del Mar. (Foto: Benjamín Carrasco).
Casi dos meses han pasado desde que las más de 21 mil personas afectadas perdieron sus hogares en el megaincendio de febrero. Casi dos meses se han cumplido desde que las municipalidades y el gobierno pusieron su atención y ayuda en terreno, económica y de reconstrucción, para sacar adelante a las familias que perdieron sus viviendas. Casi dos meses desde que los vecinos se unieron para reconstruir sus comunidades, y recuperar su normalidad antes del temible invierno.
«Lo sacaremos adelante, pero no podemos solos», dicen los pobladores. Tienen sus manos llenas de callos, trabajan por levantar las banderas de sus terrenos. Sus uñas están rasgadas, chamuscadas, sucias y parecen cansadas de esperar.
“Villa particulares”
El megaincendio destruyó más de 3.000 hogares. El fuego no discriminó entre poblaciones o tomas. Lugares como el Jardín Botánico, El Salto o el Olivar se vieron inmersos en una ola de cenizas y gente escapando, todo transmitido por los canales de televisión. Uno de los sectores más afectados a los que el gobierno acudió con prontitud fue Villa Independencia.
Acumulación de escombros en Villa Independencia, Viña del Mar. (Foto: Benjamín Carrasco).
La promesa de la construcción de 352 viviendas para los damnificados, junto con un bono de un millón y medio de pesos logró sostener a los pobladores por unas semanas, además de la ayuda internacional y privada que llegó a la zona. Sin embargo, hoy, en el terreno abundan las caras largas y conflictivas de los vecinos hacia todo aquel que no forme parte de su comunidad o acostumbre a entregar ayuda; desconfían de todos, desde que el gobierno desapareció, según dicen.
«Aquí todo lo que ha llegado es particular, camiones llenos de colchones y comida de gente que tiene plata, pero del Gobierno nada; y con un millón y medio no llego a julio si ni luz tengo», dice Álvaro Vega.
Él compartía con sus dos hermanos en el mismo terreno, una casa para cada familia con espacio para que los niños jugasen. Una vida feliz que, ahora, brilla por su ausencia; los hermanos emigraron fuera de la villa con sus parejas, y Álvaro quedó solo, en una pieza de concreto y techo de lona, un baño fuera y una vivienda de 3×6 desolada.
Terreno de Álvaro Vega durante la reconstrucción, Villa Independencia. (Foto: Benjamín Carrasco).
Según el viñamarino, la municipalidad ayudó al inicio con la entrega de viviendas y dinero para pasar los peores días tras el megaincendio. Pero tiempo después se quedaron solo las empresas internacionales como “Operation Blessing” y los particulares recolectando escombros o llevando comida a los más necesitados. Pero «¿de qué sirve esto, si ni energía tienen todos los afectados para cocinarse o abrigarse por las noches?» se pregunta un poblador.
«Esto no es un problema del gobierno, es una mala gestión desde el Estado, desde siempre. Y si las municipalidades esperan a que desde ahí hagan algo, nosotros seguiremos como estamos», critica Álvaro con pena mientras mira el techo de lona que lo protege del sol.
La plaza en Villa Independencia destaca por los niños jugando en los columpios mientras los padres mueven colchones y recogen comida de particulares. Cuadras más allá, donde están las viviendas, el silencio reina en las calles, como una película de terror esperando asustar de improviso. Las personas ya no quiere estar en sus hogares, recordar lo que perdieron, pero no tienen dónde ir, como Vega. La actividad en las plazas es lo único que los desconecta de la realidad.
«Es gracias a ellos (los particulares) que seguimos de pie, pero sabemos que no será eterno porque no es su responsabilidad. La verdad es que solo podemos esperar un milagro a estas alturas, porque las noches ya están más frías», reflexiona el viñamarino.
Filas para la recolección de almuerzos en Villa Independencia, Viña del Mar. (Foto: Benjamín Carrasco).
Vega se despide con una media sonrisa al recibir un poco de comida y agua, mientras sube una empinada colina para volver a su terreno. Va a cocinar fideos para la cena, algo que su paladar no ha podido degustar desde que las cenizas reinan en el vecindario. Si una población así de grande sufre, ¿qué le depara a las tomas?
El patio trasero de Quilpué
Ni un rastro de basura. Lo que antiguamente se conocía como el basural de Quilpué, tenía una villa levantada sobre la tierra. Sus caminos llenos de vecinos cahuineando o acompañando a sus niños a jugar. El negro de sus calles por la basura desapareció, y fue reemplazado por los escombros y maderas quemadas del incendio. No es posible saber si el calor viene solo del sol o las cenizas que decoran el Camino Calichero.
El Camino Calichero tras el incendio, Quilpué. (Foto: Benjamín Carrasco).
En Chile hay 1.472 tomas. Según el Ministro de Vivienda, Carlos Montes, son lugares con propietarios, pero abandonados donde se instalan quienes carecen de vivienda. A menudo, envueltas en una neblina de suciedad y drogas, precursores del narcotráfico y la delincuencia. Pero el Camino Calichero es la excepción a la regla, un pueblo levantado para transformar un basural en algo hermoso.
«Nosotros tenemos claro que quitamos un terreno a los propietarios, pero lo hemos limpiado, cuidado y protegido delincuencia y prostitución. Hemos dado otra cara al Camino Calichero…».
Una vida que el incendio les cambió para siempre. Así lo cuenta Samuel Carrasco, ingeniero en administración de empresas de profesión, dueño del único punto de venta de alimentos en el terreno y dirigente de una de las once comunidades del Caliche. Junto a presidentes como Jazmín Durán y Gary Vallebona, son la tríada principal que aboga por la reconstrucción de su terreno a las autoridades, muchas veces sin respuesta, simplemente por ser una toma.
Menestras Don Samuel, único negocio del Calichero, Quilpué. (Foto: Benjamín Carrasco).
El fuego debajo de la quebrada fue uno de los focos principales del megaincendio, que se extendió hasta el Salto, trayendo a colación la urgencia de reconstrucción de viviendas que los llevó a pedir apoyo a la municipalidad, la cual solo los ayudó con comida. El sindicato de trabajadores de ENAP Magallanes les donó 20 mediaguas; todo nuevamente particular. Carrasco relata que aumentaron los casos de neumonía entre quienes viven en carpas.
«No hay nadie que aguante. Somos seres humanos también, por más que vivamos en tomas. ¿Cómo no voy a tener rabia si nos olvidan solo por vivir donde vivimos?», dice con irritación Gary Vallebona mientras estruja con fuerza los papeles que Techo le dejó.
Techo cruzó con su camioneta blanca las calles del Calichero, buscando realizar un catastro de quienes vivían bajo lonas, casi un mes después del incendio. Marisol Durán, una de las encargadas de este trabajo, compartió la esperanza de la ONG de darles un hogar a cada damnificado antes del invierno, palabras bonitas para aquellos que solo deseaban tener donde acurrucarse por las noches. Un día después del catastro, los ojos de los pobladores era de decepción.
Para la presidenta de las terrazas del Marga Marga, la visita de la entidad reconstructora significó, una vez más, un ejemplo de la mínima ayuda recibida. Quienes no tienen vivienda, recibirán una y quienes ya la poseen, independiente de como viven, no tendrán nada; si es una familia de seis personas residiendo en una mediagua 3×3 entregada por ENAP, deberán apañárselas hasta el invierno, o incluso hasta después.
«Como esto es una toma, tampoco se desgastan mucho. Pero esto pasa en todos lados, las municipalidades están al cien para las fotos y la prensa, pero cero para la mano de obra. Aquí mis niños se las han apañado solos», declara Jazmín.
Perspectiva en alto de reconstrucción en Camino Calichero, Quilpué. (Foto: Benjamín Carrasco).
Los dirigentes no solo visibilizan la realidad de sus vecinos afectados, sino que critican la lenta gestión del gobierno para traer de vuelta la normalidad de sus ciudadanos damnificados, siendo que es “un país acostumbrado a las catástrofes”, en palabras de Samuel Carrasco. Amparar y contener a los afectados, amigos suyos en algunos casos, es algo para lo que no los preparó nadie, pero mantienen el optimismo de que, juntos, saldrán adelante, usando las vías que sean necesarias.
“Si no seguimos presionando, se olvidan de nosotros. Tenemos que ser el mosquito en el oído para darles un techo a todos», y agrega: “Si nosotros organizamos a las comunidades, cerramos los troncales y quedan fritos, tendrán que escucharnos». Otro miembro de la triada de dirigentes puntualiza: «Con el individualismo, no llegaremos a ningún lugar como país, buscaremos ayuda donde sea para ayudar a nuestros vecinos a prepararse para el invierno”.
Una llama encendida
La reconstrucción de viviendas en la región de Valparaíso ha significado uno de los desafíos más grandes de Chile en el año 2024. El fuego que una vez todo lo arrasó, está ahora presente en los corazones de cada damnificado, ya sea para levantarse una vez más “como chilenos” o dirigir su rabia a las autoridades para acelerar el regreso a la normalidad.
Esperan que un milagro caiga del cielo, una resurrección de sus hogares como la de Jesucristo en Semana Santa. Pero mientras eso no ocurra, se mueven de un lado a otro recolectando comida y agua para aquellos que ya no tienen fuerzas de seguir avanzando. No importa si viven en una toma o una villa legal, todos viven el mismo dolor y resentimiento hacia aquellos que sienten que los abandonaron. La compañía con vecinos en plazas o calles grises por las cenizas los ayuda a sopesar la realidad que viven.
Mientras el invierno se acerca, los damnificados en tomas y villas se unen entre sí con un calor humano que ningún otro incendio podría igualar. Esperando, así, que de las cenizas que dejó el incendio, renazca el fénix que los ayudará a levantarse, para no volver a sentir el frío de la noche nunca jamás.
Inscrito en Camino Calichero, Quilpué. (Foto: Benjamín Carrasco)