En un país donde las celebraciones religiosas han perdido seguidores, Andacollo lucha por mantener las tradiciones que atraen a miles de turistas y peregrinos cada año.
Por Cecilia Ambler.
“Anda, Collo” es lo que le habría dicho la Virgen al indígena “Collo” el día que se le apareció en una montaña. Esta es la historia contada por los lugareños cuando les preguntan el origen del nombre de su comuna.
Para los lingüistas, Andacollo es la traducción de las palabras quechuas “anta” y “coya” que significan “río de cobre”, lo que se explicaría por los yacimientos de oro y cobre que han sido explotados en la zona.
A pesar de que no existe un consenso explícito sobre el porqué de su nombre, hay algo que sí queda claro al visitarlo: Andacollo es un lugar arraigado de tradiciones, fe y religión.
Un oasis entre cerros
Llegar a Andacollo es todo un desafío. Si bien se localiza a 57 kilómetros al sureste de La Serena, su ubicación entre dos cerros implica subir en automóvil a través de 25 pronunciadas curvas que pueden resultar difíciles de sobrellevar para quienes se marean en este tipo de trayectos. Hay que sumar, además, el posible vértigo al mirar por la ventana los más de mil metros de altura sobre el nivel del mar que tiene esta localidad.
El trayecto desde la capital de la región de Coquimbo no toma más de 45 minutos en vehículo, pero hay personas que hacen el mismo recorrido en más de 12 horas y son aquellos que deciden caminar.
También hay tramos más cortos que comienzan desde lugares cercanos como El Peñón o La Cantera. La más habitual es la “Ruta del Peregrino”, que cuenta con señaléticas desde el sector de Maitencillo.
La fe es algo que caracteriza a los devotos de la Virgen del Rosario de Andacollo, quienes llegan a visitarla a pie muchas veces para cumplir una “manda” (promesa que se le hace a Dios, a la Virgen o a un santo a cambio de un favor) o para agradecerle. Al llegar a destino, los peregrinos se dirigen al centro de la comuna, lugar donde se encuentran dos iglesias que miran hacia la Plaza Videla.
El Templo Chico es donde se está habitualmente la imagen de la Virgen de Andacollo y en la Basílica Menor, o también llamada Iglesia Grande, se realizan los bailes religiosos durante las tradicionales “Fiesta Chica” y “Fiesta Grande”, las principales celebraciones que reciben a miles de devotos de Chile y el extranjero.
Tradiciones que continúan
“¡Velita a $500! ¡Velita a $500!”, grita una mujer fuera de la Iglesia Grande. Es Rita Vega, velera y profesora de religión. Explica que el velero o velera es la persona que vende velas a los feligreses, quienes las prenden en el lugar destinado a oración para pedir o agradecer favores a la Virgen:
—Aquí la Virgen la lleva— dice.
Es hija de Ernesto Vega, quien fue velero durante toda su vida. Cuenta que él primero las fabricaba y después, por su edad, comenzó a comprar para vender. Su padre falleció hace ocho meses, pero Rita decidió continuar con su ocupación. “Siempre estaba sentadito acá en la plaza”, recuerda, mientras vuelve a ofrecer “¡Velita a $500!” a quienes pasan fuera de la iglesia.
Sin dejar de estar atenta a algún turista que necesite su producto, agrega: “Yo como andacollina me siento orgullosa de estar aquí representando a mi viejo, vendiendo sus velas, porque igual es importante que no muera el legado”.
Rita es una fiel seguidora de la virgen de Andacollo y cuenta que para ella “es la madre, es todo”. Sin embargo, dice que con los años la gente de la comuna “ya no tiene la fe tan arraigada” y que es el peregrino que viene de afuera quien demuestra mayor devoción.
En la otra vereda de una de las calles que rodea la Plaza Videla está el Museo de Ofrendas del Templo Chico. Ahí se encuentra Lorena Castillo, encargada hace 16 años del bazar del museo. También considera que: “Hoy en día han cambiado un poco las cosas, porque hay mucha gente que igual ya no cree mucho en esto de lo católico”, pero asegura que el andacollino siempre se caracterizará por vivir con mayor recogimiento y fe, “porque somos un pueblo mariano”, explica, es decir, que rinden culto a la virgen: “Tenemos nuestra chinita (Virgen en quechua), que es nuestra intercesora ante Dios”.
Semana Santa en Andacollo
Al llegar a la Plaza Videla se mezclan cuatro sonidos: la voz del padre que dirige la misa de resurrección dentro del Templo Chico y que es transmitida por parlantes a toda la plaza; más veleros que gritan “¡Velitas!”; la voz de los comerciantes que venden alimentos, recuerdos o símbolos religiosos y la de los turistas y peregrinos consultando por los precios.
En la plaza hay harto movimiento de personas durante el domingo santo y así lo corrobora el padre Adam Bartyzol, párroco y rector del Santuario de Nuestra Señora de Andacollo:
—Yo creo que este año llegaron tres mil peregrinos— dice.
Considerando que la población total es de 11.044 personas según el último Censo (2017), los visitantes del fin de semana santo se hacen notar. “Viene muchísima gente de fuera, no solamente los andacollinos que participan en la ceremonia, sobre todo los peregrinos y devotos de la Virgen de Andacollo”, agrega el párroco.
Con una sonrisa permanente, el padre Adam Bartyzol cuenta que nació en Polonia y llegó a Chile hace 18 años. Primero fue destinado a Copiapó durante cinco años y ríe al recordar que en ese tiempo no sólo tuvo que aprender español, sino que “también mucho chilenismo que todavía me cuesta cachar”. Luego estuvo por otros cinco años en Valdivia y actualmente ya lleva seis años en Andacollo: “Aquí la pastoral, el trabajo, el servicio, es bastante parecido a lo que tenemos en Polonia. Muy tradicional, clásico. Bueno, uno no puede bromear mucho”, dice riendo nuevamente.
Las celebraciones comienzan con el “Domingo de Ramos”, una semana antes en estas fechas. “Es una ceremonia muy hermosa, muy solemne, con cantos que siempre acompaña nuestro hermoso coro”, asegura Bartyzol.
Avanzando la semana, el jueves santo realizan la “Cena del Señor” o también llamada “Eucaristía”, donde reconocen a algunos sacerdotes que trabajan sirviendo a la comunidad. También realizan el “lavado de pies” a las personas de avanzada edad, un rito que hace toda la Iglesia Católica, según cuenta el padre Adam: “Algunos ancianitos pueden comer por gracia. Es un signo de caridad también de nuestra parte, a los que de alguna manera no pueden hacerlo en su propia casa”. Este año, cuatro mujeres voluntarias del comedor de ancianos de la comuna representaron a los apóstoles que lavaban los pies.
Para el religioso, “el viernes Santo es absolutamente excepcional”, porque hacen la liturgia más el Vía Crucis. Éste último es un acontecimiento que tiene mucha tradición en la zona: “La gente, los barrios y algunos grupos, hacen las estaciones vivas. Hacen una dramatización de Vía Crucis, de la pasión de Cristo, con música, con canto. Nos acompaña también una banda de música tradicional de aquí, justamente”.
Continúan el sábado en la plaza para la Vigilia Pascual. Las mujeres van a la Basílica menor a buscar una imagen de la Virgen y los hombres sacan del templo la imagen de Cristo resucitado. El padre explica que aquí se hace una especie de encuentro entre la madre y el hijo resucitado:
—Es una gran alegría. Se mueve la imagen, es como una forma de baile. La gente canta, terminamos bailando. Casi como una cumbia—ríe— Pero muy hermoso, de verdad.
El domingo la iglesia está llena para la misa de resurrección. “Eso significa que de verdad la fe está viva”, dice el padre Adam, quien se prepara para un concierto a las cuatro de la tarde en la Iglesia Grande, donde un músico italiano que tocará un antiguo órgano restaurado que había dejado de funcionar hace 50 años: “Yo escuché que mucha gente se entusiasma porque quieren volver a lo pasado. Yo no soy andacollino, tampoco soy chileno, pero me cuentan que el órgano funcionaba y acompañaba durante todas las fiestas, circunstancias, celebraciones hermosas, ¿no?
El padre Adam parece tener razón, aún hay lugareños que quieren volver a lo pasado, como Rita Vega o Lorena Castillo. En un Chile donde las celebraciones religiosas han cambiado con el tiempo, la identidad cultural y tradiciones de Andacollo se mantendrán mientras existan andacollinos y peregrinos comprometidos por preservarlas por muchos años más.