«El mejor programador del mundo»

Para alguien que conoce superficialmente el mundo de la programación, este título es, prácticamente equivalente, al nuevo Elon Musk… o a un friki encerrado en una pieza con su computador.

Martín Andrighetti está en su quinto año de ingeniería en la Pontificia Universidad Católica de Santiago y tan solo con 23 años, ganó un millonario concurso internacional en la India. En esta versión de la iniciativa -que se hizo global en 2014- se repartieron 20 mil dólares entre ganadores.

En 2021, Tata Consultancy Services (TCS) Codevita fue reconocida por Guinnes como la competencia de programación más grande del mundo. Este año, en su onceaba versión en Mumbai, India, la convocatoria retomó su formato presencial luego de haber realizado sus dos versiones anteriores online.

Pero su vuelta a la presencialidad no significó solo eso, esta versión también fue una de las que más inscripciones ha acumulado, superando los 444.000 estudiantes provenientes de 94 países.

El 22 de marzo, TCS, anunció los ganadores de la gran final, de la que, entre los 25 finalistas de 9 países distintos, el chileno obtuvo el primer lugar, seguido por el chino Zhiwei Dai, y en tercer lugar, Vannes Wijaya de Singapur.

Durante el concurso existen dos etapas preliminares, y en la final, los jóvenes tienen tan solo seis horas para analizar y resolver diez problemas complejos -que se asemejan a la vida cotidiana- en lenguaje de programación.

Para su sorpresa -y la de la organización- Andrighetti logró resolver los diez problemas a las cuatro horas: “Nadie más terminó todos los problemas. Los organizadores estaban… medios picados, porque se supone que las competencias no son para terminarlas. Se supone que debieran tener suficiente dificultad para medir todo el rango». 

Desde niño, Martín se interesó en la programación, Veía como su hermano Tomás, ocho años mayor que él, ocupaba programas para desarrollar sus propios juegos en el computador de la casa, ese con el Windows 98 que todo tuvieron alguna vez.

Al joven Martín le interesaba mucho poder crear juegos, los hacía en papel, pero a él le interesaba programar como su hermano: “Le conté a mis papás esto y le pidieron a mi hermano que me enseñara, medio a regañadientes lo hizo, pero yo no entendí nada». 

A los siete años lo volvió a intentar, esta vez con éxito logró sus propias versiones de juegos de naves espaciales y asteroides. Reencantado con la programación, siguió aprendiendo por su cuenta e hizo del lenguaje de códigos un pasatiempo, al menos hasta su segundo año en la universidad, cuando un amigo le propuso participar en un concurso de programación.

En su vida universitaria, Cristian Ruz fue su profesor en su primer curso de programación: “Y ya era largamente destacado” reconoció el docente. Pero además de resaltar entre sus compañeros, el “mejor programador del mundo” usa sus habilidades y conocimientos para fortalecer sus amistades y participar de la vida universitaria.

En su segundo año ingresó a la selección de programación competitiva — aunque admite que, en ese momento, la motivación fue una paga que ofrecían— y durante el 2023 estuvo trabajando dentro un equipo de estudiantes que desarrolló un nuevo software de planificación curricular para la Escuela de Ingeniería, que según Ruz “Ha venido a resolver un problema que teníamos desde hace tiempo con la planificación de los estudiantes».

Parece un joven como cualquier otro, pero la verdad es que su mindset es humanamente lógico, la programación le ha enseñado a procesar información para tomar decisiones e incluso, a aceptar que hay problemas que no tienen solución.

“La programación como que te ancla a la tierra, por así decirlo. Es muy seco, pero a la vez es como una especie de test en que tú programas y hay un juez objetivo, que es como el mundo, la realidad del universo, que juzga si lo que existe tiene sentido, si tiene lógica, porque hay muchas.

Fuera de la Universidad, su buen amigo Pablo Sepúlveda, admira su disposición “Ya van dos años seguidos que celebramos con otro amigo nuestros cumpleaños en su casa —recuerda entre risas— y los carretes son bastante buenos”.

Martín ha hecho de la programación parte de su filosofía: “Todo lo que ves alrededor tuyo tiene algo de programación—reflexiona — yo pienso que, si el día de mañana en todos los colegios se enseñara a programar, en 10 años el cambio sería muy notorio, porque la programación como que te ancla a la tierra, por así decirlo», asegura. 

La buena noticia, es que en 2015 el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio comprendió la importancia de las herramientas y oportunidades que otorga la programación en la formación profesional. “Jóvenes Programadores” es una iniciativa gratuita y online del programa BiblioRedes del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural a la cuál pueden acceder jóvenes de todas las edades -desde los ocho años-. El sitio ofrece más de 30 cursos diferente dirigidos a personas interesadas en aprender sobre programación y otras tecnologías.

Si quieres conocer más sobre este proyecto, que en 2015 fue reconocido por la Fundación Ciencia Joven y la UNESCO en la categoría TIC´s de Innovación en Educación Científica, puedes visitar el sitio oficial aquí.