La gente sale del metro Hospitales en Independencia como si de hormigas se tratase y, a pesar de que son casi las dos y media en un miércoles de principios de marzo, las calles están más vacías y son más silenciosas de lo que se podría esperar.
A menos de dos cuadras hacia el oriente, desde la abandonada intersección de las calles Avenida Independencia y Profesor Zañartu, está la unidad de urgencia del hospital San José.
Entre las dos y las cuatro de ese miércoles, iban y venían hombres y mujeres de distintas edades y orígenes. Si hay una razón por la que están ahí, además de la salud, es el metro.
Se distinguen voces extranjeras, en español y algún otro idioma que suena como un francés rudo. El color de las pieles de cada peatón es tan distinto como lo son los acentos que se escuchan.
Un hombre de unos pocos más de 30 años descansa a la sombra de un gran y generoso árbol que, aunque rodeado de pavimento, se mantiene vigoroso en la entrada del Hospital de Niños Dr. Roberto del Río. A pesar de los más de 30 grados de temperatura y su pie derecho enyesado, su actitud transmite paciencia.
Unos minutos después, bajo la misma sombra, luego de asistir a un control médico, madre e hija esperan a su esposo y padre de unos setenta años, quien las pasará a buscar en su camioneta desde Conchalí.
El horario de almuerzo parece extenderse. Quizás es solo el fin de un turno y dos jóvenes con uniforme azul de la Universidad de Chile caminan hacia el metro, son estudiantes de medicina y están cursando su internado en el San José.
Aseguran que la atención de urgencia carece de infraestructura, es apenas un pasillo, sin box de atención para ser atendido ni mesón con secretarias para anunciar la urgencia.
Los enfermos esperan en el estacionamiento, junto con las ambulancias, a que una enfermera vocifere sus nombres para ser atendidos. Cada cierto tiempo, se incorporan al ritmo melódicas voces que anuncian:
¡Se venden handroll!
¡Hay alcohol!
¡Agüita helada!