Locatarios del lugar de reposo que alberga el monumento a detenidos desaparecidos compartieron inquietudes sobre el mal estado del lugar y advirtieron a visitantes.
El Cementerio General de Santiago, ubicado en Recoleta y conformado de más de 86 hectáreas de terreno, destaca entre otros lugares de recuerdo de la Región Metropolitana por diversas razones, ya sean la sepultura de destacados artistas, la presencia de las lápidas de numerosos presidentes o los varios monumentos que allí existen, como los dedicados a personajes históricos, llámese Bernardo O’Higgins, Daniel Zamudio, o los detenidos desaparecidos y ejecutados políticos en dictadura.
Esta última estructura, una titánica muralla grabada con interminables nombres de víctimas de persecución política, es uno de los principales puntos de interés del recinto, donde visitantes de distintos lugares acuden a recordar, entregar ofrendas, e incluso encomendarse a la espera de algún milagro. Con gran convocatoria, el ritual se intensifica cada año en la fecha de la conmemoración del Golpe de Estado de 1973, el 11 de septiembre, cuando las familias de las personas nombradas en los grabados se congregan en una marcha pacífica junto a miembros de los partidos políticos a los que pertenecían sus abatidos seres queridos, en una instancia de reflexión y memoria que culmina en el lugar.
Según relata una florista del sitio, el ritual nunca se puede desarrollar con tranquilidad, pues, tras un período de calma inicial, arriban también anualmente individuos violentos, comúnmente relacionados al movimiento anarquista y conocidos como “bloques negros”, quienes vandalizan el lugar y agreden a los visitantes pacíficos. Según ella misma menciona, es conveniente estar presente en esa fecha para vender productos de ofrenda, en particular los tradicionales claveles rojos, pero la eventual amenaza de la violencia de los grupos agresivos, seguida de presencia policial y tácticas de represión, la obligan a acortar la jornada en una suerte de escape.
Pero los incidentes del cementerio no sólo se registran en fechas simbólicas; una vendedora de confites del lugar, que lleva más de 17 años trabajando allí, cuenta que presenciar la aparición de grafitis, destrozos materiales y la invasión de tumbas para el robo de objetos es cosa de todos los días.
Es más, la trabajadora advierte a los visitantes del riesgo que significa transitar sin compañía entre las criptas, ante el inminente peligro de un asalto dentro del cementerio, un escenario insospechado que según denuncia la vendedora es una realidad frecuente.
Para estos efectos, poco importa la presencia de guardias en las distintas entradas del camposanto, quienes además requieren de un permiso especial para conversar con la prensa.