Además de tener problemas con su documentación, los migrantes enfrentan el desafío de insertarse en una sociedad racista y clasista. El color de piel, la forma de hablar y la cultura se convierten en nuevas barreras que les dificultan integrarse en Chile.
Por Nicole Iporre e Iván Reinoso
—¡Oye, tú! ¿Por qué no vuelves a tu país? —le gritaron en la calle a Magdelie, una joven haitiana de 20 años, que llegó a Chile cuando era niña, en 2015.
Tenía 12 años cuando su mamá compró un ticket de avión y le prometió que el destino era un lugar donde vivirían más tranquilas, además de que verían a papá después de mucho tiempo sin abrazarlo.
Así arribó a la capital de Chile y se instaló en un departamento pequeño en la comuna de Quilicura. La matricularon en el liceo más cercano a su nuevo hogar y asistió a su primer día de escuela, sin saber ninguna palabra en español.
Magdelie Charmant hablaba francés y creole, por lo que el primer día no entendió absolutamente nada. Aunque parecía ser lo más difícil de su experiencia estudiantil, ella ya se había percatado de otro problema, que era la única niña “distinta” entre todos sus compañeros.
—Cuando uno es niña, es fácil que te molesten más. Imagínate ser la única de piel negra en una sala llena de niños blancos —dice la haitiana, recordando su paso por la enseñanza básica.
Ahora está en la universidad, estudia Ingeniería Comercial, tiene sus papeles al día y un RUN chileno definitivo, que sus padres lucharon por sacar. Una de las ventajas de la infancia es la inevitable ignorancia de los “trámites de adultos”, aunque reconoce que no fue fácil, pues durante varios años , sin saberlo, deambuló sin documentación definitiva.
Más allá de la burocracia para obtener una cédula de identidad, la vida no cambió mucho para ella con estel documento. Sus esperanzas eran que, ya mayor, no debería lidiar con los insultos de niños crueles y que encontraría mentes más abiertas y dispuestas a conocerla.
No fue así.
—Hasta ahora, cuando hay trabajos en grupo en algún ramo, nadie quiere trabajar conmigo. Prácticamente todo lo hago sola, porque nadie se me acerca por ser de raza negra —afirma con seriedad y sus labios estirados en una sola línea delgada.
Para Byron Duhalde, investigador del Centro de Estudios Migratorios de la USACH, el color de piel es una variable que explica la discriminación del “chileno promedio” con las personas haitianas.
—En Chile existe un imaginario del extranjero que es decimonónico, del siglo XIX, del extranjero europeo. Es decir, hay un imaginario colectivo respecto a la herencia europea y la llegada de otro perfil de migrantes claramente genera un choque cultural —asegura el analista.
La discriminación racial está asentada en Chile. Según un estudio del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) sobre las percepciones de la población acerca de inmigrantes y pueblos indígenas, la mayoría de los chilenos se considera “más blanco que otras personas de países latinoamericanos”.
También, los encuestados perciben que las personas migrantes son “más sucias” que la población chilena.
En la Encuesta a inmigrantes en Chile del Laboratorio de Encuestas y Análisis Social (LEAS) de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez, le preguntaron a migrantes de nacionalidades venezolana, peruana, boliviana, colombiana y haitiana con qué frecuencia les han hecho comentarios desagradables por ser extranjero.
El 46% de la comunidad de Haití respondió que con alguna o mucha frecuencia fueron discriminados de esta manera, muy por encima de las respuestas de colombianos (28%), venezolanos (24%), bolivianos (23%) y peruanos (15%).
Para Duhalde, existe una falta de enfoque intercultural en términos educativos y sociales que debiese ser implementado desde la población más joven, una herramienta que no se utilizó porque “nadie estaba preparado para la llegada explosiva de los migrantes” y porque, desde hace muchos años, la postura de Chile respecto a la migración es selectiva.
—Lo que se ha mostrado en el caso chileno es que más que racismo, lo que se observa es clasismo. Y es interesante evaluar en estos estudios que la mayoría de los inmigrantes que llega a Chile es de origen socioeconómico medio bajo o bajo —explica el director de LEAS y coautor de la encuesta, Ricardo González.
El experto resalta que los haitianos suelen ser los migrantes “más pobres entre los pobres”, convirtiéndose en víctimas de clasismo y discriminación por su nivel socioeconómico. Este tipo de situaciones ocurre con frecuencia en el país, e incluso, entre chilenos.
—También hay un problema con el color de piel en la comunidad haitiana. La otra inmigración es mucho más parecida físicamente a nosotros y, además, hablan el idioma, entonces eso facilita muchísimo las cosas en el proceso de integración de esos grupos —añade González.
Culturalmente, otras nacionalidades suelen ser más cercanas a la chilena. La forma de referirse, el acento y, en especial, cómo se entienden las cosas. Esto hace que comunidades de migrantes —como la haitiana— comiencen a segregarse del resto, pues “es más fácil vivir rodeado de gente con la que compartes códigos culturales”, agrega el experto.
Pero esto, finalmente, ocasiona que sea más difícil para ellos integrarse a la sociedad chilena y que, por las diferencias, surjan tensiones entre chilenos y haitianos.
—La segregación no ayuda de cara a la mejora de percepciones y reducción de prejuicios. Se ha estudiado mucho en psicología social que, en general, las interacciones con personas de culturas distintas siempre producen cierto tipo de tensiones —declara González.
Estos desencuentros dificultan la inserción en la cultura y sociedad chilena de muchos extranjeros. En especial, mientras más diferente es la cultura y sociedad de origen del migrante respecto de la nacional.
—Es muy duro escuchar que te griten que te devuelvas a tu país, porque empiezas a tener miedo de que alguien pueda hacerte algo, tirarte cualquier cosa. Te atacan solo por ser tú, por tener ese color, pero yo ya me acostumbré —dice Magdelie, con voz resignada.
Otra arista relevante es que los haitianos suelen tener menos redes de apoyo, en comparación con otras nacionalidades, un punto clave a la hora de recibir ayuda para la regularización de papeles e insertarse en un nuevo país.
Así se reflejó en el estudio de LEAS “Caracterizando las redes de soporte de los inmigrantes cuando llegan a Chile”, al examinar la proporción total de apoyos que declara tener cada grupo de inmigrantes. Las redes se entienden en esa investigación como la cantidad de personas a las que se les puede pedir ayuda.
El resultado fue que las comunidades de inmigrantes más grandes suelen tener redes de mayor amplitud, como ocurre con las provenientes de Perú, Bolivia, Colombia y Venezuela. Sin embargo, la de Haití presenta una cantidad de redes más pequeña, un 5% menor a lo que les correspondería, considerando la cantidad de personas que la conforman (véase gráfico).
—Algo parece ocurrir con las personas provenientes de Haití que genera que tengan menos redes al momento de su llegada. Algunas posibles explicaciones son el brusco inicio de la inmigración haitiana en 2018 y que no sean hablantes nativos del castellano —plantea el estudio de LEAS.
“De color caca”
—Cuando llegué a Santiago, mis papás me matricularon en el Sagrado Corazón, en Las Condes. Me acuerdo que allá todos eran rubios y yo soy morena. ¿Se ve, no? —dice, entre risas, María Fernanda Guevara, una peruana de 24 años que llegó adolescente a Chile.
Por trabajo, su padre se instaló en la capital y después de acondicionar una vivienda para recibirlas, le siguieron María Fernanda y su mamá. El peruano había adelantado los trámites necesarios para regularizar la situación de su familia, y se volvió a casar con su esposa —de nacionalidad chilena por tercera generación— para facilitar el trámite y obtener el RUN definitivo de los tres.
Sus documentos llegaron dos años después.
Aunque María Fernanda no tenía que preocuparse del papeleo de adultos, su verdadero problema estaba en la sala de clases.
—Me dijeron que mi color de piel era color caca… yo no entendía cómo podían decirlo —recuerda, con semblante de aflicción.
No solo sus compañeros, sino también algunos profesores la diferenciaban de sus compañeros de curso solo por su color de piel y acento al hablar.
—Me costaban algunas palabras que eran distintas, cómo se decían allá y acá. Y algunos profesores, junto con compañeros, me decían ‘tu acento no se entiende’, entonces tuve que acomodarme y hablar como chilena en el colegio y como peruana con mi familia —dice la joven.
Socializar fue lo que más le costó de niña, pero también después, como adulta joven, pues ahora tiene cierto temor porque no sabe si podrá conocer a alguien que “no te juzgue por el lugar de dónde vienes y que no te haga cambiar incluso la forma de hablar”.
—Cuando hice mi primer grupo de amigas, me acuerdo perfectamente que me decían ‘no te entendemos, tienes que hablar como nosotras’. Y yo era solo una niña, a la que le preguntaban incluso por qué no se hacía trencitas —relata.
Prejuicios y crisis de seguridad
Escenarios como la frontera de Colchane, en la Región de Tarapacá —a 1.964 kilómetros de Santiago y a 3.702 metros sobre el nivel del mar— y el desmedido flujo de migrantes ilegales comenzaron a hacer eco en los medios de comunicación de Chile.
Los noticieros y diarios se llenaron de reportes de Carabineros al Ministerio del Interior, con cifras insólitas de una crisis de migración, pero también con imágenes impactantes que mostraron cómo un extranjero entra de forma irregular al país.
En el matinal “Contigo En La Mañana” de Chilevisión, el 16 de febrero de 2022, se mostraron videos donde caravanas de migrantes, con abrigos, maletas y mochilas abultadas caminan con lentitud pero determinación desde Bolivia hacia la frontera con Chile, en la oscuridad de la noche.
Según contó la periodista Daniela Herrera de CHV, la distancia entre un carabinero y otro es suficiente para que alguien entre al territorio chileno, sin que se les revise la documentación.
Los reportes de la PDI de los últimos cinco años reflejan este aumento en el ingreso de migrantes a Chile por pasos ilegales.
En los últimos cinco años, el incremento de denuncias fue contundente: en 2018 se recibieron 6.310, en 2019 fueron 8.048, en 2020 se duplicó a 16.848 y, en mayor medida, en 2021 se registraron 56.586 y 53.875 en 2022.
Son estas cifras, sumadas con los delitos mediáticos, como el asesinato del cabo Daniel Palma y otros carabineros a mano de extranjeros en el país, los que de alguna forma influyeron en crear una imagen negativa y generalizada respecto a los migrantes, lo que contribuyó a elevar la discriminación.
—La delincuencia y la migración son dos fenómenos que han ido en aumento paralelamente, lo que no quiere decir que tengan relación, pero la gente lo ve así —dijo la académica de la Escuela de Sociología de la Universidad Diego Portales, Macarena Orchard, en The Clinic.
En la encuesta CADEM del 16 de abril de 2023, en medio de un contexto complejo de crisis de seguridad y migración, con dos carabineros asesinados en 23 días, se preguntó sobre este tema: la prioridad de los encuestados se enfocó en el combate a la delincuencia, pero en tercer lugar, aparecía el control a la migración ilegal.
—Aproximadamente entre el 35% y el 40% de los detenidos que ingresan cada día al centro de justicia a control de detención son de nacionalidad extranjera. Es decir, todavía la mayoría de los detenidos son chilenos. Un tercio de esas personas, no se encuentran enroladas en el sistema chileno —declaró el fiscal nacional Ángel Valencia a Bio Bio Chile, sobre la Fiscalía Centro Norte, que es la más grande del país.
Los autores de este reportaje consultaron a la PDI sobre las personas extranjeras detenidas por unidades de esta institución a nivel nacional en los últimos diez años, por cualquier crimen. La respuesta reveló que los bolivianos encabezan la lista, con 15.507 detenciones. Le siguen los peruanos con 11.024, los colombianos con 9.235 y, por último, los venezolanos con 3.643.
Este último grupo suele ser el que la opinión pública relaciona más con la delincuencia, pues es común que en las noticias policiales se identifique a los criminales como migrantes venezolanos. De hecho, dos de las cuatro personas acusadas por el asesinato del cabo Palma son de nacionalidad venezolana, información que se difundió con amplitud en los medios locales y nacionales, junto a sus fotografías.
Las cifras también muestran un alza de los venezolanos detenidos por la policía chilena: en 2022, se registraron un total 396 detenciones, pero en lo que va del 2023 (enero hasta abril) ya hay 601, es decir, un 51,77% más que en todo el año pasado.
—Lo que hace la televisión es generar miedo y hay un tema de inseguridad que es más mental. Por eso preferimos no ver nada de televisión, nada mediático —asegura el venezolano Javier Casique, al preguntarle sobre su percepción tras la crisis de seguridad que explotó, en gran parte, por compatriotas suyos que optaron por delinquir.
Mientras dice estas palabras, apunta con la mano hacia la televisión de su sala de estar, donde está puesto un video de una canción infantil que su hija Betzabé y su nieta Akemi miran detenidamente.