Lo que dejamos atrás

La Roja no ha visto ninguna buena noticia. Eliminaciones, derrotas y problemas internos han marcado al elenco nacional. Ahora, con Eduardo Berizzo a la cabeza, deberá afrontar esta nueva era, una en que los éxitos del 2015 y 2016 no tendrán cabida.

Por Fernando Ríos Ramírez

Santiago, 4 de julio del 2015. Ante los ojos del mundo, Chile vencía a la Argentina de Messi en una final de infarto. La Copa América, esquiva y seductora, por fin se teñía de blanco, rojo y azul. Entre los festejos, Claudio Palma enmarcaba así un momento histórico: “Dejamos atrás 100 años de derrotas, dejamos atrás 100 años de robos arbitrales, dejamos atrás los años de perdedores…”.

Casi un año más tarde, en el Metlife Stadium de Nueva York, la Roja volvería a verse las caras con la Albiceleste, ganándole por segunda vez consecutiva en una final continental. Aquello fue la evidencia clara de que Chile estaba para grandes cosas, consolidándose como una de las potencias futbolísticas del momento.

Nunca antes se había visto un rendimiento de esta clase. Desde el Mundial de 1962 que no se hablaba de logros materiales, sino de mala suerte y desgracias. En 2015 eso cambió y llegó una mentalidad ganadora que se asentó en un camarín que durante décadas se alimentaba sólo de triunfos morales.

Pero, como es el orden natural de las cosas, todo lo que sube tiene que bajar. Y Chile no fue la excepción. 

De la cima al infierno

En 2017, la Roja cayó derrotada trágicamente ante Alemania en la definición de la extinta Copa Confederaciones. Ese fue el último destello de grandeza de nuestra Selección que, desde aquel momento, quedó con su moral en ruinas. 

No conforme con eso, el destino traía preparado algo peor. El fracaso de la misión Rusia 2018, unas irregulares Copas América 2019 y 2021, un camarín fracturado y la paupérrima campaña rumbo a Qatar sumergieron a la escuadra nacional en una crisis sin aparente solución.

Desde esa tarde en San Petersburgo, Chile está en caída libre, tanto su rendimiento como su imagen. Hacia abril del 2016, la Roja marchaba tercera en el ranking FIFA, superando a gigantes como Brasil o Alemania. Hoy se encuentra muy lejos de esa clasificación, en el lugar número 29. 

Pensar que hace un par de años se le podía ganar a colosos de la talla de Argentina o España y que hoy con suerte se logre empatar con un equipo mediocre como Qatar, es una cuestión preocupante.

Una juventud necesaria

Nadie ha podido dar con el remedio ideal. Sí, Bravo se reconcilió con Vidal; sí, hubo cambios en el banquillo; sí, el recambio poco a poco se advierte. Pero ¿de qué sirve todo eso si los resultados no acompañan? 

Es triste para todos ver cómo la misma Generación Dorada que nos brindó el privilegio de celebrar el inédito bicampeonato cae por sí sola. La edad comenzó a pesar bastante, y ya pasó la cuenta a varios. Unos pocos se mantienen vigentes, renunciando a la inevitable marginación cada vez más cercana.

El recambio generacional es fundamental para la evolución de la Roja y necesario para cerrar un ciclo de altos y bajos. Marcelino, Suazo, Brereton y compañía ya deberían ser los ejes del renovado elenco nacional. Pero para llenarlos de confianza se necesitan minutos y titularidad.

El error más frecuente de los últimos técnicos, desde Rueda hasta Berizzo, es la creencia de que la Generación Dorada es eterna. Es innegable el afecto que Chile entero le tiene a Isla, Aránguiz, Alexis o Gary, pero hay que ser objetivos. Si no hay buen desempeño, a la banca.

Y la Selección es eso, una instancia en donde se reúnen los jugadores con mejor forma, no una reunión de guerreros veteranos que simplemente están ahí por glorias pasadas. Las citaciones “simbólicas” no deberían ser parte de este oficio. El tiempo avanza, y el fútbol también. La Roja ahora está contrarreloj.

Lo que dejamos atrás le regaló incontables alegrías a todo un país, y por eso nadie le puede quitar mérito a quienes conformaron la Generación Dorada. Pero esos éxitos son del pasado, y esa es la cruda realidad, duela a quien le duela.

El panorama luce sombrío pero a la vez esperanzador. Los amistosos contra Marruecos y Qatar fueron un mal rato necesario para dar cuenta de los desaciertos cometidos. Tras romper con una racha de 545 minutos sin encontrar la red, Chile tendrá la difícil tarea de reconstruir su hoja de ruta. Berizzo, en tanto, deberá encontrar rápidamente la fórmula para encumbrar el rumbo de una selección que, históricamente, sabe poco de victorias.