Es la primera vez que el Premio Nacional de Medicina recae en una mujer y la galardonada asegura que el género no fue un obstáculo. «Lo realmente importante es no perder la calidad humana propia y no olvidar que el paciente también la tiene», dice.
María Francisca González Kleinsteuber
A sus 82 años se dedica al cuidado de los gatos que viven dentro de su casa, y también de aquellos que sagradamente llegan a su puerta a pedir comida que, saben, recibirán con generosidad. “Los tengo mal acostumbrados”, dice Marta Colombo Campbell en su hogar en Viña del Mar. Entre risas y timidez, revela que los animales se volvieron el centro de las rutinas de ella y su marido desde que están jubilados. “Curioso, ¿o no? Después de tantos años con personas”, plantea con sorpresa la mujer que recientemente recibió el Premio Nacional de Medicina por su aporte al país como neuróloga pediátrica.
La entrega del galardón 2022 fue histórica: por primera vez en sus 20 años de existencia, una médica fue la condecorada. Su homenaje llegó tras más de medio siglo de servicio en el sistema de salud público, un centenar de trabajos publicados en revistas científicas y la creación de un innovador plan que ha prevenido la aparición de secuelas de discapacidad cognitiva en niños y niñas.
Apasionada por ayudar, desde que terminó su especialidad en 1966, el estudio de la fenilquetonuria –un error innato que impide la descomposición apropiada de un aminoácido que en exceso afecta al sistema nervioso– y el hipotiroidismo congénito –la deficiencia de hormonas tiroideas en el recién nacido– se tomaron sus días. Como resultado de su arduo trabajo, se instauró a nivel nacional un programa que pesquisa precozmente las enfermedades y que ha impedido el desarrollo de déficit intelectual en más de tres mil pacientes.
“El premio lo recibí yo, pero todo fue fruto de trabajo en equipo. No hice, hicimos –junto a excelentes profesionales– mucho por ayudar”, dice la neuropediatra con sencillez. Constantemente, reitera la idea, bajándose el perfil a sí misma. Según dice, es bueno ser humilde.
—En la premiación sus cercanos destacaron sus virtudes, pero ¿qué características de sí misma cree usted que fueron cruciales para su carrera?
—Yo tuve devoción por lo que hacía. No sé si eso sea una característica, creo que es más bien un modo de vivir, una actitud. Si había que estudiar, me dedicaba todo lo que podía; si lo que tocaba era un caso muy difícil, consultaba una y otra vez. Además, construí relaciones excepcionales que fueron alimentando ese sentimiento de felicidad que me llenó durante mi vida profesional. Trabajar fue un gusto y siempre lo aprecié de esa forma.
Su camino comenzó en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde una de las tres mujeres que ingresó a su curso. Es una etapa que recuerda con cariño, aunque cuenta que lo interesante partió cuando ya tenía el título de médico cirujano.
“Yo no entré queriendo ser neuróloga infantil, pero mi interés siempre fue poder ayudar lo más posible a la gente. Y resulta que en esa época, cuando ya tuve que ver qué especialidad iba a hacer, no había casi neuropediatras, así que pensé que ahí podía ser un aporte”, dice Colombo mientras hace memoria de sus días de juventud cuando se decidió por hacer la beca en la Universidad de Chile.
—Muchos la llaman maestra, ¿usted tuvo también la experiencia de tener un guía especial durante su formación?
—Todos mis profesores fueron muy importantes para mí, pero sí tengo que hacer la distinción con el médico Fernando Monckeberg, porque fue él quien me dirigió hacia el estudio de las enfermedades metabólicas. Cuando salí de la escuela, llegué a su laboratorio y él venía justo aterrizando desde Estados Unidos con un montón de conocimientos sobre estos trastornos de los que en Chile ni siquiera se hablaba. Así fue el comienzo de todo.
La especialista se detiene a narrar cómo funcionaba la medicina hace más de 50 años, explica la técnica –según ella– primitiva, que consiste en la extracción de una muestra de sangre desde el talón de un recién nacido, con la que consiguió revolucionar la medicina chilena.
Con el examen, se logró diagnosticar tempranamente a todos los bebés que portaban fenilquetonuria o hipotiroidismo congénito y darles tratamiento antes de que desarrollaran daño cerebral. Tras dos décadas de investigación y lucha, el Ministerio de Salud implementó el programa liderado por Colombo en todo el país.
—Los resultados son increíbles, pero me imagino que el camino no estuvo exento de piedras…
—Debo ser sincera y decir que no tuve grandes dificultades. Me costó mucho conseguir cosas específicas dentro de algunos procesos, pero siempre lo entendí como algo natural de los proyectos complejos que requieren de colaboraciones externas, de reuniones con el gobierno y autoridades. No sufrí este camino, al contrario, fue un agrado recorrerlo. Siempre ganó el gusto por hacer y descubrir cosas interesantes —reconoce la neuropediatra.
—¿Pese a ser mujer?
—Nunca tuve ningún problema por eso. Con nadie, ni con médicos, pacientes o alumnos. Yo me sentía muy feliz trabajando en cada uno de los lugares en que me desempeñé, todo lo hacía con cariño y yo creo que eso me ayudó personalmente a no tener barreras. Yo no las tuve.
Aunque agradece no haber vivido algún sesgo de género durante su carrera, sí reconoce que este galardón debió haber sido entregado antes a otras mujeres que han realizado grandes contribuciones al campo de la medicina. Por lo mismo, le gusta decir que es un premio que comparte con todas las trabajadoras.
—¿Y el apoyo económico no fue una dificultad? Se critica bastante que en Chile faltan recursos para investigar…
—El financiamiento es uno de los factores centrales. Puede actuar como el freno para que ideas muy interesantes sean conocidas, y lamentablemente es cierto que en el país conseguirlo es probablemente uno de los pasos más difíciles. Claro está que nada viene solo, pero muchas veces el proceso de presentación de proyectos es más complejo de lo que debería si lo que importa es que la medicina avance. Con el tiempo yo aprendí que hay que tener propuestas relevantes, novedosas, hechas con la máxima rigurosidad. Hay que ser paciente para intentar, y estando en eso, de repente, aparece la plata.
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Marta Colombo cuenta cómo recibir el premio agitó sus días. Aún hay tiempo para los gatos, pero los llamados de la prensa y la cantidad de celebraciones que se han organizado en su nombre no dejan de llamarle la atención.
“Entre todas estas ceremonias, hubo una muy especial preparada por el Colegio Médico. Vino una chiquitita de unos 12 años y presentó sobre una de las enfermedades metabólicas, lo sabía todo. Era muy inteligente y se expresaba con mucha experticia. ¡Y ella tenía fenilquetonuria! No sabes lo significativo que fue. Eso, justamente eso, es lo que permitimos. Muy bonito, ¿no?”, pregunta emocionada la neuróloga.
Como ejemplifica, su trabajo ha recibido el reconocimiento directo de los pacientes, además de premios. “Pese a que muchos llegaban a consultar ya con un retardo mental desarrollado, las familias siempre fueron agradecidas por la ayuda que pudimos entregarles. Esa es la diferencia cuando uno se centra en la humanidad”, indica.
—¿Cree que las prácticas médicas actuales tienen el mismo enfoque ético?
—Las universidades se están esforzando por enseñar ética y mostrar cómo es una buena relación médico-paciente, pero es complicado de evaluar algo en general cuando es un caso a caso. Uno ve que hay personas-médicos y médicos a secas, y es fundamental que se formen más de los primeros. Ser profesional en esta área es mucho más que te reconozcan por ser “el doctor X”, lo realmente importante es no perder la calidad humana propia ni olvidar que el paciente también la tiene.
—A sabiendas de que no todos ejercen desde la vocación, ¿cómo fue retirarse del mundo de la medicina?
—Triste, muy triste, pero hay cosas que hay que hacer. Ya estaba cercana a los 80 años y comencé a pensar en que quizás mi cabeza ya no estaba tan buena como para seguir con el ritmo que mantenía. Me dio miedo llegar a causar un problema, así que en beneficio de los pacientes tomé la difícil decisión —dice la médica, quien se jubiló en 2019.
El contacto que ha mantenido con quienes se autodenominan sus discípulos, los profesionales que formó durante sus 20 años de paso por la Universidad de Valparaíso y el Hospital Carlos Van Buren, le dan la confianza de que las cosas –al menos allí– se siguen haciendo bien.
—¿En qué seguimos al debe como país en programas de diagnóstico en niños y niñas?
—En general, en Chile ha habido un progreso importante, se está llegando bien y a tiempo incluso a los casos poco frecuentes, pero en cuanto a lo que yo me dediqué falta bastante aún. Estamos detectando solo dos enfermedades metabólicas precozmente en los recién nacidos, y actualmente se está peleando para que ingrese un nuevo programa. Hicimos grandes avances, pero siempre va a haber más por investigar.
Marta Colombo no se atreve a decir mucho más sobre cómo funcionan las cosas ahora que salió del área de la salud, sólo agradece las alegrías que le trajo ese campo mientras estuvo allí. “¿Que cómo conseguí hacer tantas cosas? No sé. Hay que querer hacer el bien”, cierra la reconocida especialista.
Se acabó el tiempo: es hora de alimentar a los felinos.