El comercio sexual es una realidad que ha ido en aumento en el cuadrante delimitado por las calles Catedral y Monjitas. Sin embargo, si poco se sabe de la vida privada de las trabajadoras sexuales que se presentan a diario bajo las sombras de las palmas chilenas, mucho menos se conoce de los trabajadores varones que ejercen el mismo rol, porque parecen no existir en el mundo de la prostitución. Cooler conversó en profundidad con uno de ellos, quién compartió detalles de su vida privada y cómo fue que llegó a uno de los lugares históricos más característicos de la capital de Chile.
Paula Morales
En diciembre de 2014, la Municipalidad de Santiago cerró Plaza de Armas para realizarle un mantenimiento general y la remodelación de los jardines. Los trabajos impulsados por el ex ministro de Obras Públicas, Alberto Undurraga (DC), costaron $ 1.660 millones de pesos, y tuvieron como resultado un 40% más de áreas verdes, lo que permitió generar un 70% más de sombra, 160 luminarias con tecnología led y 10 cámaras de vigilancia de alta tecnología (conectadas a Carabineros de Chile y a la vigilancia municipal). Pero desde que el sector reabrió al público, el comercio sexual venció las buenas intenciones del ministro del segundo gobierno de Michelle Bachelet.
En la vereda legal
El Canelo trabaja como jardinero en Plaza de Armas hace 28 años. Recuerda cómo era antes y evoca a las familias que preferían sentarse a comer completos italianos del Portal Fernández Concha en la plaza antes que las mesas de las picadas, porque era un lugar acogedor caracterizado por las risas de los comerciantes callejeros, los artistas que atraían al público con su arte informal, los eternos juegos de ajedrez, e incluso los carabineros que permitían a los niños sacarse fotos con sus caballos. “Pero desde que remodelaron la plaza, todo ha cambiado”, asegura con un tono de decepción.
“En los últimos diez años, todos los días llegan extranjeras a pararse en la plaza a molestar a los hombres”, comentó enojado.
Y es verdad.
En las primeras horas del día “las palomas”, como llaman a las trabajadoras sexuales, ejercen su oficio de manera precarizada, sin límites de horario. Si no fuese porque el día se acompaña por la luz solar, no lo distinguirían de la noche, puesto que la vida y ese oficio en particular demanda demasiado tiempo y esfuerzo.
El pasado 6 de enero, vecinos del centro de Santiago denunciaron las riñas, los asaltos y la prostitución que empapa Plaza de Armas. Reportajes T13 pudo constatarlo tras concurrir en diversas jornadas al lugar, donde destacaron trifulcas con armas de fuego y elementos cortantes.
Sin embargo, Carabineros de Chile nada puede hacer frente el creciente comercio sexual. “Desgraciadamente, no se cuenta con muchas herramientas para constatar que efectivamente es prostitución. No basta solo con ver el intercambio de dinero. Tendríamos que pillarlos prácticamente en el acto”, explicó el jefe de servicios del lugar de Carabineros de Chile, Denis Vargas. “Acá lo más fuerte son los delitos fragantes, y la problemática que se ha visto harto últimamente es el tema del comercio informal”, agregó.
Desde adentro de la plaza, la realidad es otra. Pareciera que absolutamente todos son ciegos, puesto que cuando se forman riñas entre las trabajadoras, nadie interviene. Además, no solo Denis Vargas observa que el comercio recae en manos femeninas. Más bien, los trabajadores de la Municipalidad de Santiago aseguran que el comercio sexual es ejercido sólo por mujeres. Pero el Canelo, aunque esté en la vereda contraria de las palomas, sabe también quiénes son los galanes que pasan inadvertidos entre la multitud, pero que cada día ejercen el mismo oficio.
Travesía a Plaza de Armas
Guillermo llegó a Chile a mediados de octubre de 2018. Tiene una sonrisa inagotable, casi infantil. Pero sus ojos reflejan un sentimiento contradictorio: navegan en una pena oceánica, que pasa desapercibida cuando habla con sus compañeras de trabajo.
Es uno de los tantos jóvenes que se pasea inquieto cerca de la estatua ecuestre de Pedro de Valdivia, y que ha sido abandonado por la sociedad. Se acusa a sí mismo de preferir el dinero fácil y la calle, pero sueña con algún día irse a vivir a España para estudiar y darle una vida mejor a su hija.
– ¿Cómo llegó a Plaza de Armas para ejercer el oficio más despreciado por la humanidad?
“Mis papás era millonarios cuando nací”, responde como si estuviera contando sobre una vida paralela que no conoció en carne propia. Su padre Javier y su madre Samanta trabajaban en una petrolera en Caracas, y vivían una comodidad poco habitual en comparación con el resto de sus compatriotas, golpeados por la crisis venezolana.
Pero el 12 de julio de 2011 su vida cambió abruptamente. En un arranque de celos, Javier comenzó una discusión con la madre de Guillermo que terminó por quitarle la vida. Un golpe desmesurado le quebró una costilla y le atravesó el pulmón.
Desde aquel episodio, los caminos del padre e hijo se separaron. Javier escapó del país y lo último que supo Guillermo es que vive en Estados Unidos. En cambio, él fue asignado al Hogar de Cristo, donde nunca pudo incorporarse producto de los malos tratos. En 2013, con 13 años de edad y después de haberse fugado en numerosas oportunidades, decidió escaparse para no volver nunca más.
– Tuve que pagar 400 dólares para que me sacaran en un carro privado –recuerda–, porque no podía ir en bus. Cuando llegué a Colombia, el primer pueblo en el que trabajé fue en Cúcuta. Llegué el 10 de octubre.
– ¿Antes de llegar te habías prostituido?
– No, me dedicaba a la mala vida. Me dedicaba a robar y esas cosas. Y como salí al extranjero, ya no lo podía hacer, porque ya no tenía beneficios. Entonces empecé trabajando en esto a los 13 años.
Producto de la necesidad y las malas prácticas, Guillermo se sumió en un mundo que lo llevó a recorrer gran parte de Latinoamérica. Todo transcurría así, hasta que a fines de 2017 se enteró que iba a ser papá.
Su hija nació en Perú y cuando habla de ella, su mirada cambia. La describe como una parte de él, como si hubiera salido de su propio cuerpo. Pero la falta de dinero y el estilo de vida adoptado, provocó que se viniera a Chile en el primer año de vida de su niña, donde estuvo un año completo, mientras su pequeña todavía le espera en el país vecino junto con su madre, quién también se dedica al comercio sexual.
Sin ley ni orden
Patricio Negulpán, encargado de seguridad de la Municipalidad de Santiago, trabaja en Plaza de Armas hace 37 años. Asegura que la prostitución es algo de todos los días, “de lunes a viernes, festivos y no festivos”. Pero desde que terminó la pandemia, más jóvenes extranjeros han aparecido, “porque antes eran siempre los mismos”.
Según el registro de carnet sanitario otorgado por el ministerio de Salud, en Chile existen cerca de seis mil trabajadores sexuales. Pero expertas de la Fundación Margen –una organización que brinda apoyo social, legal y emocional a mujeres que trabajan en el rubro– estiman que ese número representa poco menos de un tercio del total real, incluyendo chilenos y extranjeros.
Pese a existir cifras oficiales, hay solo dos entidades gubernamentales que se encargan de velar por el seguimiento y prevención del comercio sexual: el Ministerio Público y el de Salud. Pero las investigaciones más recientes datan del año 2016, y son excluidos sistemáticamente por todas las estructuras tradicionales del poder, en especial del amparo de la Ley y de la seguridad que proporciona Carabineros.
En Chile no existe ninguna disposición legal que prohíba directamente el comercio sexual realizado por personas adultas de manera voluntaria. Se excluye el proxenetismo, la trata de blancas y la prostitución infantil, que sí son delitos (Ley 20.507, 8 de abril del 2011). La única mención explícita que existe en relación al libre trabajo sexual, está consignada en los artículos 39 y 41 del Código Sanitario, que impide la constitución de burdeles y casas de tolerancia.
Por otro lado, la mayoría de las agrupaciones y organizaciones que asocian a trabajadoras sexuales, reúnen solo mujeres. Una de ellas es la Unidad de Atención y Control de Salud Sexual (Unacess), un organismo que se encarga de prevenir las enfermedades de transmisión sexual, a través de diferentes oficinas a nivel nacional, donde solo se realizan controles ginecológicos.
Los trabajadores sexuales están a la deriva y hay poca información sobre ellos, porque no existen organizaciones que los incorporen en sus estadísticas y protecciones.
La fe de Guillermo
Guillermo regresó a Perú, pero siempre quiso volver a Chile. Su sueño se hizo realidad en septiembre de 2021, día que regresó a Plaza de Armas.
Habla con mucha seguridad de sus clientes frecuentes, pero evita hablar de sexo. Le desagrada pensar que distintas personas dejan saliva en su cuerpo y prefiere “ponerse” con un pito de marihuana. Realmente no lo disfruta, afirma.
Le ha costado grandes sacrificios ganarse un espacio en el centro de Santiago, para poder pagar una pieza.
Vive en una ciudad donde todos son ciegos, “excepto Dios, que me cuida y me protege con mi mamá. Pienso todos los días en ella y me pregunto qué estaríamos haciendo ahora si estuviera aquí conmigo”, comenta mirando fijo el suelo.
Le suena el celular y mira directo a la estatua de Pedro de Valdivia.
“Disculpa, tengo que irme. Estoy apurado”.