A un paso de caer

Acceder a drogas en Villa La Reina es más fácil de lo que se piensa. El gramo de pasta base a $1.500 y el pito de marihuana por $1.000 resultan una triste ironía cuando el kilo de pan está a $1.760. En sus inicios fue conocida como una comunidad de autoconstrucción que promovió  el entonces alcalde y arquitecto Fernando Castillo Velasco, buscando una integración social. Hoy luce calles en mal estado, pasajes peligrosos y plazas tomadas por el narcotráfico

Por Sebastián Fita


Ubicada en el sector oriente de Santiago entre las calles Talinay, Diputada Laura Rodríguez, Las Perdices y Fernando Castillo Velasco, se forma el cuadrado que pareciera ser hermético denominado Villa La Reina, un sector de la comuna con el mismo nombre. A pasos de la municipalidad, viven ahí una realidad que parece lejana. Las escuelas y los niños conviven con la droga y el narcotráfico, tentados con un mundo de dinero fácil. Para combatir esta situación están los “apóstoles de la educación”, como denomina a los profesores el inspector general del Complejo Educacional La Reina sección básica, David Pastén.

En sus inicios fue conocida como una comunidad de autoconstrucción que promovió el entonces alcalde y arquitecto Fernando Castillo Velasco, buscando una integración social. Hoy luce calles en mal estado, pasajes peligrosos y plazas tomadas por el narcotráfico. 

Las mañanas en esta villa son muy distintas a las tardes y sobre todo a las noches. Pequeños pasajes en los que solo cabe un auto en cualquiera de los dos sentidos, un fuerte olor a pasto mojado por el riego que la municipalidad efectúa para mantener las áreas verdes, vecinos conversando, un vendedor de diarios que ofrece a gritos el ejemplar del día, personas que entran a vacunarse al gimnasio Cepaso, mientras el consultorio Juan Pablo II, ubicado en Parinacota, recibe a sus pacientes, principalmente de tercera edad,  gente que duerme en las plazas, muchos almacenes, el Complejo Educacional Básica y Media, y el Colegio San Constantino. Otros colman el mercado de La Reina, donde hay verdulerías, carnicerías, pescadería, almacenes, algunos puestos callejeros  y un local de pollo asado con papas fritas. Más allá, dos canchas de pasto sintético de futbolito situadas frente al Hospital Militar de Santiago. Algunas casas han cambiado el material con el que fueron edificadas en sus inicios mientras otras aún mantienen esa esencia inicial de los años sesenta, con maderas y planchas de zinc pintadas para decorar las fachadas de sus domicilios.

Esas son parte de las postales matutinas de la Villa La Reina. No duran mucho. Al caer la tarde las plazas comienzan a ser tomadas por la venta de marihuana y pasta base. 

La villa por dentro

El Pelusa (a quien llamamos así para evitar que sea reconocido en su barrio), un hombre que reside en esta villa desde que nació, hace 60 años, a quien los residentes saludan con mucha alegría, ha visto de lejos y de cerca cómo es vivir a un paso de la droga, lo fácil que es acceder y extraviarse en ella. Es el tercero de ocho hermanos y por la separación de sus padres debió trabajar desde los 11 años. Llegó hasta sexto básico porque tuvo que ayudar en la casa: “Había que parar la olla. Trabajaba con las profesoras, iba a las casas de algunas a trabajar, a hacer lo que se necesitara para poder llevar algo a la casa”, explica.

Los años avanzaron y el Pelusa fue testigo de cómo poco a poco la droga y el narcotráfico se insertaron en la villa. “Antes no había o no tanto. En la madrugada se veía uno que otro tipo en la esquina. Hoy es a cualquier hora. Hay quienes hicieron del día la noche y de la noche el día”, declara.

No solo la población iba cambiando, sino que él y sus amigos estaban cada vez más cerca de la droga. “Yo solo fumaba marihuana, pero tengo un examigo que se volvió traficante en su momento. Recuerdo una mañana en que me avisaron que habían matado a otro amigo que se fue por el camino del tráfico… ajuste de cuentas entre pandillas”, relata. Un tiempo funcionó el Centro Comunitario de Salud Mental Familiar (COSAM), para ayudar a los jóvenes, pero no logró los resultados esperados y fue perdiendo espacios.

El peligro acecha

Entre las 17:00 y 20:00 horas las plazas de la villa ya no son un lugar para jugar ni compartir. Tampoco es fácil ingresar a la zona si no se es conocido en el sector. El trato puede tornarse hostil: “Hoy tu ves en el pasaje Cordillera o la plaza Caracoles como venden sin problema alguno”, cuenta.

Caminando por los pasajes, entre asfalto resquebrajado y tierra, el Pelusa  recuerda lo que él llama su pasado oscuro, su período más triste y que más lo avergüenza.  Toma aire, se le quiebra un poco la voz y narra:

– Yo estuve preso un año y dos meses por robo en lugar habitado. Lo hice hasta que me pillaron. Era la plata fácil. La plata llama a la plata, y ese es mi gran error. Me dejé llevar, jamás porté armas, pero eso no cambia que me equivoqué. Gracias a Dios y a los profesores del complejo, el profe David y la tía Ilse, pude salir y evitar la tentación de caer de nuevo. Siempre me recibieron y daban consejos.

Siente que la educación fue su barrera. Se arrepiente de no haber terminado antes sus estudios. Hoy está finalizando su enseñanza media, pero la sensación de culpa y arrepentimiento de no haberlo realizado a tiempo son insistentes en su cabeza.

El desafío de educar

La educación es el gran paladín que intenta rivalizar con el mundo de la droga y el alcohol. El Pelusa agradece a los profesores de su antiguo colegio, el Complejo Educacional de La Reina, que lo recibieron y ayudaron con consejos y el cariño de una madre que él siente que le faltó.

Mientras recorre la villa junto con Cooler, apunta al Complejo Educacional La Reina. En la sección de enseñanza media hay movimientos. “Mira, los pacos se están llevando esposado a un cabro del colegio. Justo veníamos hablando de eso”. Ríe. ”Los cabros están ahí cerca, a un paso de caer, aunque sea en la huevada más mínima”. El joven fue detenido por carabineros tras una riña entre alumnos en donde resultó herida una profesora de la institución.

La educación es la esperanza contra el narcotráfico, y una salvación para el país, cree David Pastén, que ejerce la docencia desde hace 46 años y actual inspector general de la sección básica del Complejo Educacional La Reina. “Los profesores, los apóstoles de la educación, somos quienes tienen que poner todas sus herramientas para ayudar a los jóvenes. El deporte recreativo junto a la educación obviamente son las mejores armas para combatir la drogadicción, el narcotráfico y la delincuencia”, expresa.

Una larga trayectoria trae a cuestas el Profe David (como aún lo llaman sus ex alumnos). Desde que pisó el complejo aceptó el reto que significa ayudar a los niños. “Es un gran desafío, porque lamentablemente cada día más el flagelo de la drogadicción está consumiendo a nuestros jóvenes. Muchos que simplemente no tienen recursos buscan lugares más fáciles para conseguir esos recursos y de repente se convierten en microtraficantes y ese tipo de cosas”, dice.

Pastén ha vivido en carne propia lo que califica como una “lucha titánica”, en la que sus armas contra el narcotráfico y la drogadicción son “mucho cariño, mucho afecto”. El deporte debe ser usado como estrategia para combatir la drogadicción y el alcoholismo, plantea.

El profe David, no solo es profesor de historia, sino también técnico en atletismo. “Yo logré trabajar años con grupos de atletas y el 95% de ellos son gente de bien, profesionales. El mismo Richard Quezada que es de acá, de Villa La Reina, lo saqué campeón sudamericano de atletismo y hoy es entrenador nacional de atletismo en el colegio del Verbo Divino”, sentencia.

La lucha no termina

Al caer la tarde, Villa La Reina se apaga. Desde las sombras surgen pandillas, venta de pasta base y marihuana. La delincuencia convirtió lo que alguna vez fue un proyecto de integración social en una zona peligrosa. 

Quienes corren más riesgos son niños y jóvenes. Cerca de 40 mil niños abandonaron sus estudios el año pasado según cifras del ministerio de Educación. El nivel con mayor índice de abandono escolar fue Primero Medio, con cerca de siete mil jóvenes que desertaron.

Estos son los números que David y muchos otros profesores quieren reducir. El, y muchos otros, tienen una sensación amarga por quienes no pudieron salvar. La batalla contra la droga es cotidiana en esta villa. Y en muchos otros lugares del país.